10-10-2014

Las terceras vías nunca son buenas


De vez en cuando, los medios de comunicación y los que se autodenominan “analistas políticos” se preguntan acerca del declive de la socialdemocracia. La respuesta hay que buscarla, creo yo, en la adopción de la tercera vía. Tony Blair llamó así a su programa político, y Felipe González, Schröder, Zapatero y otros, sin emplear tal apelativo para denominar su discurso, asumieron los mismos principios. Pretendieron ser eclécticos, situarse a medio camino entre el socialismo y el neoliberalismo económico, practicar un cierto irenismo, lo que resultó fatal para la sociedad pero también para ellos, ya que terminaron devorados por las posturas neoliberales. "In medio virtus" afirmaban los escolásticos, pero con los dogmatismos, y el neoliberalismo lo es, no caben pactos ni posiciones intermedias, porque en cuanto han conseguido una determinada meta, ya la están empleando de punto de apoyo para escalar un nuevo peldaño. Al final, todas las posturas intermedias quedan superadas.


Ante el desafío soberanista catalán son muchas las voces que se levantan reclamando como solución una desconocida tercera vía, y exigiendo al Gobierno que mueva ficha y haga una propuesta. Propuesta que desde luego nadie se atreve a concretar. Todo lo más que se avanza es la creación de un Estado federal y la reforma constitucional. Detrás de esta postura se encuentra, por supuesto, el PSOE que se ha agarrado a esta estrategia como forma de contentar al PSC y evitar que se tire al monte.


En el fondo, es la misma actitud que adoptó IU tiempo atrás, cuando asumió en su programa el Estado federal, no tanto por convencimiento como por lograr un medio de apaciguar las tendencias centrífugas que se daban en la coalición, principalmente en Euzkadi, con Ezker Batua. La verdad es que de poco sirvió. Al final, IU ha tenido que refundarse en el país vasco, pero lo cierto es que la participación de Madrazo en el Gobierno de Ibarretxe y la complicidad con su plan soberanista le costó a IU un gran número de votos en el resto de España, al igual que en la actualidad puede estar pagando un alto coste con la posición que está adoptando, arrastrada por IC, sobre el referéndum catalán.


El PSOE y todos los que simpatizan con esta formación en los medios han encontrado en la tercera vía, además, un buen instrumento para atacar al Gobierno y al PP, y marcar diferencias respecto a su política. Pretenden establecer la equidistancia entre los soberanistas y Rajoy, lo que resulta totalmente injusto. Y es que además en el fondo no saben muy bien en qué consiste la llamada tercera vía, y hacen agua en cuanto se les exige que concreten las medidas.


La reforma de la Constitución está bien como eslogan, y en abstracto todo el mundo se puede apuntar a ella, lo problemático comienza tan pronto como hay que determinar qué reformas son las que se deben aprobar. Es muy posible que entonces las posturas sean muy divergentes, especialmente en el diseño territorial en donde si algunos pretenden incrementar más el grado de autonomía, otros muchos, quizá en mayor número, desearían reducirlo.


Nadie determina tampoco qué tipo de federalismo se quiere, lo que no resulta en absoluto sencillo, dadas las múltiples competencias que en la actualidad mantienen las Comunidades Autónomas. Plantear la reforma de la Constitución y el Estado federal como la forma de contentar al nacionalismo catalán no deja de ser una postura ingenua. El nacionalismo, al igual que el neoliberalismo económico, y como todo dogmatismo, resulta insaciable y se engaña el que piense que sus reivindicaciones van a cesar por muchas concesiones que se les hagan.


Deberíamos extraer una enseñanza de lo ocurrido en 1978. Al redactar la Constitución se asumió ya una tercera vía. Se adoptó un diseño territorial del Estado que no obedecía en ese momento a las preferencias de la mayoría de los ciudadanos, pero que constituía una concesión al nacionalismo, que si bien en un principio lo aceptó (concretamente en Cataluña, CiU pidió el voto positivo a la Constitución) hoy vemos que tan solo estaba desplegando una táctica o una estratagema y que estaba dispuesto a romper unilateralmente ese acuerdo en cuanto tuviese ocasión. Cada vez han ido exigiendo más y más competencias en una carrera sin fin, incluso sobrepasando el pacto constitucional, como ya hicieron con el último Estatuto, y como pretenden hacer ahora.


El referéndum se plantea como un acto democrático, cuando en realidad es todo lo contrario, no en vano ha sido el sistema preferido por todos los dictadores que pueden / saben manejar a las masas a sus anchas. La democracia necesita normas y reglas de juego, de lo contrario nos movemos en el caos y la anarquía, cultivo adecuado para que se lleven el gato al agua los caudillos y los autócratas. Votar no es ilegal, pero convocar un referéndum usurpando funciones que no se poseen no solamente es ilegal sino probablemente delictivo. Guste o no, la soberanía se encuentra en la sociedad española en su conjunto y el supuesto derecho a decidir de una parte de la población es un ataque y un expolio al resto. Por otra parte, la democracia es también respeto a los derechos de la minoría. Aun suponiendo -que es mucho suponer- que en Cataluña fuese mayoritaria la postura independentista, ¿quién está legitimado para cambiar el statu quo a la minoría, cuando se trata de unos derechos consolidados desde hace muchos siglos?


Puestos a elucubrar sobre cuáles son los elementos en los que están pensando los que proponen la tercera vía y la reforma de la Constitución, solo hay dos realmente con contenido, pero los dos imposibles de conceder en mi opinión. Uno sería un pacto fiscal que otorgase a Cataluña una situación de privilegio y que ahondase aún más la ruptura de la hacienda pública española. Los conciertos vasco y navarro y la transferencia a todas las Autonomías de la capacidad normativa de algunos impuestos están creando un escenario complicado en las finanzas públicas y una situación de competencia ridícula. Extrapolar el concierto a otras Comunidades de mayor tamaño, como Cataluña, rompería definitivamente la política redistributiva interterritorial e implantaría a nivel estatal un sistema fiscal tan desvertebrado como el de la Unión Europea.


El segundo elemento consistiría en modificar la Constitución para conceder la soberanía a alguna región, como Cataluña; pero en tal caso no podemos hablar de tercera vía, puesto que en eso radica precisamente la exigencia de los secesionistas. Para ese viaje no hacen falta tales alforjas. Por cierto, que en los planteamientos de los partidarios del referéndum hay una petición de principio. ¿Por qué se pregunta sobre lo que ya se supone,  la soberanía de Cataluña, al creerse con derechos para realizar la consulta?


Se ha puesto de moda aseverar que Cataluña precisa de una solución política, entendiendo esta como opción contrapuesta a la legalidad y a la Carta Magna, pero ¿hay algo más político que la propia Constitución? Este planteamiento, como casi todo lo que hace referencia al nacionalismo, es tramposo, porque lo que realmente se propone es que una vez más se ceda al chantaje secesionista.