01-01-2016

Abengoa, ¿quién va a ser el pagano?


             Se ha dicho, y con razón, que los bancos son privados y europeos hasta que llega una crisis, en ese momento comienzan a ser públicos y nacionales. Las pérdidas de las entidades financieras han recaído sobre los contribuyentes de los respectivos Estados nacionales, sin que se haya aceptado mutualismo de ninguna clase, y eso que al salvar a los bancos griegos, portugueses, españoles o irlandeses se estaba salvando al mismo tiempo a los alemanes, franceses o ingleses, ya que estos eran los acreedores. Lo peor es que nada de eso cambia con la tan cacareada unión bancaria, excepto que la supervisión ha pasado al BCE. Solo el control es europeo, ya que la responsabilidad continúa siendo nacional. Por no compartir, no se comparte ni el seguro de depósitos bancarios. Se integran únicamente el mercado y la moneda, y la desigualdad tanto territorial como personal que estos originan.


Nos han repetido hasta la saciedad que con la globalización las grandes empresas son multinacionales, que no tienen nacionalidad, pero eso es hasta que comienzan las dificultades, entonces se hacen españolas y hasta públicas. Desde hace por lo menos un par de meses estamos presenciando la agonía de Abengoa. Se dice que con una aguda crisis de liquidez, pero por ahí comienza todo, los problemas de liquidez se terminan convirtiendo en problemas de insolvencia. Ha tenido que declararse en preconcurso de acreedores, y con toda seguridad dentro de unos meses desaparecerá el “pre” para entrar directamente en el concurso.


Hace unos años, nadie habría pronosticado la situación actual. Sin embargo, una mirada atenta a sus cuentas –en el caso de que estas se hubiesen presentado con exactitud- habrían mostrado un grado de apalancamiento excesivo que situaba a la empresa en una zona de riesgo muy elevado. Abengoa ha abusado de los llamados “project finance”. Traducido al español, financiación de proyectos o finanproyecto, es una de tantas secreciones de la ingeniería financiera que han nacido en la última década del siglo XX en EE.UU. y en Gran Bretaña, y que se ha extendido paulatinamente a los demás países. Resulta imposible describir sus características, aunque sea de forma sucinta, en un artículo de esta extensión, pero baste decir que se refiere a inversiones muy cuantiosas, con alto riesgo y con un elevadísimo nivel de apalancamiento. Es decir, aquellos proyectos que en otras etapas se atribuían al sector público como el único capaz de llevarlos a cabo: telecomunicaciones, electricidad, carreteras, etc.


Como tantos otros inventos, ha surgido de una ideología que  considera que todo lo público por el hecho de serlo es malo  y que esa misma realidad se redime en cuanto pasa a ser privada. El dogmatismo neoliberal conduce a condenar agriamente el endeudamiento público pero a mirar con cierta benevolencia, o al menos indiferencia, el endeudamiento privado, error que nos ha conducido en buena medida a la crisis, y con el agravante de que, además, cuando vienen mal dadas, el endeudamiento termina siendo público.


La crisis de Abengoa nos ilustra al efecto, al tiempo que indica que el problema del endeudamiento privado aún dista mucho de solucionarse. Por lo pronto, los errores y deficiencias en la gestión de la multinacional ya tienen una inmediata traducción en el erario público. La exposición directa se sitúa alrededor de 1.000 millones de euros: 130 del ICO, 75 de CONFIDES y 210 de CESCE, más una cantidad superior a 500 millones de Bankia. Es difícil saber por qué razón el ministro de Economía excluía del lote a Bankia con un simple “ya que se mueve por criterios de mercado”. Se mueva por los criterios que se mueva, lo cierto es que la insolvencia, si se  produjese, reduciría el valor de Bankia a la hora de la venta y afectaría al Tesoro, al menos en la parte proporcional de dominio que este tiene sobre el capital.


Pero es que estamos solo al comienzo, y no sabemos cómo va a terminar la función. Y ya se escuchan múltiples voces del mundo sindical, político e incluso empresarial, reclamando la intervención del Estado para que salve a la compañía. Poco importa que sea una multinacional cuyos ingresos se producen en un ochenta y tantos por ciento fuera de España y que solo la quinta parte de los 35.000 empleados residan en nuestro país. Siempre hay razones para ello, y no son menores desde luego las relativas a los siete mil empleados que se pueden ver en el paro.


Pero puede haber otras razones no tan claras ni honestas. Abengoa es una empresa privada pero muy politizada. Politizada no es lo mismo que pública. Las cajas de ahorro no eran públicas (no gozaban de los mecanismos de gestión y control inherentes a las empresas públicas), pero estaban muy politizadas. Abengoa también. Desde hace tiempo existe una clara interconexión entre los órganos de gestión y los dos grandes partidos políticos. Son múltiples los ex altos cargos que han pertenecido o pertenecen a los consejos de administración tanto de la matriz como de las filiales.


Supongamos, sin embargo, que no haya finalmente un salvamento público explícito; en tal caso, las pérdidas van a repercutir sobre la banca mediante quitas, pero detrás de la banca vuelve a estar el sector público, no solo porque ha sido siempre así y nunca se ha dejado caer una sola entidad financiera, sino porque además en estos momentos el Estado se ha hecho cargo de forma anticipada de las futuras insolvencias de los bancos, avalando los créditos fiscales diferidos (véase mi artículo del 6 de agosto pasado en este mismo medio).


El esquema del neoliberalismo es sencillo. Se reniega del déficit y del endeudamiento público. Para acometer las grandes obras de infraestructuras, las multinacionales crean vehículos especiales (sociedades), uno para cada obra, y comprometen a las entidades financieras para que entren en la aventura con cuantiosos créditos. Cuando carecen de recursos, recurren a la banca extranjera. El riesgo es grande, pero la rentabilidad cuantiosa. Si todo sale bien, hay grandes beneficios para todos: accionistas, consejeros, ejecutivos, bancos; si sale mal, no importa demasiado, ahí está papá Estado dispuesto a recoger la basura. Incluso algunos, cuando tienen que marcharse de la sociedad, pretenden llevarse indemnizaciones exorbitantes como si su gestión hubiese sido una maravilla.


No deja de ser paradójico, aunque no sorprendente dada la política del BCE, que Mario Draghi se cuestione ahora limitar la exposición de los bancos a la deuda soberana. Por lo visto, la deuda pública española es de alto riesgo, no así la deuda de empresas como Abengoa.