08-05-2015

La teoría de “los dos Rato”


No es mi estilo escribir acerca del árbol caído. Tampoco lo haría en esta ocasión, si no fuera porque la caverna, esa parte más reaccionaria de la derecha, especialmente en materia económica, ha lanzado una campaña orientada a distinguir “dos Rato” con la finalidad de defender la política económica de los gobiernos de Aznar, diseñada y pilotada por Rodrigo Rato como vicepresidente económico.


Un Rato sería el de Bankia, el de las tarjetas opacas, el de las cuentas en Suiza y los entramados societarios a nombre de familiares y amigos con el objetivo de eludir la acción de la justicia. Ese Rato, según ellos, merecería todo tipo de reproches, vilipendios y anatemas; ahora bien, sostienen, esa realidad no puede empañar ni deslegitimar las actuaciones ni la política del otro Rato, el que estuvo al frente de la economía  nacional entre los años 1996 y 2004.


Mi planteamiento es precisamente el contrario. Respecto al Rato detenido, sometido a pena de telediario y vejado ante la opinión pública, poco tengo que añadir sobre lo que se ha dicho; en todo caso quitar, quitar rigor e hipocresía. Rigor, porque conviene respetar la presunción de inocencia y, por muchos que sean los indicios, lo cierto es que Rodrigo Rato aún no ha declarado frente al juez, al menos en lo referente a los tres últimos delitos que el fiscal le imputa. Hipocresía, porque en un clima generalizado de corrupción son muy pocos los que pueden tirar la primera piedra o al menos deberíamos tirar las piedras en la misma cuantía e idéntica intensidad en todas las direcciones. No parece muy equitativo pasar por alto y liberar a los banqueros y a los empresarios de las recriminaciones y reproches que se dirigen por los mismos delitos o irregularidades a los políticos.


En todo caso, vaya por delante mi repudio a esas actuaciones en tanto en cuanto puedan probarse, pero no obstante y, en contra de lo que algunos tertulianos interesados mantienen, me parecen mucho más graves las decisiones adoptadas por ese otro Rato, el del triunfo y el optimismo, el del milagro español que resultó más bien un juego de magia negra de la peor especie. Los errores y los pecados sociales de aquel Rato son mayores que los del actual, pues, en su calidad de responsable económico, inició un proceso que introdujo a la sociedad española en una ratonera de la que, diga lo que diga Rajoy, todavía no hemos salido y no sabemos cuándo lo haremos o incluso si lo haremos.


Rodrigo Rato, como vicepresidente económico, fue una pieza fundamental para la incorporación de nuestro país a la Unión Monetaria. Es más, en buena parte fue responsable de que esta se crease con los efectos desastrosos que todos hemos conocido. Aunque parezca paradójico, la realización o no de la moneda única en 1999 dependió, en mucha mayor medida de lo que se piensa, de la decisión española. Una moneda única formada exclusivamente por los países del área del marco hubiese carecido de todo sentido. Se necesitaba al menos la presencia de Francia, pero es totalmente improbable que Francia hubiese estado dispuesta a dar este paso en solitario quedándose prácticamente al albur de la política dictada por Alemania y como furgón de cola del núcleo duro. Hay abrazos que matan. Francia se vería privada, ante cualquier dificultad futura, de emplear el tipo de cambio como mecanismo de ajuste. Por otra parte, no conviene olvidar los aspectos políticos y psicológicos. La dependencia en que quedaría con respecto a Alemania chocaría con el miedo y la desconfianza que frente al poder de este Estado subsiste aún en el país galo. Francia necesitaba al Reino Unido, Italia y España, o al menos a alguno de estos tres países, para arrastrarlos a la aventura de la Unión Monetaria.


Como se vio, el Reino Unido no estaba dispuesto a entrar en el pelotón de cabeza, y los italianos estaban muy alejados del fanatismo español y no parecían demasiado proclives a someter su economía a fuertes ajustes con tal de incorporarse a la moneda única. El hecho mismo de que ambos países permaneciesen, sin ningún trauma, fuera del SME era una clara señal de que se tomaban las cuestiones europeas con bastante filosofía. Tan solo la postura decidida de España arrastró a Italia y a Portugal a la aventura. Si España hubiese dado un paso atrás, es muy posible que la Unión Monetaria no se hubiese constituido, o al menos no lo habría hecho en esa fecha.


Pero aún hay más. Desde el momento en que perdimos nuestra moneda y quedábamos inermes ante los mercados y la especulación internacional, el endeudamiento exterior se convertía en una amenaza potencial y el déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos en una variable clave que debía ser controlada por los dirigentes de la economía. En la Unión Monetaria la depreciación de la moneda no podía servir ya de cortafuegos que impidiese la continuación del proceso y la acumulación de los desequilibrios, lo que hacía imprescindible la actuación del Gobierno y de las autoridades económicas para evitar que los aparentes éxitos económicos del presente hipotecaran de tal manera el futuro que arrojasen a la mayoría de la población a una situación insoportable.


No fue esta la postura del equipo económico que presidía Rato. Con una gran frivolidad, mantuvieron que desde el momento en que estábamos en la Eurozona el déficit de la balanza de pagos perdía su importancia. Minusvaloraron el peligro de la deuda externa y permitieron a los bancos endeudarse en el extranjero en una cuantía desmedida y arriesgada con la finalidad de conceder sin ningún rigor créditos en el interior, que acabarían por formar una enorme burbuja que al estallar destruiría el espejismo en el que se basaba ese discurso voluntarista y mendaz.


Rajoy viene reiterando casi machaconamente que nadie puede gastar más de lo que tiene. Habría sido bueno que esa consigna la hubiesen tenido presente Aznar y Rodrigo Rato, pero no referida al sector público, casi en equilibrio y cuyo endeudamiento se mantenía a niveles extraordinariamente bajos, sino al sector privado cuya demanda mantuvo de forma artificial el crecimiento, un crecimiento a crédito que habría de hipotecar la economía española para el futuro.


Hay que atribuir a la política económica aplicada por Rodrigo Rato muchos de los males que afligen en la actualidad a la economía española. La entrada en la Unión Monetaria, sus reformas fiscales, el endeudamiento de las familias, su ley del suelo, la permisividad frente a las entidades financieras, la burbuja inmobiliaria, el déficit exterior, una mayor inflación que en la Eurozona… Bien es verdad que la responsabilidad no termina en Rodrigo Rato, puesto que increíblemente Pedro Solbes y su equipo, en los primeros cuatro años de gobierno de Zapatero, permanecieron en la misma línea y cometieron casi los mismos errores, con lo que se hicieron acreedores de parecidas responsabilidades.


No se puede afirmar que en su etapa de gobierno Rodrigo Rato cometiese acciones delictivas, calificación que quizá se termina dando a alguna de sus actuaciones en los últimos tiempos, pero los efectos económicos de aquellos ocho años de gobierno fueron sin duda mucho más nocivos y afectaron a mucha más gente que los derivados de su gestión directa en Bankia o de sus posibles fraudes fiscales.


La responsabilidad mayor de Rodrigo Rato en Bankia no proviene de su etapa de presidente en esta entidad, sino de cuando ostentaba la vicepresidencia económica del Gobierno y colocó al frente de la Caja de Madrid a Miguel Blesa, responsabilidad que se extiende a los desastres perpetrados por todas las entidades financieras, al nombramiento de Caruana como gobernador del Banco de España y a la deficiente supervisión que realizó esta institución.


Hoy, Rodrigo Rato es objeto de desprecios, insultos e improperios por parte precisamente de aquellos que en su época de gloria le aclamaron y adularon y que le deben casi todo (la vida es así), pero en ningún caso están dispuestos a aceptar la condena de su etapa al frente de Economía, ya que se saben cómplices. Después está el PSOE, que difícilmente puede censurarla al haber aplicado con Zapatero una política similar. Y, por último, los palmeros que desde las instituciones y los medios de comunicación repitieron como loros lo de “España va bien”. Todos ellos están interesados en defender la teoría de “los dos Rato”. Allá ellos.