17-10-2014

Desconcierto en los organismos internacionales


Dicen que el hábito no hace al monje, pero nuestra sociedad está siempre presta a dar la condición de clérigo a quien viste el traje talar. La valía técnica se suele medir por el puesto que se ocupa o, mejor, por los cargos que se han desempeñado, sin realizar el menor análisis de cómo se ha llegado a tales cometidos. Nada más mágico que la conversión de los políticos en técnicos, teniendo en cuenta que las elecciones y los votos, si bien legitiman para gobernar, no otorgan ni la ciencia ni la sabiduría.


Viene esto a cuento de que Joaquín Almunia, tenido por los medios de comunicación como gran experto, varias veces ministro y en los últimos tiempos comisario europeo, doctorado y máster por la universidad del PSOE, ha declarado que no se puede descartar una tercera recesión en la Eurozona. Se alinea así con las recientes manifestaciones del FMI, cuna de "expertos" y cementerio de políticos. Ese chascarrillo que señala a las previsiones macroeconómicas como la mejor defensa de los pronósticos meteorológicos es, sin lugar a dudas, plenamente aplicable a los organismos internacionales.


Hoy, todas las instituciones: Comisión Europea, FMI, BCE, OCDE, etc., cantan la palinodia y donde dijeron digo, dicen diego, modifican sus previsiones y vuelven a presentar un panorama no demasiado optimista para la Eurozona y -lo que es peor-, si bien hay coincidencia en el diagnóstico no así en las recomendaciones, en las que se contradicen presentando discursos más bien deshilachados y sin demasiada lógica. En general, no reconocen sus errores ni se preguntan la razón de que la Eurozona continúe siendo el problema número uno de la economía mundial, ni el porqué de que no termine de salir de la crisis.


El FMI tiene razón cuando reclama una actuación más contundente del BCE. Draghi, constreñido por los halcones del Bundesbank, no termina de decidirse. Amenaza, pero sus actuaciones, casi siempre tardías, continúan siendo bastante tibias e ineficaces. Presas de una postura sectaria que condena todo lo público, los rectores del BCE están dispuestos a comprar todo tipo de títulos basura a las entidades financieras, pero consideran un gran sacrilegio adquirir en el mercado deuda soberana. No podrá extrañarnos que eso que llamamos mercados pueda en cualquier momento desconfiar de nuevo de la solvencia de estos títulos, cuando es el propio BCE el que huye de ellos.


Por otra parte, Draghi está en lo cierto cuando alega que no todo se puede confiar a la política monetaria. Eso ya lo adelantó Keynes al referirse a la trampa de liquidez y al simil de que se puede llevar el caballo al abrevadero, pero no se le puede obligar a beber. Sin embargo, en lo que no tiene razón, al igual que no la tiene el FMI, es en la exigencia a los países miembros de que continúen aplicando reformas, en especial cuando las medidas a las que principalmente se refieren son ahondar aún más en la desregulación del mercado laboral y en la reducción de los salarios. Proseguir en esta senda, aparte de injusto, sería totalmente contraproducente.


El tema es tan evidente que hasta la OCDE ha tenido que reconocer que supondría un error el hecho de que en España persistiese la bajada de salarios; lo que no reconoce y sí lo hace en cambio la Organización Nacional del Trabajo (OIT) es que ha significado también una equivocación la brutal desregulación a la que en el pasado se ha sometido al mercado de trabajo, con el consiguiente descenso de las retribuciones de los trabajadores. En un consistente informe presentado en el Consejo Económico y Social, la OIT mantiene algo que algunos hemos venido defendiendo hace tiempo, que el descenso salarial, en buena medida, lejos de reducir los precios e incrementar así la competitividad, ha ido a engrosar los excedentes empresariales. Además, poca competitividad se puede ganar si todos los países aplican la misma política. No obstante, lo que esta política sí ha generado es un incremento del paro (ha facilitado el despido) y la reducción de la demanda, lo que impide la reactivación de la actividad económica. Fundamentar el crecimiento únicamente en el sector exterior conduce a la debacle económica, sobre todo cuando todas las economías pretenden seguir la misma estrategia.


Se precisa acometer una política fiscal expansiva, lo que para muchos países europeos en las condiciones actuales resulta imposible, dado el enorme endeudamiento que presentan y al no disponer de un banco central que les respalde; mientras aquellos otros países que sí podrían acometerla por presentar superávit en sus saldos exteriores, no están dispuestos a ello, y nadie tiene fuerza para obligarles, ya que no está previsto en los tratados. Aquí se encuentra precisamente uno de los grandes errores sobre los que se asentó la construcción de la Unión Monetaria, su asimetría. La obligación de los ajustes recae exclusivamente sobre los países deficitarios y deudores y no sobre los acreedores con balanzas de pagos positivas.


En estas condiciones la Eurozona no puede funcionar, pero esto nadie quiere aceptarlo porque sería tanto como reconocer su culpa y responsabilidad en haber dado vida a un proyecto altamente defectuoso e informe. De ahí las vueltas y revueltas, las correcciones y rectificaciones en sus pronósticos y consejos que adoptan los organismos internacionales. Recomendaciones a menudo contradictorias. Parecen el coro de los doctores de la zarzuela “El rey que rabio”: “Y de esta opinión nadie nos sacará: ¡el perro está rabioso!, ¡o no lo está!”.