Malditas
sean las guerras
Hay algo de impúdico en esta guerra, cuando EE.UU.
acusa a Irak de practicar juego sucio. ¿Qué mayor juego sucio que la invasión
en sí? Un país infinitamente más fuerte en armamento y tecnología invade a otro
sin razón aparente. La calificación de sucio o limpio la dan siempre los
poderosos. Las armas químicas y biológicas fueron usadas por todos, pero
pasaron a ser prohibidas desde el instante en que los grandes disponían de
armas atómicas.
Cuando el
régimen iraquí, con afán propagandista, mostró en la televisión unos cuantos
prisioneros capturados, a la administración Bush le faltó tiempo para clamar
que estaban violando la Convención de Ginebra –a esas alturas eran ya muchos
los prisioneros iraquíes que habían aparecido en televisión como trofeo de
guerra de las fuerzas invasoras— y para amenazar a Sadam
con llevarle a los tribunales internacionales acusándole de criminal de guerra;
a los mismos tribunales cuya jurisdicción EE.UU. no admite para sus ciudadanos,
ni aun cuando hayan violado, como en Guantánamo, todos los derechos humanos.
Hay algo de
impúdico en esta guerra, cuando se le niega a Irak el derecho a defenderse
adquiriendo armas en el exterior y se amenaza a Irán y a Siria ante la sola
posibilidad de que hayan podido suministrárselas. Causa estupor recordar cómo
en los días inmediatos a la invasión se le obligo a Irak a que destruyese los
escasos mísiles que tenía. A Sadam se le reprocha el
poseer armas de destrucción masiva –lo que por cierto continúa sin haberse
demostrado– pero ¿qué mayor destrucción masiva que la masacre que están
llevando a cabo los aliados? Ni siquiera han negado la utilización de bombas de
racimo.
La mayor
obscenidad de esta guerra se encuentra en la desproporción entre las fuerzas
invasoras e invadidas. La desigualdad es tan enorme que solo de forma impropia
se le puede denominar guerra; habría que calificarla más bien de masacre o
genocidio. Ninguna gloria, ni honor pueden hallar en ella los ejércitos
invasores solo ignominia y vileza.
Hay algo de
obsceno en esta guerra cuando, incluso antes de haber terminado y mientras las
imágenes más dantescas impactan los ojos atónitos de todos los televidentes del
mundo, excepto de los americanos, las grandes compañías –todas ellas con
conexiones con la administración Bush– se aprestan a repartirse la tarta de la
reconstrucción, reconstrucción que como los mismos norteamericanos han
sostenido deberá costear el resto de los países o el petróleo del propio Irak.
Hay algo
impúdico en esta guerra cuando el PP se sitúa en el lado de las víctimas porque
les tiran huevos, les pintan las sedes o les revientan actos electorales. Y no
es que uno apruebe tales actos, pero ante el drama y tragedia del pueblo iraquí,
ante las imágenes de muerte y devastación, resulta patético escuchar tales
lamentaciones.
Aznar ha
afirmado que quien siembra vientos recoge tempestades, pero no es el PSOE, ni
los manifestantes los que han sembrado vientos, sino todos los que han apoyado
esta guerra. Según las encuestas el 90% de la población es contraria a la
invasión. La sociedad española está indignada. La gran, la inmensa mayoría
canaliza esa indignación en protestas pacíficas y desaprueba cualquier método
violento, por pequeño que sea; pero la desaprobación no puede conducir a la
ingenuidad de rasgarse las vestiduras porque haya una minoría, muy minoritaria,
que no reaccione con la misma templaza. Está
ocurriendo en todos los países en los que se celebran protestas. Por mi parte puedo
afirmar que ante el horror y sufrimiento que esta guerra está generando lo que
menos me importa es que a altos cargos del PP les tiren huevos o pinten sus
sedes. Medios tienen de sobra para defenderse.
El gobierno
del PP está haciendo un inmenso favor al PSOE atribuyéndole el papel de líder
en la contestación a la intervención armada. Tal protagonismo en absoluto le
corresponde. En la crítica a la guerra el PSOE es un advenedizo, que estuvo a
favor de la del Golfo, de la de Kosovo y de la de Afganistán. Hay que
congratularse si su conversión es sincera, pero tampoco vayamos a concederle el
puesto de honor.
La obscenidad de la guerra se hace más presente
cuando los muertos adquieren rostro, como en estos días con el periodista del
mundo Julio Anguita Parrado. “Malditas sean las guerras y los canallas que las
apoyan”, fue el lamento dolorido de su padre al enterarse de la noticia. Se me
antoja que ese grito tiene valor universal y trasciende lo personal y
geográfico. Imprecaciones similares llenarán las calles de Bagdad y de todo
Irak, incluso de EEUU ¡Cuántos en el mundo queremos lanzar hoy el mismo grito!
Sí, Julio, sí, tu maldición es la nuestra.