20-11-2015

El estancamiento de la Eurozona


      Una vez más, la economía de la Eurozona se desacelera. La tasa de crecimiento del cuarto trimestre (0,3%) es inferior a la del segundo (0,4%). Se dirá que los decimales tienen poca importancia, lo cual puede ser verdad, pero se manifiesta con claridad la tendencia y sobre todo la incapacidad de la economía de los distintos países para superar definitivamente la crisis. Si observamos en un gráfico la línea que representa el crecimiento trimestral del PIB en los últimos cuatro años, repararemos en que va pegada, bien por abajo bien por arriba, a la abscisa, es decir, al cero, y todo intento de remontar resulta en vano.


Hay quien pretende explicar la desaceleración actual de la Eurozona por el enfriamiento de la economía mundial, a causa de los problemas económicos de China y de los países emergentes. Pero lo cierto es que las dificultades de la zona euro provienen de mucho antes, su punto débil no se encuentra en el sector exterior (ya que mantiene en conjunto un superávit por encima del 3%, derivado del 7% alemán), sino en la demanda interna, castigada por la llamada política de austeridad y por las devaluaciones internas a las que se han visto obligados muchos países, sin que hayan sido compensadas por políticas expansivas de los Estados que tienen fuertes excedentes en sus balanzas de pagos.


La que hemos denominado “gran recesión”, que estalló en 2008 tenía, en mi opinión (véase mi libro “La trastienda de la crisis”), un origen claro en los enormes desequilibrios acumulados en las balanzas de pagos de los distintos países, que proyectaron sobre la economía mundial un escenario completamente ficticio y transitorio. Unos países, los acreedores (Alemania, Japón, China y otros países emergentes, etc.) crecían gracias a las exportaciones; y otros, los deudores (EE.UU., los de Europa del Sur. Australia, Canadá, etc.), gracias a los créditos concedidos por los acreedores. Esta situación de inestabilidad no podía perdurar. La acumulación progresiva de deuda se había hecho insostenible y la consiguiente burbuja tenía que acabar estallando.


La crisis forzó a corregir parcialmente los desequilibrios mediante el realineamiento de las divisas. Sin embargo, entre los países de la Eurozona este realineamiento no era posible, por lo que los países del Sur fueron sometidos a una devaluación interior, letal desde el punto de vista social, y que no se compensó con ningún ajuste en sentido contrario de Alemania y del resto de países excedentarios, de manera que ahora es toda la Eurozona la que presenta un fuerte superávit y la que se ha convertido en factor de inestabilidad de la economía mundial.


China lleva tiempo intentando corregir su modelo de crecimiento, basado en las exportaciones, para pasar a otro que se sustente en la inversión y en su consumo interior, tránsito que no es fácil en un país de sus dimensiones y características. No es, por tanto, extraño que su economía -al igual que las de otros países emergentes en situaciones similares- se encuentre en dificultades, y que ello repercuta en  la economía mundial, porque lo que ya no es viable es que toda ella dependa del consumo de EE.UU.


En este espacio de globalización casi todas las relaciones son recíprocas, los fenómenos se influyen mutuamente. Es posible que la disminución del comercio mundial esté incidiendo sobre la economía de la Eurozona; pero es que, a su vez, la Eurozona con su superávit en la balanza de pagos está colaborando a las dificultades de la economía mundial.


Draghi viene repitiendo, cual nueva Casandra, que la política monetaria no es suficiente para conseguir que la Eurozona abandone la zona cero y desaparezca el fantasma del estancamiento al estilo de Japón. Es curiosa la trayectoria del presidente del BCE. Durante años se negó a cumplir su papel de prestamista en última instancia, dejando a muchos gobiernos al albur de los mercados y forzados a pagar tasas de interés abusivas. Ha sido el arma efectiva con cuyo chantaje imponer la política de austeridad y las medidas más regresivas en los distintos países. El último caso ha sido Grecia. Fue Draghi y no otro el que, cortando la financiación a los bancos helenos, obligó a tirar la toalla al Gobierno de Tsipras. Pues bien, ha sido el mismo Draghi el que, cuando ha visto que el juego se ponía peligroso y que la Eurozona entera bordeaba la deflación, se ha lanzado a ejercer sus funciones.


Frente a los que se deshacen en alabanzas al presidente del BCE, hay que afirmar que ahora está simplemente ejerciendo las funciones que corresponden a todo banco emisor y que son las que debería haber ejercido mucho antes. Pero lo sorprendente es que Draghi caiga ahora en la cuenta de que sus políticas, por más trucos monetarios que se saque de la manga, no bastan, y de que se precisan políticas fiscales expansivas. La verdad es que su descubrimiento no es precisamente nuevo. Hace ya muchos años que Keynes habló de la trampa de liquidez y que en todos los libros de texto se transcribe la analogía de que se puede llevar el caballo al abrevadero, pero no se le puede obligar a beber, es decir, que se puede inundar de dinero la economía, pero ello no obligará a invertir a los empresarios si no quieren.


La política monetaria necesita como complemento la política fiscal. ¿Pero de dónde la sacamos si la Eurozona no tiene apenas presupuesto (el 1% del PIB), si ha sido el mismo BCE el que ha sometido a la mayoría de los países a rígidos programas recesivos, y si los únicos países que pueden acometerla, por ejemplo, Alemania, no están dispuestos a lanzarse por esta senda ni están forzados a ello por los Tratados? Al final nos topamos, como siempre, con un diseño totalmente erróneo de la Unión Monetaria, carente de cualquier integración fiscal, con un Banco Central que no está obligado a actuar más que cuando se le antoja, y sin que ni siquiera se haya establecido en los Tratados la obligatoriedad de ajuste a los países excedentarios. En consecuencia, la Eurozona está forzada a inventarse sistemas alambicados, que no funcionan, y que no pueden funcionar, porque en el fondo todo está ya inventado, y el resto es intentar cuadrar el círculo. Cuadrar el círculo es el plan Juncker, que pretende realizar una política fiscal expansiva con inversión privada. Pero ¿no habíamos quedado en que si no quieren beber no se les puede obligar a ello?