Fanatismo monetarista

El FMI, la OCDE , la Comisión y no sé cuántos organismos más, de esos que no son nada sospechosos de veleidades heterodoxas, habían aconsejado al BCE que no subiera los tipos de interés. Las razones parecían claras: el pulso de la economía europea es todavía muy débil y la inflación actual, el 2,4 por ciento, aun cuando se encuentre por encima de ese mágico 2 por ciento que el BCE tiene como referencia, no constituye ningún peligro ni existe riesgo inmediato de que continúe subiendo, tanto más cuanto que la inflación subyacente, es decir, después de haber eliminado los elementos más volátiles, como el precio del petróleo, se sitúa en el 1,5 por ciento.

Por otra parte, la subida de los tipos en Estados Unidos no tiene por qué ser un ejemplo a imitar. Sus condiciones económicas son muy diferentes a las de Europa, y el euro, si bien en los últimos tiempos ha perdido algunas posiciones frente al dólar, continúa aún en una situación de fortaleza que daña la competitividad de los productos europeos. A las principales economías de Europa no les vendría mal que el euro se depreciase incluso más.

Carece, por tanto, de todo fundamento la postura adoptada por el BCE de subir la semana pasada un cuarto de punto el tipo de interés. ¿Por qué lo ha hecho, entonces? Sólo cabe una explicación, el fanatismo fetichista con que actúa, fiel al prurito de su independencia. Se afirma que esta subida no va a dañar el crecimiento. Desde luego, bien no le va a hacer, y lo más peligroso es que abre la puerta a la incertidumbre de si la presente subida es la antesala de futuros aumentos. La historia económica de los últimos treinta años está plagada de casos en los que los bancos centrales han ahogado las incipientes recuperaciones.

En nuestro país, durante mucho tiempo, la política permanentemente restrictiva del Banco de España ha sido un lastre para la economía. No es arriesgado afirmar que el crecimiento económico de estos últimos años se ha debido en parte a que la política monetaria se instrumentaba desde Estrasburgo. De lo contrario, es muy posible que el Banco de España hubiese ahogado el buen comportamiento económico. No faltará quien diga que eso es lo que precisamente se habría necesitado, una política monetaria más restrictiva, y así la tasa de inflación sería menor. Pero actualmente el problema de la inflación española no radica en su valor absoluto sino en la diferencia que mantiene con el resto de los países europeos y, puesto que la política monetaria es común, la causa de esa diferencia no puede hallarse tanto en el tipo de interés como en la falta de competencia que se produce en muchos sectores de la economía española.

Existe una concepción mágica de la política monetaria y un cierto fetichismo a la hora de controlar la inflación. ¿Alguien puede indicar por qué hay que situar el objetivo en el 2 por ciento y no en el 2,5 o en el 1,5? En realidad, lo único cierto es que tiene que encontrarse por encima de cero para permitir una progresiva alineación de los precios relativos a la diferente evolución de la productividad en los distintos productos, dada la rigidez a la baja de muchos de los precios. La política monetaria debe de estar al servicio de toda la actividad económica y no centrarse exclusivamente en mantener de forma mecánica un nivel de precios, sacrificando a ello crecimiento y empleo. Debe de evitarse, sin duda, una espiral inflacionista, pero ésta también se puede ocasionar entre precios y tipo de interés, que al fin y al cabo no es más que el precio del dinero. En la inflación de costes no sólo intervienen los salarios o los precios de otros inputs, también los gastos financieros.