18-12-2015

El euro, el gran ausente en las elecciones


         Pocos asuntos influirán tanto en el futuro de los españoles como la Unión Monetaria; es más, condiciona casi todos los otros aspectos de su vida, es como una envolvente que limita y ciñe la mayoría de las parcelas. El mismo mapa político que se ha manifestado en estas elecciones generales, tan distinto del de otros comicios, tiene su origen en las consecuencias económicas derivadas de la creación de la moneda única. No ha sido la corrupción, tal como comúnmente se afirma, la que ha generado la ola de indignación que ha propiciado la creación de partidos emergentes, sino el deterioro de la situación social y económica de millones de españoles. La corrupción, quizá no demasiado distinta de la de otras épocas, tan solo ha provocado la contestación y la repulsa por contraste con el empobrecimiento, si no total, sí desde luego masivo de la sociedad.


Los Gobiernos de Rajoy y de Zapatero, tan culpables en muchas cosas, no  habrían actuado tal como lo han hecho si no hubiese sido por el euro y por la ratonera a la que condena a países como España. La misma virulencia con que se ha manifestado el independentismo catalán hunde sus raíces en la precariedad que ha golpeado, al igual que al resto de España, a Cataluña. El paro y el deterioro de las condiciones sociales ha sido un buen caldo de cultivo para que el nacionalismo captase adeptos y un buen instrumento para que Mas y su Gobierno eludiesen sus responsabilidades, y se librasen de las críticas y de los improperios. La estrategia del nacionalismo ha consistido en señalar como único culpable del empobrecimiento y de los recortes al Estado español y en hacer creer a muchos catalanes que sus males desaparecerían con la independencia.


La relevancia que para la vida de los españoles tiene la pertenencia a la moneda única contrasta con la ausencia de este tema en la campaña electoral. Se ha instalado un clamoroso silencio, una especie de conspiración. Todo el mundo lo ha ignorado. Cada uno de los partidos, incluso aquellos que deben su existencia a las consecuencias derivadas de este hecho, lo ha eludido, renunciando así a un análisis serio y en profundidad de la situación económica española. Como mucho, se ha hecho referencia a la crisis, sin entrar en su etiología y dándole el tratamiento de fuerza cósmica, especie de catástrofe natural, algunos han llegado a ver en ella una situación pasajera que gracias a la pericia del Gobierno se ha superado. Cada formación política ha atribuido la culpa y la responsabilidad al resto de los partidos. Para unos era la herencia recibida; para otros, la actuación cuasi criminal de un gobierno; para los demás, la vieja política o la casta; pero todos se han negado, por lo menos en estas elecciones, a considerar el contexto.


Lo más grave de esta situación es que todas las formaciones políticas han elaborado sus programas económicos de espaldas a la existencia de la moneda única, como si aún perviviese la peseta y dispusiésemos de un banco central dispuesto a defender nuestras finanzas frente a los mercados. Todos se comportan como si la soberanía permaneciese todavía en el pueblo español, y en los diputados y en el Gobierno que salgan de las urnas. Parece que no hemos aprendido nada, una especie de amnesia se ha extendido sobre los políticos y sobre la opinión pública.


Hemos arrinconado al baúl de los recuerdos el hecho de que las medidas más duras y regresivas, tanto en los últimos años de Zapatero como durante el Gobierno de Rajoy, provinieron de Berlín, Frankfurt y Bruselas. Este olvido colectivo se ha producido a pesar de que las instituciones europeas han hecho esfuerzos para hacerse presentes y lanzar sus admoniciones a lo largo de toda la campaña electoral, desde la crítica a los presupuestos elaborados anticipadamente por el Ejecutivo de Rajoy hasta las advertencias al futuro gobierno que salga de las urnas. Quieren dejar bien claro que con elecciones o sin elecciones son ellas las que siguen mandando.


La Comisión, y detrás de ella el BCE, continúa pidiendo ajustes, reducción del déficit público, una nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral, y advierte de los desequilibrios que persisten todavía en nuestra economía, el aún enorme nivel de paro, la balanza de pagos entra de nuevo en zona negativa, el endeudamiento exterior permanece en cotas altamente peligrosas y la banca no termina de salir de la zona de peligro, con el agravante, del riesgo que mantiene en los países emergentes, en especial en América Latina. A lo que habría que añadir algo que las instituciones europeas callan, el efecto más débil de lo esperado que están teniendo en la economía europea las políticas expansivas del BCE y las reticencias y oposición que estas causan en Alemania.


Por olvidar, hasta nos hemos olvidado de lo ocurrido en Grecia, en la que importó poco el resultado de las urnas y el programa electoral con el que Syriza se concurrió a las elecciones. Ni siquiera tuvo relevancia la opinión de los ciudadanos manifestada en el referéndum. Quedó muy claro dónde residía la soberanía. Si alguien piensa que el país heleno constituye un caso único, se equivoca. La diferencia radica tan solo en que allí se ha explicitado de forma palpable lo que en los otros países permanece más oculto, pero susceptible de manifestarse tan pronto sea necesario.


El aspecto más importante de los programas de los partidos políticos en estas elecciones debería haber sido definir su postura frente a la Unión Monetaria, pero es precisamente en esta materia en la que todos han guardado un absoluto silencio. Es como si el tema quemase. Y en realidad es así. Todos los medios de comunicación y los poderes económicos que se encuentran tras ellos están dispuestos a destrozar a cualquier formación política que plantee la menor duda sobre la bondad y conveniencia de la Unión Monetaria.


No se trata de exigir a las formaciones políticas que tomen posición acerca de si en los momentos presentes debemos permanecer o no en la Unión Monetaria, cuestión sumamente difícil de contestar, aun cuando se esté plenamente convencido del enorme error que se cometió al constituirla. Romper huevos para hacer a continuación una tortilla resulta sumamente sencillo, pero, una vez hecha, reconstruir los huevos es tarea imposible. Nadie puede ignorar los ingentes problemas a los que tendría que enfrentarse el país que pretendiese en solitario abandonar la moneda única. Es difícil sopesar dónde se encuentran las mayores dificultades, si en la salida o en la permanencia. En cualquier caso, no parece que ningún gobierno esté dispuesto en solitario a asumir tamaña responsabilidad. El caso de Syriza y de Tsipras es sintomático, aunque soy de los que piensan que si Grecia en mayo de 2010, en lugar de pedir el rescate, hubiera tomado la decisión de abandonar la Eurozona, su deterioro económico difícilmente hubiera sido mayor que el sufrido, aunque el coste seguramente se habría repartido de una manera más equitativa y en este momento probablemente ya hubiera superado la situación crítica.


Sin embargo, sí habría resultado muy clarificador que las distintas formaciones políticas, tras todo lo sucedido en los últimos años, manifestasen su opinión acerca de la Unión Monetaria. Su juicio sobre el Tratado de Maastricht y sobre los factores y parámetros con los que se firmó; si en 1999 se debió o no constituir la Unión Monetaria y, en todo caso, si no nos hubiese ido mejor quedándonos fuera. Acerca también de si resulta sostenible la situación actual de la Eurozona y si consideran que existe alguna probabilidad de que Alemania y otros países del norte permitan que se constituya la Unión Fiscal; si están dispuestos a renunciar definitivamente a la soberanía y al Estado social y si, en último término, no creen que la mejor solución posible sería que, de común acuerdo, todos los gobiernos reconociesen la imposibilidad de seguir adelante, e instrumentasen los medios para desandar lo andado. La respuesta a todas estas preguntas no resulta baladí. Porque, por una parte, diría mucho de la sostenibilidad o no de sus programas electorales y, por otra, manifestaría su opinión sobre qué objetivo tendría que fijarse España a medio plazo, y cuál debería ser la postura del futuro gobierno, aceptando por supuesto los condicionantes, en sus relaciones con las instituciones europeas y en las alianzas con los gobiernos de otros países de la Eurozona.