16-01-2015

El BCE ante la deflación de la Eurozona


  Día a día, a la Eurozona se le va complicando el escenario económico. La tasa de inflación del mes de diciembre ha sido del -0,2%. Es cierto que ello obedece en buena medida al descenso del precio del petróleo y que quizá no se puede hablar aún de deflación en sentido económico estricto, pero no es menos verdad que la tasa de inflación de la Eurozona lleva más de un año muy alejada del 2% que el BCE fijó como meta teórica para mantener la estabilidad monetaria.


El BCE, con Draghi a la cabeza, se ha revelado como un artista en la amenaza y el amago, pero sin decidirse nunca a disparar por completo la artillería, al menos cuando se trata de realizar una política expansiva, porque si la desviación se produjese al revés, y el nivel de precios llevase mucho tiempo superando ese objetivo del 2%, los halcones de la austeridad con el Bundesbank a la vanguardia ya habrían puesto el grito en el cielo exigiendo al BCE medidas restrictivas y que aplicase el torniquete monetario.


El estado actual de la Eurozona, próximo a la deflación, con estancamiento económico y tasas negativas de precios, proyecta el fantasma del Japón, que sufre esta situación desde hace casi dos décadas y despierta los peores augurios para los países del Sur que ven cómo les resulta imposible reducir su endeudamiento.


Rajoy, sin embargo, se ha mostrado satisfecho porque la tasa de inflación de la  economía española se haya situado en el -1%. La razón es la misma en la que se ha basado la política económica aplicada por el Gobierno, la llamada deflación competitiva, encaminada a incrementar la  cuota de mercado en el exterior. Con ese fin se aprobó la reforma laboral y se propició la reducción generalizada de salarios. El planteamiento (aun cuando se sabe que gran parte del efecto se pierde al ir a incrementar el excedente empresarial) puede tener algún sentido siempre que los otros países no apliquen la misma política. De nada sirve, de cara a ganar competitividad, tener tasas reducidas de inflación si el resto de las economías las tienen parecidas, al igual que difícilmente se va a conseguir un superávit en el sector exterior si las naciones que adquieren nuestro productos apenas crecen.


Los resultados de esta política no se han hecho esperar y ha bastado que nuestra economía comenzara a recuperarse, aunque haya sido ligeramente, para que la balanza por cuenta corriente cambie de signo en  2014 y retorne a ser negativa, con lo que la deuda exterior vuelve a incrementarse; es decir, que una vez más crecemos a crédito, situación que, dado nuestro nivel de endeudamiento, no podrá mantenerse mucho tiempo. El sector exterior será de nuevo el factor que estrangule la incipiente reactivación.


La situación próxima a la deflación que mantiene la economía de la Unión Monetaria constituye un nuevo desafío para el BCE. Todo el mundo espera que actúe el próximo 22 de enero y que adopte por fin esa medida tantas veces anunciada pero jamás puesta en práctica, lo que la Reserva Federal de EE. UU. ha denominado Quantitative Easing (QE), es decir, la compra de bonos soberanos (deuda pública de los distintos países de la Unión) en mercado abierto.


Conviene recordar a este respecto que en septiembre de 2012, en plena ofensiva de los mercados, el Banco Central Europeo (BCE) aprobó ya un programa de adquisición de bonos soberanos que fue bautizado con el nombre de Transacciones Monetarias Directas (OMT, por sus siglas en inglés), solo que subordinado a múltiples condiciones, principalmente a que el país que desease la compra por el BCE de su deuda debería pedir el rescate y someterse a los dictados de la Troika. Desde Alemania se dudó de la legalidad de la medida y recurrieron al Tribunal Constitucional germánico que, con buen criterio, se declaró incompetente (hubiera sido escandaloso someter la legalidad de la Unión al dictamen de un tribunal nacional) y remitió el caso al Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que aún no se ha pronunciado, aunque hace unos días el abogado general de la institución se manifestó a favor. Todo ello es bastante indicativo de que las decisiones que se vayan a tomar el día 22 están aún por determinar y sometidas a múltiples disputas.


Por lo que hasta ahora se ha filtrado, es el Bundesbank el que como siempre pone los mayores obstáculos y es de prever que, una vez más, el acuerdo acabe descafeinado. Así, se están barajando una serie de opciones, todas ellas inaceptables. La primera cuestión hace referencia a la clase de deuda a comprar. Parece ser que dentro del Consejo del BCE hay quien defiende la opinión de que sean solo títulos de máxima solvencia (AAA) los que puedan ser adquiridos, con lo que quedarían excluidos los de la mayoría de los países de la Eurozona. Otros, menos rigurosos, sitúan la división en la calificación BBB, en cuyo caso serían Grecia y Chipre los que paradójicamente resultarían relegados. Cualquier alternativa que no englobe los títulos de todos los países sería vejatoria, aumentaría la discriminación y ahondaría aún más la escisión entre el Norte y el Sur.


La segunda cuestión apunta a quién asume el riesgo, si el BCE o los bancos centrales de los diferentes países, en proporción a la deuda adquirida de cada uno de ellos, lo que dice mucho de cómo en el fondo ni los mismos mandatarios europeos, a los que se les llena la boca hablando de la moneda única, creen en ella. La prueba es que se pretende que el riesgo esté bien distribuido por países, por si al final la Unión Monetaria se rompe.


Detrás de estas alternativas descafeinadas se encuentra la negativa de Alemania de avanzar en cualquier tipo de socialización, ni siquiera se acepta compartir el riesgo. Alemania desea apropiarse de los beneficios de la moneda única sin asumir ninguna cuota del coste. Bien es verdad que es la incoherencia de los Tratados la que se lo permite. Pero esta postura hace inviable la Unión Monetaria porque ahonda progresivamente la división entre unos y otros países y, antes o después, los perdedores se sublevarán. Citemos un ejemplo, mientras Italia (por no referirnos a Grecia, Portugal o España) alcanza una tasa de paro récord del 13,4%, desconocida en su historia económica al menos desde el año 60, la de Alemania se sitúa en el 5,5%, la más baja que este país ha tenido desde los años ochenta.


Es por esto por lo que de alguna forma resulta irrisorio oír hablar al secretario general del PSOE de mutualización de deuda y de eurobonos. Estamos a años luz de esa posibilidad. Alemania jamás lo permitirá. Esta y otras muchas cosas son las que se tendrían (debería decírselo a su amigo Felipe González) que haber planteado en Maastricht antes de haber firmado el Tratado por el que se creaba la moneda única. Más hiriente todavía es escuchar al señor Draghi afirmar que una unión monetaria solo es eficaz y viable si se acompaña de integración fiscal, al tiempo que añadía a este aserto la demanda de que se avance en la constitución de una verdadera hacienda pública europea. ¿Nos lo dice o nos lo cuenta? ¿Pretende acaso tomarnos el pelo? El es testigo de excepción de que estamos a años luz de ese objetivo y sabe muy bien cuánto le está costando afianzar cualquier paso, por pequeño que sea, en la integración. No se acepta compartir el riesgo, como para compartir la bolsa…