03-04-20015

Los precios, variable clave de una economía


   El 22 de marzo, con ocasión de la publicación por el INE del cuarto trimestre de la encuesta de costes laborales, apareció en el diario El País un artículo titulado “Los salarios, variable clave de una economía”, firmado por Ángel Laborda, director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros (FUNCAS) porque, aunque parezca mentira, la Fundación continúa existiendo a pesar de que las cajas de ahorros han desaparecido casi en su totalidad. Si comento este artículo es porque me parece representativo de una concepción totalmente extendida, pero falsa, acerca de la competitividad, ya que cifra esta en todos los casos en los salarios, suponiendo que la reducción o incremento de estos se traslada inmediatamente a los precios, lo que no es cierto dado que en medio se encuentra el excedente empresarial.


No deja de ser curioso que el análisis acerca del aumento o disminución de la competitividad se pretenda hacer en función  de la evolución de los costes laborales unitarios (CLU), en lugar de fijarse en el desarrollo de los precios, como sería lógico. El cambio no es inocente puesto que en esta concepción, por una parte, se hace responsable a los salarios y a los gastos sociales de la pérdida de competitividad cuando esta acaece y, por otra, se exige su reducción como único medio de recuperar la competitividad perdida.


En realidad, la mayor o menor competitividad depende del cambio en la relación de los precios interiores con respecto a los exteriores. Cuando la inflación en el interior es mayor que en el resto de los países las exportaciones se reducen y las importaciones aumentan, con el consiguiente desajuste en la balanza de pagos que, antes o después, resulta necesario corregir. La forma tradicional de realizarlo ha sido mediante la devaluación del tipo de cambio que, además, constituye un procedimiento neutral, puesto que abarata frente al exterior en la misma cuantía todos los precios interiores.


El problema, en los momentos actuales, se encuentra en la Unión Monetaria, en cuyo seno es imposible la devaluación del tipo de cambio y, por tanto y tal como reconoce el mismo Ángel Laborda en su artículo, “solo caben dos opciones o salirse del euro y devaluar la moneda o no salirse y hacer lo que se denomina una devaluación interna, es decir, corregir la desviación de los CLU”. He aquí la trampa, porque los que se han desviado y, en consecuencia, hay que corregir no son tanto los CLU como los precios.


Es cierto que detrás del diferencial de inflación que un país presenta frente al resto, puede encontrarse una desviación de los CLU, pero también puede ser al revés, que estos se incrementen como reacción frente a una elevación de los precios, es decir, ante la pretensión de los empresarios y del capital de elevar el excedente empresarial. ¿Qué es antes el huevo o la gallina? Lo que subyace a esta cuestión es una guerra de rentas; lo que se dilucida, en definitiva, es cómo se reparte la renta nacional entre capital y trabajo.


Tiene razón Laborda cuando afirma que desde la creación de la Unión Monetaria hasta el comienzo de la crisis, los CLU han crecido en España más que en Alemania, Italia o Francia, pero también, y esto es lo significativo, lo han hecho los precios. Hoy nadie lo niega, a pesar de que en los años en que se estaba proyectando la moneda única todo el pensamiento oficial aseguraba que la existencia del euro y por lo tanto de una política monetaria común no permitiría que los países presentasen distintas tasas de inflación. Pero como las meigas, haberlas las ha habido y, tal como algunos habíamos pronosticado, con terribles consecuencias para nuestro país: pérdida de competitividad, un enorme déficit en la balanza por cuenta corriente que llegó a alcanzar el 10%, y un descomunal endeudamiento exterior que aún pesa como una losa sobre nuestra economía.


Las razones de las mayores tasas de inflación de nuestro país en esta etapa no pueden buscarse, tal como se ha pretendido a veces, en una incorrecta política fiscal. Los distintos gobiernos españoles mantuvieron una política de estabilidad bastante más rigurosa que la de otros países y, desde luego, más que la de Alemania. Y tampoco en la falta de flexibilidad de los salarios. Habría que hablar más bien de falta de flexibilidad de los precios, porque lo cierto es que muy pocos precios son flexibles, por la simple razón de que apenas hay mercados en los que se dé la plena competencia, que solo existe en los libros de texto y en los razonamientos de algunos economistas. Los salarios, en la mayor parte de los casos, no han hecho más que defenderse de la inflación; no son su causa, sino su efecto.


Para analizar el fenómeno y poder atribuir responsabilidades hay que considerar los costes laborales unitarios, pero no en términos nominales, tal como hacen Ángel Laborda y la mayoría de los analistas oficiales, sino en términos reales (CLUr). Esta variable se define como el cociente entre los costes laborales reales (deflactados) y la productividad. Si se reduce, quiere decir que el numerador se ha incrementado en menor medida que el denominador y que, por lo tanto, el reparto de la renta se ha modificado a favor del excedente empresarial y en contra de la retribución de los trabajadores, y viceversa.


Según el informe de otoño 2014 de Statistical Annex of European Economy, en España, desde 1998 hasta el inicio de la crisis (para elegir el mismo periodo que considera Laborda) los costes laborales unitarios en términos reales se han reducido más de cinco puntos, es decir, los salarios reales han crecido menos que la productividad modificando la redistribución de la renta en contra de los trabajadores y a favor de los empresarios. Solo en los años 2008, 2009 y 2010, los primeros de la crisis, se incrementaron los CLUr, pero la explicación hay que buscarla en la enorme cantidad de despidos que se produce en esos años. No es que se hayan elevado los salarios de los que permanecían en sus puestos de trabajo, sino que la media de las retribuciones se ha incrementado al pertenecer los expulsados del mercado laboral a los colectivos peor pagados.


Las comparaciones con otros países tampoco abonan las tesis de Laborda, si lo que se considera son los CLU en términos reales. En el periodo considerado, estos se reducen en nuestro país más que en Francia e Italia y casi igual que en Alemania, aun cuando este país era un caso excepcional al estar inmerso en el proceso de reunificación. Si las tasas de inflación han sido mayores en España que en el resto de los países, la culpa no puede achacarse a los salarios que tan solo se han defendido, sino a la pretensión del capital de incrementar su rendimiento.


La sustitución de los precios por los CLU como variable estratégica también influye en la concepción que se tiene de la devaluación interior, porque la mera bajada de los salarios no garantiza la reducción de la inflación y por consiguiente la obtención de los objetivos que se pretenden. La devaluación interior presenta una enorme  desventaja frente a la depreciación del tipo de cambio. En este último caso, el impacto sobre los precios y sobre los agentes es uniforme y no hay redistribución de la renta. En la devaluación interior, por el contrario, se modifican con toda seguridad los precios relativos y parte de la reducción salarial se desvía del objetivo de la minoración de los precios y va a engrosar el excedente empresarial. La distribución de la renta se modifica.