10-04-2015

Podemos, Pedro Sánchez y la Socialdemocracia


   El actual discurso político goza de una enorme ingravidez, se encuentra vacío, carece de toda profundidad. Quizás se hace más interesante cuando niega o se equivoca. Zapatero, fiel a esa constante suya de practicar el irenismo y que tanto disgustos nos ha causado –y sigue causando-, por ejemplo, en Cataluña o en el País Vasco, dirige su vista en el momento presente a Podemos con la pretensión de convertirlos y reconducirlos a la “casa común” de la izquierda (que curioso, hace mucho que no se utiliza esta expresión). Seguro de sus dotes persuasivas, se acerca al nuevo partido tildándolo de socialdemócrata.


Pedro Sánchez, que últimamente no sabe de dónde le vienen los golpes, se encuentra en la obligación de salir a la palestra para afirmar que de socialdemócrata “nasti de plasti”. Es más, puestos a poner etiquetas, se inclina por denominarlos, junto a Tsipras y sus muchachos, de nacionalistas antieuropeos.


No cometeré yo la osadía de pontificar, ni siquiera definir la ideología de Podemos. Presiento que ni ellos mismos están seguros de cuál es en la actualidad, lo que no tiene nada de extraño siendo una formación política joven que, surgida ante todo de la protesta, ha crecido rápidamente por aluvión. Lo más probable es que, hoy por hoy, haya muchos “podemos”, cada uno con su ideología. Pero lo que sin duda sí se puede hacer es mostrar lo equivocado y confundido que se encuentra el secretario general del PSOE, y la ensalada mental en que se haya, lo que tiene peor explicación puesto que es el líder actual (aunque no es muy seguro que lo sea) de un partido más que centenario. De sus palabras parece deducirse que los chicos de Podemos no pueden ser socialdemócratas porque se oponen al actual proyecto europeo e implícitamente realiza una identificación entre la Europa que se está construyendo y la ideología socialista.


Yo pienso exactamente lo contrario. Precisamente la Unión Europea y Monetaria obstaculiza hasta hacer imposible cualquier política socialdemócrata. No es de extrañar, por tanto, que todos los partidos así denominados se encuentren al borde de la extinción, al menos como tales formaciones políticas socialistas, al haber asumido y aceptado los principios y normas en que se basa la Unión Europea. La Europa del capital (en este momento no hay otra, ni se vislumbra que se pueda crear) y el socialismo son incompatibles.


El núcleo del Estado Social, y por tanto del ideario socialdemócrata, está conformado por el sometimiento del poder económico al político, único que con todos sus defectos puede ser democrático. De ahí que si bien se aceptan la propiedad privada, la libertad de empresa y la economía de mercado, se las subordina a la utilidad social y al bien común, y se exige que los poderes públicos intervengan en la economía cuanto sea necesario para garantizar el interés general y remover los obstáculos que se oponen a una igualdad efectiva.


Esta concepción política, aunque de origen socialdemócrata, se incorporó a la mayoría de las constituciones europeas, entre ellas a la nuestra. Aun cuando en la práctica se aplicase solo parcialmente, se consideraba una meta a conseguir. La revolución liberal de Reagan y Thatcher rompió este escenario y puso en marcha lo que hoy llamamos globalización, que no es más que la integración supranacional de los mercados comerciales y financieros, pero confinando el poder político al plano nacional, con lo que la asimetría es manifiesta y posibilita que el capital campe a sus anchas sin el menor control democrático.


La Unión Europea y Monetaria es hasta ahora la realización más perfecta de este sistema. Unidad mercantil, financiera y monetaria pero sin la mínima integración europea de los aspectos sociales, laborales, fiscales y por supuesto políticos. En estas condiciones, el Estado social deviene imposible porque antes se han quebrado los mecanismos democráticos. Los Estados abdican de sus competencias que son transferidas a órganos irresponsables políticamente, manejados la mayoría de las veces por los poderes económicos. Buen ejemplo de ello es el BCE que hoy se impone a la voluntad democrática de los pueblos y convierte en papel mojado todo programa de izquierdas.


Los partidos socialdemócratas cometieron el error de ir aceptando y asumiendo todo este proyecto sin ser conscientes de que se adentraban en un campo donde solo una política era posible, la de la derecha. Cavaban así su propia tumba porque en el mejor de los casos terminaban convirtiéndose en buena medida en partidos conservadores y ya se sabe que los ciudadanos suelen preferir el original a las copias.


El PSOE, al igual que el resto de partidos socialdemócratas, al asumir determinados principios y dar su aquiescencia al proyecto europeo, y más concretamente a la Unión Monetaria, se ha cerrado toda posibilidad de defender y aplicar cualquier política de izquierdas. Esto último es también aplicable a todas las formaciones políticas que pretenden presentar un discurso más radical que el de los socialistas. Difícilmente su programa será algo más que un catálogo de buenas intenciones sin virtualidad práctica, si no incorporan como piedra angular de sus propuestas la necesidad de luchar para que la eurozona se rompa y desaparezca la moneda única.


Conviene no confundir las cosas. En contra de la Unión Europea y Monetaria se puede estar desde perspectivas muy diversas. Algunos se opondrán por nacionalistas, pero otros –entre los que deberían estar los socialdemócratas y cualquier partido de izquierdas– por todo lo contrario, por falta de internacionalismo, porque no se ha construido ni se tiene intención de construir una verdadera unión política que pueda asumir las funciones redistributivas y de equidad que hasta ahora se encomendaban a los Estados democráticos.