El
problema vasco
La verdad
es que soy
remiso a escribir
sobre la problemática del País
Vasco, en raras ocasiones lo hago.
En primer lugar,
porque considero que
desde hace ya algún tiempo tal materia
está sobredimensionada en la información
y en la
opinión, robando espacio a otros
asuntos que también son de interés.
En segundo lugar, porque encuentro una gran dificultad en su tratamiento. La cuestión, sin duda, es compleja
y a mí
me ha resultado
siempre imposible entender el nacionalismo,
y sin lo
cual todo análisis
puede devenir endeble y superficial.
Dicho esto, me dispongo a
expresar mi opinión sobre estas elecciones. Tengo la impresión de que van
a ser baldías.
Si por desgracia
la confrontación ideológica se va desdibujando progresivamente en todos los comicios, en estos ha
desaparecido totalmente. El binomio
izquierda-derecha ha sido sustituido
por el de
nacionalismo, no nacionalismo. El debate sobre
los temas económicos
y sociales ha estado totalmente
ausente y su
lugar ha sido ocupado por un desfasado enfrentamiento entre territorios, pueblos o
regiones.
Estas
elecciones van a ser baldías porque, sean cuales
sean los resultados
y sea quien sea el ganador, al día siguiente
subsistirá el problema de fondo. Un País
Vasco dividido en dos
mitades, obligadas por fuerza a entenderse, sin que
la campaña electoral,
tal como se ha desarrollado, haya facilitado las cosas para tal
entendimiento.
No todos
los problemas tienen solución, o al menos una
solución inmediata. Es una
lección que el hombre debería
haber aprendido hace largo tiempo, pero que
sin embargo olvida con frecuencia;
se siente incómodo
ante los enigmas
sin resolver. A lo largo de la
Historia ha tenido siempre la tentación de los atajos, de acortar caminos, de inventarse soluciones, aunque
fuesen falsas, para problemas
que no podía
descifrar o que no estaban
suficientemente maduros para alcanzar una solución verdadera. He aquí el origen
de la magia, de las supersticiones
y en general de casi todas
las creencias religiosas.
En el
orden social y político sucede
algo similar. A menudo la realidad no puede
conformarse de manera inmediata a lo que
consideramos racional. El fracaso
de muchas utopías y
teorías constructivistas ha estado precisamente en ignorar estos
límites. La
estructura social no es apta
para diseñarse con compases y tiralíneas.
El verdadero
problema vasco, la división
al cincuenta por ciento de la
sociedad, no
admite quizás una solución inmediata.
Hay que acostumbrarse
a convivir con él.
Pretender imponer un
desenlace de forma artificial y precipitada
lo único que
puede conseguir es empeorar la situación y hacer
más difícil la salida en el
futuro.
Si en la actualidad
el conflicto se ha agravado es porque cada una de las
dos mitades está queriendo imponer a la
otra sus planteamientos.
El PNV
siempre ha sido un partido
nacionalista, siempre ha defendido la teoría soberanista, como ahora se
dice, de Euskadi. No es
ningún secreto, y se entiende
mal la sorpresa
sobrevenida tanto del PP como
del PSOE,
cuando ambos partidos pactaron con él
en otras ocasiones. Lo que quizás
sí es cierto
es que en
otras épocas mantenían la idea
soberanista guardada en la recámara, y
con el pacto
de Estella sucumbió a
la tentación de sacarla y creer que podía
imponerla a
la mitad no
nacionalista aprovechando el "chantaje" de la paz.
Pero también
es verdad que
la reacción de los que
se llaman partidos
constitucionalistas puede haber sido similar, sólo que
en sentido contrario. Identificar
a todo el
nacionalismo con ETA, aun cuando electoralmente sea
rentable, resulta extremadamente peligroso, entre
otras razones porque se anatematiza
al 50%
del pueblo vasco y se fortalece al terrorismo. Jamás
ETA ha estado tan presente en
unas elecciones.