¿Dónde
radica el poder?
Frente a la
concepción cristiana medieval de la monarquía absoluta, en la que todo poder
procede de Dios, los hombres de la Ilustración erigieron la teoría de la soberanía
popular: el fundamento del poder es el pueblo y sólo el pueblo. En tales
doctrinas se encuentra el origen de nuestros sistemas democráticos; bien es
verdad que el tránsito no fue radical y que durante largo tiempo se aceptaron
sistemas mixtos en los que la soberanía estaba compartida entre el rey y los
representantes del pueblo, las Cortes. Tras la aceptación generalizada del
sufragio universal, nadie pone en duda ya -al menos en teoría y en los países
que llamamos occidentales- que la soberanía reside en el pueblo. Es más,
estamos orgullosos de nuestros sistemas políticos y pretendemos exportarlos al
resto del mundo, en algunos casos incluso por la fuerza.
En la actualidad, está surgiendo un nuevo
debate en nuestro país. Se da por sentado que la soberanía radica en el pueblo,
lo que se discute es la definición y delimitación de este último concepto. Los
nacionalistas e incluso los no nacionalistas lo restringen al ámbito de una
comunidad, región o provincia. Hay, sin embargo, otra cuestión más radical: ¿al
margen del discurso teórico, podemos afirmar de verdad en la práctica que la
soberanía se encuentra en el pueblo o en sus representantes?
La revista
“Actualidad económica” acaba de publicar la encuesta que realiza anualmente
entre miles de empresarios acerca de las personas más influyentes en España o,
lo que es lo mismo, las más poderosas. A pesar de la relatividad que tiene
encuesta, ésta presenta la ventaja de que el colectivo escogido, los
empresarios, saben de lo que hablan cuando se refieren a la influencia y al
poder. Los resultados son significativos e inquietantes. Entre las diez
personas más influyentes, sólo se encuentran tres políticos -el presidente del
Gobierno, un ex-presidente y el líder del primer partido de la oposición; el
resto son banqueros, empresarios, algún periodista, más empresario que
periodista, y un deportista. Entre los diez no hay ningún intelectual y sólo
tres tienen alguna representación popular, entendiendo ésta de forma amplia ya
que en los momentos presentes el señor Aznar carece de ella.
Según la encuesta, el español más influyente
no es ni el presidente del Gobierno, ni el presidente de las Cortes, ni el del
tribunal Constitucional o el del Poder Judicial; por supuesto, no es ningún
ministro ni el gobernador del Banco de España, es un banquero. Los encuestados
no parecen estar demasiado descaminados, ya que a menudo son los banqueros, al
menos algunos banqueros, los que nombran a los ministros y dictan a los
gobiernos lo que deben y no deben hacer. Al menos algunos banqueros, en efecto,
gozan de cierta impunidad ante la justicia y tienen garantías de que ni el
fiscal ni el abogado del Estado les imputará.
En esta economía de las fusiones y
absorciones, dudo que muchas de ellas deriven de razones económicas. La mayoría
obedece a una cuestión de poder, tiene su origen en los planes expansionistas y
megalómanos de los administradores empresariales, que llegan incluso a comprar
con dinero de la propia entidad a otros gestores para que les dejen el camino
libre. Algo falla en nuestras leyes cuando el Tribunal Supremo termina
afirmando que estas actuaciones, si bien son contrarias a la ética y repelen
socialmente, no constituyen delito puesto que fueron aprobadas por los órganos
societarios. Lo que no dice es que los órganos societarios son manejados a su
antojo por los gestores.
¿Quién manda en nuestra sociedad: la
representación popular y el Gobierno, o los banqueros, grandes empresarios y
controladores de medios de comunicación? Si hay que hacer caso a la encuesta,
parece ser que los últimos. ¿Se equivocan los encuestados? Pienso que no; pero
en ese caso ¿podemos hablar de democracia?