Los
sindicatos existen
Ahora resulta que sí, que había recortes de
derechos sociales. A pesar del dominio casi absoluto que el pensamiento único
posee de los medios de comunicación, el mensaje tantas veces repetido por el
entorno gubernamental y por los poderes económicos, no ha cristalizado entre
los trabajadores. Parece difícil convencer al personal, por ejemplo, de que la
eliminación de los salarios de tramitación no es una fórmula indirecta, bueno
más bien directa, de abaratar el despido.
El Gobierno ha decidido rectificar sólo en
parte, y ha llamado a los sindicatos para negociar. Negociación que adolece de
la misma actitud tramposa que la que se planteó previa al decretazo, porque
toda verdadera negociación, al igual que cualquier contrato, lleva implícito un
"do ut des". Yo te doy algo a cambio de que tu
también me des. Yo cedo en esto para que tu cedas en
aquello. Pero desde hace ya muchos años, las negociaciones en las reformas
laborales se plantean bajo otras coordenadas. Yo propongo quitarte diez, y
ahora vamos a negociar si te quito los diez o sólo siete u ocho. De ahí que lo
primero que reclamaban las organizaciones sindicales es que el Gobierno
retirase de la mesa su papel, es decir, su propuesta de reducir en diez los derechos
sociales.
Rectifica en parte y se dice que es
flexible. No sé si flexible es la palabra. Primero desarregla el tema y después
se jacta de magnánimo componiendo tan sólo una parte de lo que había
desarreglado. ¿Dónde queda ahora la urgencia de la reforma, que aconsejaba,
según el Gobierno, instrumentarla por decreto ley? ¿Qué va a pasar con ese
cuantiosos número de trabajadores a los que se les ha perjudicado gravemente
por la aplicación de unas medidas dictadas por un decreto ley que Las Cortes no
han convalidado, con lo que se ha demostrado que no eran ni urgentes, ni
siquiera necesarias?
La huelga –esa huelga que antes de
iniciarse, el anterior portavoz del Gobierno anunciaba ya que había fracasado–
y las masivas manifestaciones, han hecho saltar todas las señales de alarma de
los análisis políticos del ejecutivo. Resulta mucho más difícil participar en
una huelga o acudir a una manifestación que castigar electoralmente al partido
del gobierno. Detrás de cada huelguista o de cada manifestante puede haber
muchos votos perdidos. El Gobierno ha sido también consciente que en el
decretazo la oposición ha encontrado una vía para desgastarle electoralmente.
Es por ello por lo que en la tramitación parlamentaria el PP adoptó
numantinamente, como toda defensa, evocar los efectos dañinos de la reforma de
1994, creyendo que de esta manera neutralizaba al PSOE.
Como defensa, el argumento carecía de
consistencia porque siendo ciertos los efectos negativos de esa reforma, el PP
la apoyó en la oposición, y es más, no la corrigió desde el Gobierno; lejos de
ello se benefició de sus efectos depredadores mucho más que el propio PSOE. Por
otra parte, el que en 1994 se recortaran los derechos sociales, malamente
justifica nuevos recortes. Como ataque ad hominem al PSOE, el argumento
podría valer, sino fuese porque entre 1994 y 2002 hay ocho años de distancia,
demasiado tiempo para neutralizar el desgaste de una con el de la otra, tanto
más cuanto que el cambio en la dirección del PSOE ha sido casi total y la nueva
ejecutiva, aunque con calculada ambivalencia, se desmarca de la etapa anterior
cuando le conviene.
En esta ocasión el instinto político ha
funcionado en Ferraz, y reconociendo el punto débil de su adversario se han
lanzando a él para desgastarle. La manifestación del día 5 estuvo abarrotada de
caras conocidas, nuevas y antiguas, del Partido Socialista. Algo irónica sí
resultaba la presencia de algunos que en el pasado tuvieron responsabilidades
de gobierno. Por eso fue de lo más oportuna la petición de Cándido Méndez a la
oposición de que no se olvidaran de las reivindicaciones por las que se
manifestaban si llegaban al Gobierno. Si sabrá él lo que pasa cuando se alcanza
el Gobierno.
El poder termina por uniformar a todas las
formaciones políticas. Las fuerzas económicas y financieras entonan pronto su
canto de sirena y a los gobernantes les resulta difícil no sucumbir a su
reclamo. De ahí la importancia de los sindicatos. Con sus muchos defectos, que
los tienen, constituyen, cuando quieren y actúan sin complejos, un cortafuegos de la política económica neoliberal.
Si alguna enseñanza se desprende de este affaire
es que los sindicatos continúan existiendo, a pesar de los esfuerzos que los
poderes fácticos y los gobiernos, de uno u otro signo, han hecho para destruirlos
o al menos domesticarlos. Lo que verdaderamente necesitan es tomar conciencia
de su propio poder, y caer en la cuenta que tan importante como la negociación
es la contestación, y que sin practicar de vez en cuando esta última la primera
deviene imposible, se convierte en un simple contrato de adhesión.