Botín y la lluvia de dinero
En la Gran Manzana, en el reino neoyorquino del dinero, don Emilio Botín, pletórico de entusiasmo, ha declarado enfáticamente ante los periodistas que España vive un momento maravilloso. “Cacao Maravillao”. ¿Será tan imaginario como el famoso producto que todo el mundo demandaba en Italia? Que se lo digan a los seis millones de parados, a los empleados públicos, a los pensionistas, y a tantos y a tantos trabajadores que han visto reducidos sus sueldos, y cómo se deterioraban sus relaciones laborales a la vez que perdían numerosos derechos sociales.
Bien es verdad que a pesar de que aseguran que las clases ya no existen, como las meigas, haberlas, haylas, y los intereses son contrapuestos. Los momentos maravillosos del señor Botín no tienen por qué corresponder con los de los demás. Los paraísos fiscales y laborales solo son buenos para el capital. Quizás por eso diga don Emilio que vivimos en un momento fantástico, ya que España va camino de convertirse en un paraíso fiscal y en el reino del trabajo barato.
El presidente del Banco Santander afirmó también en Nueva York que está llegando dinero a España de todas partes. ¿Y dónde se queda?. Porque la mayoría de la población no percibe tan atractivo maná. Para el común de confesores continúa cerrado el acceso al crédito y el escaso que se consigue es a un precio poco competitivo. Don Emilio justifica la escasez de préstamos en que no hay demanda solvente. Pero esta aseveración entra en contradicción con aquello de la lluvia de billetes, porque entonces ¿es que los inversores extranjeros son menos rigurosos que el presidente del Santander y ven solvencia donde el ilustre banquero no la ve?
En todo caso, el capital que hipotéticamente está entrando ahora debe de ser tan solo una pequeña proporción del que ha salido a lo largo de los cinco últimos años. Es lo que tiene la globalización, que el capital entra y sale a su antojo, hincha como un globo la economía de los países y más tarde los deja como un erial. Lo experimentaron fuertemente los países de América Latina y del Sudeste Asiático, y ahora es Europa la que lo está aprendiendo.
Pero de sacar dinero o de mantenerlo en el extranjero sabe también mucho don Emilio, el dinero personal y el del banco. El personal porque no hace mucho estuvo imputado por delito fiscal debido a esas cuentecillas en Suiza que heredo de su padre, fruto, según dijo, de la evasión de España durante la Guerra Civil, y que al padre y al hijo se les olvidó repatriar durante casi ochenta años. Imputado y no condenado, porque los que tienen recursos siempre pueden evitar la prisión poniendo dinero encima de la mesa. El caso Messi está haciendo escuela. La cárcel es tan solo para los rateros.
También sabe mucho don Emilio de invertir los recursos de su banco, el Santander, en el extranjero. Cosa curiosa, al tiempo que afirma que todo el mundo viene a invertir a España, él se va invertir al exterior, a EE UU. Será que cree más solventes a los de fuera que a los de dentro. En eso de hacer las américas no ha estado solo el presidente del Banco Santander. Casi todas las grandes empresas se han lanzado a invertir en el extranjero, y para el capítulo de curiosidades el hecho de que esta fuga de capitales esté subvencionada por Hacienda.
Las grandes sociedades, a la hora de invertir en el exterior, han contado con un instrumento excepcional: la posibilidad de contabilizar como fondo de comercio la diferencia entre el precio pagado en la compra de empresas extranjeras y el valor estimado de mercado. El fondo de comercio se puede amortizar y deducir de la base imponible del Impuesto sobre Sociedades. El régimen era al parecer tan favorable y discriminatorio para las sociedades de otra nacionalidad que la Comisión lo calificó de ayuda de Estado, ya que confiere ventajas comparativas a las empresas españolas en relación con otras europeas.
Los beneficios fiscales que obtienen las grandes compañías son aún mayores cuando la inversión en el exterior se hace a través de las denominadas entidades de tenencia de valores extranjeros (ETVE), que cuentan con un régimen impositivo en extremo favorable: los beneficios que se obtienen de la inversión están exentos, pero las pérdidas o los intereses de los préstamos utilizados para financiar la operación se pueden deducir de otros ingresos que tenga la sociedad, o de los de la matriz y de los de otras sociedades del grupo si la tributación se realiza de forma consolidada.
En fin, la verdad es que en esto de la tributación del capital el lío es bastante grande. En realidad, no sabemos si lo que se pretende incentivar es la entrada o la salida de capitales; pero lo que sí es seguro es que estamos dispuestos a beneficiar fiscalmente al capital de cualquier forma.
En definitiva, no sé por qué don Emilio pone tanto empeño en manifestar que estamos en un momento maravilloso. ¿Acaso hay algún momento que no sea maravilloso para los banqueros?