La pinza

La pinza

Editorial El viejo topo

ÍNDICE


INTRODUCCIÓN


I. EL MERCADO POLÍTICO


Entre la Pepsi y la Coca


La derecha de siempre


La telecracia


El voto útil


De Anguita, Pujol y los nacionalismos


Como se atreven a hablar de Inquisición


La Pinza


Brindis al sol


¿Quién justifica el fin?


Carta abierta a Joaquín Leguina


La financiación de los partidos políticos


El Felipismo, una enfermedad contagiosa


Resignarnos no, pero engañarnos tampoco


El PSOE en la oposición


No matemos la esperanza


El discurso de las dos orillas


¿Qué más da?


¿La mano o el puño?


 


II. POLÍTICA ECONÓMICA LIBERAL Y CONSERVADORA


Alternancia, no alternativa


El club de los economistas muertos


La economía de beneficiencia


La corrupción frente a la autonomía del Banco de España


La hormiga que resultó ser cigarra


El peso de las instituciones muertas


La depreciación de la peseta


El mito de la competitividad


El octágono de la crisis


Tipo de cambio y tipos de interés


La economía heredada


El Banco de España, un año más


¿Euforia económica?


Acumulación de reservas


De la socialdemocracia al social-liberalismo


Un catálogo liberalizador


El impuesto de los pobres


De lo público a lo privado


La dependencia de la senda


El espaldarazo


Los datos como son


Tipos de Interés


 


III. LA EUROPA DEL CAPITAL


La pesadilla europea


Una unión a martillazos


De París a Madrid


El miedo a la unión monetaria


El año del examen


La inutilidad de los criterios de convergencia


Francia es Europa


Los ritos religiosos y la contabilidad creativa


 


IV. PARO Y MERCADO LABORAL


Paro y jornada laboral


El pleno empleo y el reparto de trabajo


Mi amigo Pepe y el 27-E


La reforma laboral


¡Ay, viejo Bebel!


Subvencionar a las empresas


Incentivar el despido


Era de esperar


Empleos basura


El plan de empleo Francés


 

V. CONTRARREFORMA FISCAL


¿Es escesiva la presión fiscal en España?


Los impuestos de Borrell


Los ricos se actualizan


Las medidas económicas de los halcones


Otro libro negro


Un IRPF para ricos


Los ricos no pagan


 

VI. DE LA CORRUPCIÓN Y DEL DELITO FISCAL


Más allá del delito fiscal


¿Chantaje o soborno?


Premio al dinero negro


Una sospecha fundada


La ilegalidad de los fondos reservados


Los 200.000 millones de la discordia


Delitos económicos


 

VII. LA INSOLIDARIDAD AUTONÓMICA


El dinero y los hechos diferenciales


Irresponsabilidad fiscal


Torre de Babel


El cupo vasco


 

VIII. DESMANTELAMIENTO DE LO PÚBLICO Y AUSENCIA DE CONTROL


Carta abierta a José María Aznar


¿A quién benefician las privatizaciones?


¿Inviabilidad de las pensiones?


La prórroga del presupuesto


El ajuste que viene


Privatizaciones: un problema de poder


Los nuevos presupuestos


De derrota en derrota


Patrimonialización de la Función Pública


El gasto sanitario




INTRODUCCIÓN


Hay que reconocer que durante todos estos años las cúpulas dirigentes del PSOE se han hecho especialistas en el manejo de las técnicas de la propaganda. Nadie como ellos a la hora de crear cuñas publicitarias. Nadie como ellos a la hora de desentrañar los elementales mecanismos por los que se rige la opinión pública y las estratagemas que conviene emplear para conformarla a las propias conveniencias. Saben perfectamente que en este ámbito lo importante no es la solidez del discurso ni la veracidad de los argumentos, sino que, por el contrario, resultan bastante más útiles las consignas machaconamente repetidas, aun cuando no se adecuen a la realidad.


En esa línea de actuación, acuñaron el término de la pinza con el que querían designar el entendimiento que, según ellos, existía entre IU y el PP para arrebatar el poder al PSOE y mantenerlo alejado de él. La falacia escondida tras esta idea se evidencia tan pronto como se analiza la realidad y se escudriña la historia con un mínimo de rigor. Falacia tanto en el ámbito nacional como en el autonómico y el local. En el ámbito nacional, porque basta con ojear el diario de sesiones de las Cortes para comprobar que, en contadas excepciones y siempre en materia de libertades, de procedimientos democráticos o de control del gobierno, IU ha votado con el Partido Popular, mientras que son legión las ocasiones, y precisamente en los asuntos de mayor trascendencia, en las que PP y PSOE han coincidido en el Parlamento. Pero es que, además, los socialistas se han mostrado siempre remisos a formalizar con IU cualquier pacto de alcance nacional, y en aquellos casos en que por carecer de mayoría absoluta se han visto obligados a aliarse con otra formación política, han preferido hacerlo con un partido de derechas como CiU -más acorde a su política y sus planteamientos- que con IU.


En los ámbitos local y autonómico se descubre también de inmediato la falsedad de la acusación, porque si el PSOE ha gobernado sin tener mayoría absoluta en muchas Autonomías y Ayuntamientos (Madrid, Andalucía, Extremadura, etcétera) ha sido porque IU lo ha permitido, y porque la famosa pinza sólo ha existido en la imaginación y en el discurso de los propagandistas del felipismo. En concreto, la patraña fue utilizada con bastante éxito durante la pasada legislatura por los socialistas andaluces, trasladando a la opinión pública la creencia de que existía un pacto entre IU y el PP para impedir gobernar a Chaves. La prueba principal de lo engañoso de tal argumentación se encuentra precisamente en que el PSOE se mantuvo en el gobierno. El problema era ciertamente otro. El PSOE andaluz había perdido la mayoría absoluta y, tras largo tiempo de disponer de ella y de ejercer el poder de manera autocrática convirtiendo a Andalucía en el cortijo del partido, se enfrentaba por primera vez al reto de tener que gobernar de manera limitada y democrática contando con el Parlamento y la oposición, a lo que se resistía. Por eso consideraba una profanación y algo repudiable que la oposición se pusiese de acuerdo en un asunto tan elemental como que la presidencia de la Cámara no recayese en un miembro del partido que gobernaba la Comunidad, y rechazaba de plano la idea de que las Cortes andaluzas tuviesen algo que decir en los presupuestos y que éstos se aprobasen con modificaciones y no tal como los había presentado el Ejecutivo, que es a lo que estaba acostumbrado cuando disponía de mayoría absoluta. De ahí que, tan pronto como consideró propicia la coyuntura, disolviera las Cortes y convocara elecciones anticipadas, con la esperanza de obtener en esta ocasión el respaldo que se le había negado en los anteriores comicios. Si bien sus ambiciones no se vieron totalmente cumplidas -no consiguió la mayoría absoluta-, sí logró mejorar sus resultados electorales de manera que le fuese posible gobernar sin limitaciones y apenas sin control, apoyándose exclusivamente en los escasos diputados del Partido Andalucista, cuya ideología conservadora le era afín.


Andalucía, sin duda, constituye campo abonado para que enraíce tal falacia, porque el dominio que el PSOE ejerce sobre los canales de información es total. Pervive además en ella, como región pobre y de arraigada tradición de izquierdas, una prevención especial contra la derecha, por lo que resulta sencillo agitar tal fantasma ante una gran parte de esta sociedad, instalada en un cierto fundamentalismo de siglas, en una adhesión incondicional a los diferentes partidos sin reparar y profundizar demasiado en programas y políticas.


La superchería de la metáfora no ha impedido que el PSOE obtenga de ella una elevada rentabilidad. En primer lugar, porque ha transformado en sospechosa cualquier convergencia, aun cuando fuese en materia de libertades, que IU pudiera mantener con el PP. Ante los múltiples casos de corrupción, crímenes de Estado o abusos de poder de la etapa felipista, el PSOE ha pretendido poner una mordaza a IU. Cualquier denuncia que esta coalición realice se descalifica de antemano como apoyo indirecto a la derecha. Se intenta además colocar a IU en una situación de subordinación, de desventaja con respecto a otras formaciones políticas. A todas ellas se las reconoce soberanas y dueñas de poder formalizar pactos o coincidir con otros partidos según lo consideren adecuado y coherente con sus planteamientos ideológicos en cada momento. Sólo se exceptúa a IU, a esta formación política se le asigna el exclusivo papel de apoyar permanentemente al partido socialista. Si se queda en solitario en las votaciones, se la acusa de estar fuera de la realidad y de mantener posturas utópicas; pero si vota con el PP, hace la pinza. La única posibilidad, pues, es apuntalar al PSOE. Es esta función subalterna, de simple muleta del partido socialista, la que algunos -desde fuera y desde dentro- reservan a IU.


Pero, en segundo lugar y de forma más importante, la metáfora de esta pinza ficticia le sirve al PSOE para ocultar la pinza real: la que el PP y el PSOE, con el vértice situado en el poder económico, practican sobre la sociedad española. A los ciudadanos se les encierra en un pequeño ángulo y se les obliga a escoger entre Málaga y Malagón. La auténtica pinza, la genuina tenaza, la constituye ese bipartidismo en el que ambas formaciones políticas se enfrentan únicamente por motivos de poder, ya que, básicamente, participan de la misma ideología. La política se reduce a márgenes estrechos sin que en realidad exista alternativa, tan sólo alternancia.


Coinciden, por supuesto, en la política económica; pero también, en una importante medida, en la política autonómica, en la de orden público, justicia, medios de comunicación social y otras muchas. Los catorce años de gobierno socialista han abierto la brecha para que el PP pueda hacer una política conservadora sin que se note que lo es, teniendo en cuenta que apenas se diferencia de la que se había venido practicando con anterioridad. La historia y las siglas del partido socialista han servido de coartada perfecta de cara a convencer a la sociedad de que no hay alternativa y de que sólo existe una política posible, política que, claro, es de derechas. Todo lo demás es calificado de irreal, utópico y carente de viabilidad práctica.


Ni que decir tiene que tal situación resulta ideal para el poder económico, ya que puede situarse más allá del juego de partidos y, gane quien gane en el campo electoral, siempre son sus planteamientos e intereses los que triunfan. Este bipartidismo le proporciona el máximo de seguridad, sobre todo cuando se completa con unos partidos nacionalistas dispuestos siempre a favorecer a la clase empresarial. Se diseña así un escenario perfecto, monolítico y muy cómodo para el mantenimiento del statu quo.


Lo primordial es que no se modifique ese marco, y que se destruya o margine, por tanto, si no se puede asimilar, todo aquello que haga peligrar este equilibrio tan perfectamente concebido. Se han establecido para ello unas reglas de juego que hacen casi imposible cualquier cambio. Una ley electoral que prima a los partidos mayoritarios y a los nacionalistas, y que dificulta la existencia de otras formaciones políticas, encareciéndoles en votos la obtención de diputados y concejales. Un sistema de financiación de los partidos políticos que crea entre ellos diferencias sustanciales, cercenando la igualdad de oportunidades. Unos medios de comunicación totalmente hipotecados al sistema y dispuestos a mantener como sea el bipartidismo. Además, las consultas electorales se transforman en comicios presidencialistas, la sociedad debe olvidar que está decidiendo la constitución de un parlamento, para asumir que lo único importante es quién va a ganar las elecciones y por lo tanto quién va a gobernar; la composición de ese parlamento interesa poco. Desde esa perspectiva, se utiliza el voto útil como arma electoral, y muchos ciudadanos terminan votando no a la formación política con la que se identifican, sino a aquella otra que puede impedir alcanzar el poder al partido que detestan.


Es cierto que para que la escenificación sea creíble se precisa que se produzca un relativo enfrentamiento entre las dos formaciones políticas. Pero debe darse con moderación, bien entendido que ambos contendientes son ramas de un mismo árbol, y que deben estar de acuerdo, por tanto, en los temas fundamentales, que serán todos aquellos que afecten al poder económico, verdadero amo y señor de la situación, y sobre todo sin que un exceso de celo en lo que tan sólo es una representación pueda dar al traste con el tinglado de la farsa.


La verdadera pinza se aplica a la izquierda y a todo pensamiento progresista cuando se les fuerza o bien a renunciar a sus convicciones o bien a marginarse del sistema. Para pinza la que a lo largo de estos años han realizado a las clases modestas el PSOE, el PP y las fuerzas económicas, aliados para instrumentar una política económica injusta y regresiva. Para pinza la que han sufrido todo este tiempo los pensionistas, perdiendo la mayoría de ellos poder adquisitivo. Para pinza la que padecen muchos trabajadores condenados a la permanente amenaza del paro, con una cobertura mínima en el seguro de desempleo, y que han visto cómo los aumentos de productividad, lejos de dedicarse a elevar los salarios se han orientado a engrosar el excedente empresarial. Para pinza la del 14 de diciembre de 1988, o la de enero de 1992, cuando todo el sistema se aunó en contra de los sindicatos y de los trabajadores pretendiendo abortar y descalificar las huelgas generales. Para pinza la de la política fiscal, que ha permitido el fraude de las clases altas y ha reducido la carga fiscal de los empresarios y de las rentas de capital.


Durante estos años he venido denunciando en la prensa esa fuerte tenaza en la que se pretende aprisionar a la sociedad española, y en la que, bajo apariencia de democracia, se la confina dentro de un espacio estrecho y asfixiante y se la obliga a elegir entre opciones prácticamente iguales. Casi todos mis artículos, de una u otra manera, han venido a abundar en esta idea, y casi todos ellos también han tenido por objeto desenmascarar esta farsa, bien describiendo y criticando los mecanismos políticos que subyacen tras el sistema, bien mostrando los sofismas y las argucias de que se valen los distintos componentes de esa pinza a la hora de establecer una doctrina única y con pretensiones hegemónicas en el campo económico y social. Desde la Unión Europea hasta la defensa y práctica de una política monetarista, en la que el control de la inflación se antepone al crecimiento y a la creación de empleo; desde la reforma del mercado de trabajo hasta las privatizaciones, pasando por el deterioro de las pensiones; desde la confianza ciega en el mercado y la aversión a toda actividad pública hasta la implantación de una contrarreforma fiscal, elemento a elemento se ha ido diseñando un mapa compacto en el que confluyen la política de los dos partidos mayoritarios y los intereses de las oligarquías económicas y financieras.


Por ello, a la hora de recopilar en un libro buen número de esos artículos -los que a mi entender resultaban más interesantes de los publicados en estos últimos cuatro


años-, me ha parecido que, a pesar de la variedad de los temas tratados, se daba un común denominador, una idea fluía por todos ellos, la de la genuina pinza, esa losa asfixiante de una política conservadora, impuesta a la sociedad española por dos formaciones políticas que, aun cuando se presentan como diferentes, opuestas y hasta continuamente enfrentadas, adoptan cuando están en el gobierno las mismas medidas porque tienen intereses y planteamientos muy similares. De ahí mi elección de "La pinza" como título del libro.


El periodo en que fueron escritos estos artículos (1994-1997) se encuentra a caballo entre el gobierno del PSOE y el del PP. Podría pensarse que ello implicaría una ruptura en el hilo argumental, la división del libro en dos partes definidas y delimitadas. Nada más innecesario y, me atrevería a afirmar, contraproducente. Innecesario porque, como ya se ha señalado, la política económica aplicada por ambas formaciones es prácticamente la misma, y también idéntica en cierta forma la problemática social y política que afecta a los ciudadanos. Contraproducente porque se utiliza a menudo un discurso taimado, y por ello sumamente peligroso para la sociedad y la izquierda, con el que se pretende hacer ver que la alternancia supone también un cambio de política. Este ardid tiene la virtud de exonerar de responsabilidad a la política económica aplicada, ya que los errores y resultados negativos, que con el tiempo se hacen patentes, siempre se achacan a la etapa anterior.


El poder económico y sus fieles servidores los tecnócratas de la economía han practicado con éxito en España una añagaza muy ingeniosa. En realidad han sido ellos los que han dirigido, orientado y determinado en cada momento la política económica; pero tan pronto como aparecen las consecuencias negativas se lavan las manos, dan la vuelta a la tortilla y, utilizando su enorme poder mediático, terminan haciendo creer a la sociedad que la política que ha fracasado no ha sido la que ellos propugnaban. Y vuelta a empezar..., ahora sí que se va a aplicar la política económica correcta, y de nuevo a las andadas con idénticos dogmas y recetas. Nada más paradójico que tener que escuchar, tras sufrir durante todos estos años una orientación netamente neoliberal en la economía, que lo que ha fracasado ha sido la política socialista. Resulta, por tanto, de suma importancia que la sociedad perciba con nitidez la continuidad esencial en las medidas y en la política, con independencia del turno de partidos. Insistir en el carácter conservador de la política practicada por los gobiernos del PSOE no obedece a ninguna animadversión especial, sino exclusivamente a una exigencia de honestidad intelectual y a evitar que se predique de una política socialista sin estrenar los errores y fracasos del neoliberalismo económico.


La estructuración de un libro de artículos constituye siempre una tarea laboriosa y compleja si se aspira a una mínima sistemática en los planteamientos. Los asuntos tratados se relacionan y se traban de tal manera que hacen difícil su delimitación en compartimentos estancos. Del mismo modo que resultan inevitables las repeticiones, no sólo porque en economía casi todos los temas estén en cierta medida emparentados, sino porque la realidad, la política económica aplicada y el discurso oficial son también aburridamente reiterativos. Después de muchas vacilaciones, he optado por clasificar los artículos en ocho apartados que describiré brevemente a continuación. Dentro de cada capítulo la ordenación es cronológica, en líneas generales, pues he juzgado que así se podía seguir más fácilmente los razonamientos. No obstante, en ciertas ocasiones me ha parecido conveniente realizar alguna excepción, en especial cuando determinado artículo podía servir de introducción y aclaración a todo un capítulo y era, por tanto, conveniente situarlo a su comienzo.


I.- EL MERCADO POLÍTICO.- Hoy, la política y la economía forman entre sí una abigarrada amalgama, que resulta difícil, por no decir imposible, separar. No sólo porque la mayoría de las posiciones políticas, en especial cuando son conservadoras, se justifican con necesidades económicas, sino también porque el poder económico, el verdadero poder, es el que casi siempre manda en política. Me ha parecido, pues, que con anterioridad a los razonamientos estrictamente económicos deberían figurar aquellos artículos que describen y denuncian el actual mapa político y los mecanismos -en su mayoría antidemocráticos- por los que se rige.


El título por el que he optado para este capítulo es ya en sí mismo bastante revelador. El ámbito político funciona en la actualidad al estilo de un mercado. Valen para él las mismas reglas y participa de similares defectos. Los partidos con sus siglas y sus líderes son productos que hay que vender empleando idénticos artificios publicitarios a los usados para cualquier otro artículo. Mercado cerrado en el que introducir una nueva marca cuesta muchos miles de millones de pesetas sin que esté asegurado el éxito. Un mercado que se configura como un oligopolio estático y poco transparente donde las empresas, en este caso las formaciones políticas, pactan y acuerdan todos los temas esenciales y en el que la competencia es más ficticia que real.


He querido situar al comienzo de este apartado algunos artículos que reflejan esta realidad. "Entre la Pepsi y la Coca", en el fondo, "La derecha de siempre", la derecha económica, que es la que tras bastidores maneja las marionetas del juego político. La derecha económica que, entre otros instrumentos, cuenta con ese inmenso potencial mediático capaz de conformar a la opinión pública ("telecracia"), y que puede influir en la orientación y dirección de los partidos políticos mediante su financiación, legal o ilegal.


Pero para que tal escenario tuviese éxito resultaba imprescindible que un partido con historia y etiqueta de izquierdas, como el PSOE, entrase en el juego y asumiese los mismos postulados, y la verdad es que lo hizo con entusiasmo, con fervor y en exceso, con métodos lícitos e ilícitos según fuese necesario. El fin justifica los medios, y todo resulta legítimo si sirve para alcanzar y conservar el poder. A este comportamiento del partido socialista se dedica también parte de los artículos recogidos en este capítulo, mientras que otros hacen referencia a los esfuerzos denodados del sistema y principalmente del PSOE para eliminar toda posibilidad de que se consolide cualquier fuerza política con planteamientos mínimamente progresistas.


II.- POLÍTICA ECONÓMICA LIBERAL Y CONSERVADORA.- En este apartado he pretendido agrupar artículos relativos a los aspectos más generales y básicos del pensamiento único que se ha adueñado del ámbito económico, y que, por supuesto, han asumido tanto el PP como el PSOE y los partidos nacionalistas que les están sirviendo a ambos de muleta de forma sucesiva, en especial esa política económica restrictiva que ha antepuesto la estabilidad monetaria al crecimiento y a la lucha contra el desempleo.


III.- LA EUROPA DEL CAPITAL.- Una de las jugadas más astutas del neoliberalismo económico consiste en haber sabido apropiarse del proyecto europeo. Éste, tal como está diseñado, recoge todos los tópicos de ese pensamiento único y obliga a los distintos países a adaptarse a sus principios y postulados, o al menos sirve de coartada y justificación a los Gobiernos a la hora de adoptar las medidas más antipopulares y regresivas. En España, la mayoría de las fuerzas políticas han abrazado con auténtico fervor y entusiasmo este proyecto, ya que les permitía aplicar una política económica conservadora presentándola como única, y sin alternativa posible. La presión del stablishment ha sido tan fuerte en esta materia que apenas se ha resquebrajado la unanimidad, incluso las críticas de las organizaciones sindicales han sido débiles y paulatinamente más escasas. De ahí que, a diferencia de lo que se está produciendo en otros países como por ejemplo Francia, España se haya caracterizado por la ausencia casi total de contestación popular a las medidas injustas y de ajuste impulsadas invocando la unidad europea.


IV.- PARO Y MERCADO LABORAL.- El efecto más negativo de esta nueva doctrina económica se plasma en las cotas de paro en las que ha sumido prácticamente a todos los países europeos y, lo que aun es más importante, en el intento de crear un estado de opinión generalizado acerca de la inviabilidad actual del pleno empleo. Nadie se cuestiona por qué lo que en otras épocas era factible ha dejado de serlo en los momentos presentes. Cuando se aducen los fuertes incrementos de productividad, se olvida que fueron bastante mayores antaño, precisamente cuando el desempleo no superaba en la mayoría de los países el 2% de la población activa.


Lo que sí se ha modificado es el destino de ese incremento de productividad o, lo que es lo mismo, su reparto entre los salarios reales y el excedente empresarial. Es quizás este cambio sustancial en la distribución de la renta lo que puede explicar las elevadas tasas actuales de desempleo. Algunos de los artículos del presente apartado van destinados a analizar esta faceta del problema; el resto hace referencia al mercado laboral y sus respectivas reformas, tanto la de 1994 como la que se ha llevado a cabo en 1997. Ambas presentan la misma orientación, desregulación absoluta de las relaciones laborales y retorno a un mercado de trabajo sin protección y de corte darvinista.


V.- CONTRARREFORMA FISCAL.- Habrá que convenir en que la política fiscal es uno de los terrenos más sensibles y en el que de manera más inmediata se descubren los principios ideológicos que dominan una determinada sociedad. "Toda modificación importante en el equilibrio de las fuerzas políticas y de clase -afirmaba James O’Connor- queda reflejada en la estructura tributaria". Por ello, parece lógico que en un sistema autocrático, dictatorial y profundamente conservador como el del franquismo, la política fiscal fuese radicalmente injusta y que, por lo tanto, una de las tareas prioritarias al comienzo de la democracia fuese la de acometer una reforma fiscal, reforma fiscal que con sus claroscuros, avances y retrocesos fue dando sus frutos y consolidándose hasta 1988. De este modo, la presión fiscal que en 1977 se situaba en cifras irrisorias iría incrementándose, aunque sin llegar nunca a los niveles europeos. Pero es más o menos a partir de esa fecha (1988) cuando el proceso se invierte definitivamente y comienza una nueva etapa, que podemos calificar de contrarreforma fiscal, acelerándose esa tendencia de manera vertiginosa en los años recientes. Los artículos recopilados en este capítulo pretenden analizar y denunciar algunas de las injustas y reaccionarias medidas adoptadas en esta última época.


VI.- DE LA CORRUPCIÓN Y DEL DELITO FISCAL.- Por muy perfecto que un sistema fiscal sea en su normativa, se transforma en radicalmente injusto si se permite la generalización de la corrupción y del fraude. Es evidente que nuestro país se viene caracterizando por la laxitud en esta materia y todos los intentos de acabar con esta lacra han chocado con la actitud permisiva, cuando no abiertamente proclive a la defraudación, de los diferentes gobiernos.


VII.- LA INSOLIDARIDAD AUTONÓMICA.- El actual diseño político y la ley electoral en vigor condenan a la sociedad española a una perversa disyuntiva. O bien un partido conseguirá la mayoría absoluta, con riesgo evidente de que el Parlamento quede prácticamente anulado por un gobierno que ejerza su acción de manera despótica

-experiencia que ya hemos sufrido-, o bien serán los partidos nacionalistas los que impondrán sus exigencias sometiendo a un permanente chantaje al Ejecutivo que necesitará de sus votos para mantenerse. Es difícil pronunciarse sobre cuál de las opciones es peor. En los últimos años ha sido la segunda la que se ha impuesto, primero con el PSOE y ahora con el PP, lanzando al Estado a una dinámica centrífuga de graves consecuencias, difíciles de prever. Los efectos resultan especialmente perniciosos cuando se atenta a la unidad de la Hacienda Pública y a la de la Seguridad Social, porque es tanto como atentar a la unidad de la política redistributiva del Estado. La desintegración de la normativa fiscal someterá además a las distintas Comunidades a una competencia en materia tributaria cuyos únicos beneficiarios serán los empresarios y las rentas de capital, poniendo en peligro la progresividad de los impuestos.


VIII.- DESMANTELAMIENTO DE LO PÚBLICO Y AUSENCIA DE CONTROL.- Un denominador común de todos los gobiernos ha sido la demonización del déficit y el control del gasto público. Demonización del déficit que parece contar únicamente a la hora de planificar los diferentes capítulos de gastos, pero del que se prescinde tan pronto como se trata de conceder beneficios y exenciones fiscales, especialmente si se dirigen a las rentas altas, a las de capital y a los empresarios. En realidad, la reducción del déficit ha sido tan sólo un arma para limitar los gastos, muy particularmente los sociales. Todos los gobiernos han reiterado hasta la saciedad lo del control del gasto público, pero identificando este término con ajuste, con reducción. Sus intenciones estaban alejadas del auténtico control, el de establecer los mecanismos necesarios para garantizar que se ejecutase de acuerdo con procedimientos reglados y según criterios de economía y eficacia. Más bien al contrario, se han movido en un doble plano. Menospreciar al sector público y a la Administración considerando que cuanto más pequeños mejor, pero intentar al mismo tiempo utilizarlos de forma partidista.


A pesar de la tentativa de ordenar los diferentes artículos en los ocho apartados descritos, el lector no puede esperar que este libro tenga el carácter sistemático y deductivo de un trabajo único diseñado desde el inicio. Tal como afirmaba en la primera recopilación, el método ha de asemejarse más a lo que Ortega sugería acerca de la verdad, la concebía como una ciudadela a la que hay que sitiar y asaltar desde distintos ángulos y por diferentes procedimientos. Hoy como ayer, aspiraría a que cada uno de estos artículos fuese un ataque a esa fortaleza aparentemente inexpugnable que el poder económico ha cimentado sobre el bipartidismo. No sé si lo habré conseguido.