Desmantelar
el estado del bienestar
D. Alfredo
Sáenz ha declarado tajantemente que hay que desmantelar el Estado del bienestar
y, mire usted por dónde, estoy de acuerdo con el banquero: hay que desmantelar
el estado de bienestar del señor Sáenz, porque, hoy por hoy, estado de
bienestar sólo lo tienen don Alfredo y otros cuatro -alguno más que cuatro- como él, que manejan el cotarro.
Resulta bastante difícil hablar de bienestar con
cien mil pesetas mensuales de pensión (y eso quien las tiene), con un empleo
basura o con el subsidio de desempleo que ni siquiera quieren asimilarlo al 75%
del salario mínimo, ahora que van a subirlo. Lo único que tenemos en España,
por desgracia, es un Estado de beneficencia, el mínimo para que la gente cuando
se ve aquejada por una contingencia grave no se muera de hambre por las
esquinas, y hasta esto parece ser que molesta al señor Sáenz. Ciertamente él no
necesita el Estado beneficencia porque tiene un enorme estado de bienestar, el
que le proporciona ser el ejecutivo mejor pagado de todo el país, y ello en una
sociedad en la que la diferencia entre los grandes directivos y los
trabajadores se está convirtiendo en escandalosa.
Siempre he
repudiado el concepto de Estado de bienestar por ampuloso y falsario. Da a
entender que todos los ciudadanos gozan de una situación paradisíaca, muy
alejada de la realidad. Prefiero el término Estado social, como contrapuesto a
Estado liberal, una organización política que no acepta -por mucho que lo dictamine el mercado (a cualquier
cosa llaman mercado…)- que mientras el señor Sáenz
gana miles de millones de pesetas, otros trabajadores carezcan de recursos
mínimos para enfrentarse a la enfermedad, a la educación de sus hijos o se vean
impelidos a vivir de la caridad en su vejez.
El Estado
social constituye únicamente una corrección del capitalismo salvaje, ése que
tanto gusta al señor Sáenz y a sus secuaces. Los liberales se encrespan cuando
se les habla del capitalismo salvaje, afirman que no existe, que representa una
contradicción en los términos, que todo capitalismo tiene normas. De acuerdo,
sólo que éstas normas pueden ser salvajes. El Estado liberal repudia por
supuesto la anarquía. Posee sus propias reglas: respetar la propiedad y el
cumplimiento de los contratos. Dicho de otra manera, que en materia económica
los ricos tienen todos los derechos y los pobres ninguno. Eso es lo que se
llama normas salvajes, capitalismo salvaje. El Estado social pretende paliar
esa situación concediendo derechos económicos y sociales a todos los ciudadanos.
Los privilegiados como D. Alfredo
odian el Estado social y les gustaría volver al Estado liberal en el que sólo
ellos tienen derechos, por eso han inventado la globalización, que no es
globalización sino libertad absoluta de mercados; por eso arremeten contra el
Estado social, afirman que hay que desmantelarlo, para ser competitivos en la
nueva situación mundial y en la ampliación europea. Pero para qué sirve la
competitividad si desaparece el estado social, e involucionamos a las
condiciones laborales y sociales de Lituania, sólo para una cosa, para
conservar el extraordinario estado de bienestar del Sr.Saénz.