LA NO TRIBUTACIÓN DE LAS GRANDES EMPRESAS

 

Reiteradamente he venido manteniendo en estas páginas mi opinión de que los desequilibrios presupuestarios que desde hace algunos años viene sufriendo la economía española tienen su principal causa en la insuficiencia de ingresos y no en el incremento del gasto público, como interesadamente nos quieren hacer creer (de hecho, España se encuentra a la cola de la Eurozona en cuanto a gasto público se refiere).

 

El descenso en cinco o seis puntos que se genera a partir de 2007 en la presión fiscal tiene difícil explicación y no puede atribuirse en su totalidad a la crisis económica, ya que si esta influye negativamente en el numerador (recaudación), lo debería hacer aproximadamente en el mismo grado que lo hace en el denominador (PIB). Además de buscar la causa en el fraude fiscal (tampoco hay razones para pensar que el fraude en 2008 tuviera que ser muy distinto que en 2007), hay que referirse a la estructura de nuestro sistema tributario y a las modificaciones que, al menos desde principio de los noventa, se han ido introduciendo, trasladando la carga fiscal hacia los trabajadores y consumidores (principales damnificados por la crisis) y liberando progresivamente de gravamen las rentas de capital, las rentas altas y las empresas, especialmente las grandes que son también, incluyendo sus ejecutivos, las mejor tratadas por la recesión. Eso explica que la recaudación caiga en mayor medida de lo que lo hace el PIB, y por tanto la presión fiscal se reduzca.

 

Centrándonos en el impuesto de sociedades, el informe sobre la recaudación de 2011 que la Agencia Tributaria acaba de publicar aporta algunos datos interesantes. De 2006 a 2011 los resultados empresariales sujetos al impuesto (no son todos) se redujeron un 31%, pero la cuota líquida de todas las sociedades (lo que pagan a Hacienda) se redujo en un 68%; y si nos fijamos solo en las de mayor tamaño, los 4.000 grupos consolidados (32.000 empresas), el descenso es del 73%. Son estos conglomerados empresariales los que emplean con mayor fortuna la enorme disparidad de deducciones, exenciones y beneficios fiscales que agujerean totalmente el impuesto de manera que, a pesar de que en 2011 sus beneficios han sido un 48% superiores a los del resto de las sociedades (más de un millón), sus ingresos en el Tesoro fueron inferiores en un tercio. Considerando todas las empresas, el tipo efectivo del impuesto (recaudación dividida por resultados) fue de un 8,8%, muy alejado del nominal (30% general y 25% para las pymes) y muy alejado también del tipo efectivo que pagaron en 2006 (19%).

 

       El Ministerio de Hacienda parece irse convenciendo de que sin solucionar el problema de los ingresos difícilmente va a poder corregir el déficit público, por eso, paradójicamente, el citado informe critica la reforma realizada por el gobierno socialista en 2007 reduciendo el tipo nominal del impuesto de sociedades del 35 al 30% (del 30 al 25 para las pymes); digo que paradójicamente porque el PP, entonces en la oposición, criticó la reforma por demasiado moderada. Pero lo cierto es que los gobiernos de Zapatero han terminado por destrozar el impuesto de sociedades -con resultados ahora patentes- pues no solo redujeron el tipo nominal sino que continuaron el proceso iniciado tiempo atrás de multiplicar los beneficios fiscales. Y todo ello apoyado con el argumento simplón, siempre utilizado, de que la recaudación apenas se reduciría porque la bajada de impuestos aumentaría la competitividad, esta, a su vez, el resultado de las empresas y por ende los ingresos de la Hacienda Pública.

 

       En este orden tiene especial importancia, por una parte, la introducción de la libertad de amortización en el año 2009 (ya en plena crisis y cuando los ingresos comenzaban a resentirse) y, por otra parte, el mantenimiento del régimen especial de inversiones en el extranjero (Entidades de Tenencia de Valores Extranjeros, de las que hablaremos otro día), aprobado en 1995, por el también entonces ministro Pedro Solbes y que ha servido no solo para que el erario público financie todas las aventuras americanas y de otros confines de las grandes empresas, sino para que estas puedan deducirse de sus beneficios en España todo lo habido y por haber, de manera que no soporten carga fiscal alguna. Desde luego, este objetivo es notorio que se ha conseguido y por lo visto también se ha conseguido que los dos ministros de Economía y Hacienda de los gobiernos de Zapatero, por sus muchos “méritos”, se sienten en consejos de administración de algunas de las grandes empresas.