El concepto de libertad de Esperanza Aguirre y de Artur Mas
Desde los tiempos de Benjamín Constant, los tratadistas políticos vienen señalando que hay dos formas distintas de entender el término libertad: la de los antiguos y la de los modernos, según las apellidó arbitrariamente el escritor francés. Y digo arbitrariamente porque, en honor de la verdad, debería haberlas denominado justo al revés. La llamada por Constant de los modernos, que es la que él defiende, hunde sus raíces en Montesquieu. Es una libertad de carácter individualista, orientada exclusivamente a otorgar al ciudadano una esfera, lo más amplia posible, no controlada por el poder del Estado.
La segunda concepción de la libertad, bautizada como de los antiguos, tiene por padre a Rousseau y se preocupa no tanto de los límites del poder, cuanto de que ese poder se comparta y se ejerza por todos los ciudadanos. Ser libre no significa no tener leyes, sino darse leyes a uno mismo. Pasar de una idea heterónoma del poder a una autónoma donde el gobierno no venga impuesto desde el exterior. Si la primera concepción puede calificarse como liberal, a la segunda le cuadra mejor la denominación de democrática.
El liberalismo de Montesquieu y la democracia de Rousseau, complementándose, son las fuentes del Estado moderno. No obstante, después de la Revolución Francesa, tras la experiencia jacobina y la época del terror, la mayoría de las doctrinas liberales se fueron apoyando mucho más en Montesquieu que en Rousseau, cuya doctrina fue puesta en cuarentena, sospechosa de centralismo democrático, y sustituida por la de Locke, más en consonancia con el espíritu individualista que se iría adueñando de las corrientes posrevolucionarias. En Locke, el Estado se configura como una sociedad anónima, de modo que los ciudadanos se conciben como los accionistas, con derechos y deberes en función de su patrimonio.
El liberalismo se constituye ante todo como liberalismo económico, como el ideario de los propietarios, que lo único que precisan es que, salvo para defender su propiedad, el Estado no intervenga, porque, aun sin el Estado, son los más fuertes. Abogan por que se mantenga la distribución de la renta que genera el mercado, y el statu quo vigente. Es una libertad frente al Estado, en contraposición a lo que Constant llama la de los antiguos, caracterizada por la necesidad de las grandes masas populares de que el Estado adopte una posición activa en el establecimiento de condiciones mínimas de igualdad y de justicia para que todos los ciudadanos puedan desarrollarse y ser libres; libertad en el Estado, que debe ser de todos y todos deben participar en la definición de su estructura y de sus leyes.
No hay duda de que la libertad de la que se jacta continuamente Esperanza Aguirre es aquella que Constant caracterizó como la de los modernos, aunque en realidad es una concepción vetusta y rancia, la de los liberales del siglo XIX, individualista y propia de los ricos que defienden su patrimonio. Impuestos, los mínimos y desde luego que no sean progresivos; desprecio de toda política redistributiva. En todo caso habrá que hablar de caridad y de solidaridad, pero no de justicia. El dinero, mantiene la señora Aguirre, donde mejor se encuentra es en las manos de sus propietarios, el problema es que todos no somos propietarios o, al menos, no lo somos en la misma medida. Su delfín, el actual presidente de la Comunidad de Madrid, ha heredado este concepto de libertad y sorprende a propios y extraños, cuando después de los recortes severos en sanidad, educación, dependencia, etcétera, anuncia una bajada de impuestos.
Aguirre defiende una noción de propiedad absoluta, ilimitada e incondicional, y se olvida de que la Constitución, que mantiene otro criterio de libertad, supedita toda la riqueza de la nación al bien general. Ese concepto de la propiedad es el que la llevó a afirmar, cuando intentó privatizar el Canal de Isabel II, que por fin esta institución se devolvía a los ciudadanos. Lo público parece que no es de todos los ciudadanos, tan solo lo privado, porque solo los propietarios merecen la condición de ciudadanos.
Aunque parezca extraño, Artur Mas participa del mismo concepto de libertad que pregona Esperanza Aguirre. No solo porque en materia social, política y económica coincidan en casi todo (no en balde el grupo parlamentario de CiU en las Cortes ha sido el paladín perfecto de todas las camarillas de presión, económicas y empresariales), sino también porque el nacionalismo que defiende Mas se basa en ese mismo concepto de libertad. Libertad “frente al Estado” y no “en el Estado”, aun cuando en ese Estado participen los ciudadanos de todas las regiones en condiciones de igualdad; poder autónomo, porque el poder en el Estado es al menos tan autónomo y democrático como en la Generalitat. Es más en esta última institución el poder se legitima únicamente entendido como participación del estatal.
Mas eleva su concepción de libertad individualista a nivel de grupo, y coincide con Locke en percibir al Estado como una sociedad anónima, en este caso como un holding, en el que los derechos y los deberes de cada parte están en función de la riqueza y del patrimonio. Cataluña tiene más derechos porque es más rica y aporta más al Estado; en esta concepción de la libertad las regiones no son iguales, al igual que para el liberalismo defendido por Constant y sus seguidores, los ciudadanos no son todos iguales, los hay de primera y de segunda clase. No se habla de justicia, sino de solidaridad y, aun esta, con límites. ¿Libertad de los modernos? De los antiguos y muy antiguos, diría yo.