26-12-2014

Rusia y la libre circulación de capitales


  Aún no ha terminado la crisis del 2008, por lo menos para la Eurozona, cuando surge en lontananza una nueva crisis financiera, la de Rusia. En este caso, unida a la bajada de los precios del petróleo, producto del que depende el 65% de sus ingresos, y a las sanciones impuestas por EE.UU. y Europa, que han propiciado una fuga de capital e inversores y una caída en pocos días de la cotización del rublo cercana al 40%. El motivo es lo de menos; lo primordial es que, una vez más, aparece de forma clara la vulnerabilidad financiera a la que están sometidos los países y las poblaciones con la libre circulación de capitales. Siempre habrá acontecimientos que actúen como detonante.


El Banco de Rusia ha reaccionado de forma clásica, subiendo brutalmente los tipos de interés hasta el 17%. Pero no parece que haya servido de mucho, lo que es hasta cierto punto lógico, ya que no hay tipo de interés por muy grande que sea que pueda compensar las pérdidas ligadas a una depreciación fuerte de la moneda. Mayor defensa ofrece el considerable stock de divisas que guarda el banco central ruso y que le permite comprar rublos en el mercado, se calcula que ronda los 430.000 millones de dólares. Rusia, igual que otros países emergentes, ha aprendido de las crisis pasadas, y ha llegado a la conclusión de que la única garantía de no verse de nuevo inmersa en una situación como la de 1998 es acumulando reservas.


El detonante en 1998 fue también la bajada del precio del petróleo. En aquel año la economía se contrajo un 5,3% y la inflación se disparó al 27%, el rublo perdió un 71% de su valor con respecto al dólar, la bolsa se hundió (el índice bursátil RTS se redujo en un 85%) y el Gobierno entró en default y anunció que tenía que posponer el pago de la deuda. La diferencia es que entonces el banco central ruso no contaba como ahora con un stock de divisas que le permitiese salir en defensa del rublo. Pero ¿es esto suficiente garantía? De hecho, en lo que va de año el Banco de Rusia ha tenido que emplear ya 100.000 millones de dólares, el 20% de sus reservas. ¿Bastara con el resto para torcer la mano a los mercados? Una vez que en un régimen de libre circulación de capitales los inversores han llegado de forma generalizada a la conclusión de que el tipo de cambio de una moneda es irreal y han decidido abandonarla, existen muchas dudas de que un banco central pueda mantener durante mucho tiempo el tipo de cambio fijo.


La sombra del año 1992 se cierne sobre todas las crisis financieras posteriores. Todo el mundo recuerda cómo Soros ganó la partida al Banco de Inglaterra apostando por la devaluación de la libra y la salida de esta del Sistema Monetario Europeo (SME). En realidad, en los primeros años noventa fueron todos los bancos centrales de los países europeos los que mostraron su debilidad frente a los mercados y su impotencia para mantener tipos de cambio nominales que no se correspondieran con la realidad. Italia y Gran Bretaña tuvieron que abandonar el SME, España debió devaluar cuatro veces la peseta y Francia y Alemania se vieron obligadas a cambiar las bandas de fluctuación del SME al +- 15%, que era dejar prácticamente las monedas en libre flotación.


Es evidente que la liberalización de los movimientos de capital ha incrementado considerablemente el número y la intensidad de las crisis financieras, casi desconocidas en la etapa en la que se practicaron políticas de control de cambios. El pensamiento neoliberal se ha impuesto de tal forma que hoy parece imposible un escenario alternativo, pero lo cierto es que durante muchos años las naciones aplicaron en el marco de sus políticas económicas el control de cambios. En las reuniones de Bretton Woods se produjo una total unanimidad acerca de que el sistema que se estaba creando exigía que los países miembros contasen con esta posibilidad. Existía el precedente de la quiebra de un gran número de bancos durante la década de los años treinta, tras la Gran Depresión, que la gran mayoría de los expertos han atribuido a la libre circulación de capitales. La opinión generalizada era que la desregulación de los mercados financieros y la libre circulación de capitales estaban entre las causas de la hecatombe financiera que se desencadenó en 1929.


Por si cupiese alguna duda, relativamente pronto, tras la implantación del Sistema Monetario Internacional de Bretton Woods, fueron apareciendo déficits en las balanzas de pagos de muchos países que necesitaban ajustes. El caso más evidente fue el de Gran Bretaña que, ante la especulación de los mercados, no pudo mantener la libra al tipo de cambio acordado y tuvo que devaluar, a pesar de haber recibido un enorme préstamo de Estados Unidos de 3.700 millones de dólares, que perdió en apenas seis semanas. Este acontecimiento convenció a todos los gobiernos de que no tenían más opción frente a la especulación en los mercados que aplicar estrictas medidas de control de cambios y limitar los movimientos internacionales de capitales.


Esta etapa fue, sin duda, la de mayor auge económico en todas las naciones desarrolladas, tanto en lo que hace referencia a las tasas de crecimiento como a los bajos niveles de desempleo. Asimismo, se caracteriza por una cierta estabilidad financiera con ausencia casi total de crisis. La situación comenzó a modificarse en 1971 cuando Nixon suspendió la convertibilidad del dólar con el oro y asumió la libre circulación de capitales. Sin embargo, no sería hasta la década de los ochenta cuando en la mayoría de los países se fueron suprimiendo las políticas de control de cambios e introduciendo libertad en los movimientos internacionales de capital, en buena medida por la presión de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional (FMI).


Con la aceptación de la libre circulación de capitales los gobiernos han abierto la caja de Pandora, han dejado en libertad a un monstruo que claramente no controlan. A lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX, las crisis se han producido con cierta frecuencia, afectando en ocasiones a los países en vías de desarrollo, pero también a los desarrollados, como Suecia y Finlandia en la década de 1980. Durante esos mismos años se produjo la crisis de las cajas de ahorros en Estados Unidos y la de la deuda, que habría de afectar a todos los países latinoamericanos. En 1994, la de México y Argentina; en 1997, la de Asia; la de Rusia en 1998; en 1999 la de Brasil y de nuevo en Argentina, y a todas ellas habría que añadir los muchos años de depresión que ha sufrido Japón. Por último hay que citar la Gran Depresión que a partir de 2008 ha afectado a toda la economía mundial y de la que aun no hemos salido cuando la inestabilidad amenaza ya a otros países como es el caso de Rusia.


La libre circulación de capitales no representa ninguna realidad ineludible de la economía. Es más bien una decisión libremente tomada por los gobiernos, decisión que, lejos de traernos toda clase de bendiciones como se nos quiere hacer ver, pone gravemente en peligro al propio sistema financiero. Es muy posible que esté multiplicando las ganancias y los beneficios de una minoría, pero para el conjunto de la población representa menos crecimiento y más paro. Además, se ha configurado como el instrumento más eficaz para desmontar el Estado social. La libre circulación de capitales y la deslocalización son el pretexto para limar la progresividad de los sistemas fiscales y liberar de gravamen al capital; son también la coartada para desactivar los sistemas de protección social y para desregular más y más los mercados laborales, empeorando las condiciones de los trabajadores. Pero sobre todo y aunque parezca paradójico constituyen una bomba de relojería colocada en los cimientos del sistema económico y que amenaza continuamente con volarlo.