Devaluaciones competitivas
Según se
acerca la fecha de reunión en Seúl del G-20, un asunto se destaca como
prioritario, la posibilidad de que los países desencadenen una guerra de devaluaciones
competitivas. Revolotea el fantasma de los años treinta del siglo pasado,
cuando todos los Estados pretendieron superar la crisis mediante la
depreciación de las monedas, es decir, por el procedimiento de robar un trozo
de pastel al vecino. El problema es que el vecino, como es lógico, puede
reaccionar de idéntica manera con lo que lo único que se consigue es adentrarse
en un proceso deflacionista.
Bastantes
estudiosos de la Gran Depresión han situado la causa de que la recesión
perdurase a lo largo de una década en la ceguera de las autoridades de EE.UU.,
que entonces, amen de ser la potencia hegemónica, mantenía una posición
acreedora. Lejos de abrir sus mercados a los países deficitarios, aprobó la Ley
Aduanera Smoot-Hawley que cerraba las importaciones y
que obligó a otros países a entrar en una espiral de represalias comerciales.
En la
actualidad, EE.UU. no se halla entre los Estados acreedores sino que, por el
contrario, se encuentra fuertemente endeudado. En esta ocasión el problema se sitúa en países como China y Alemania cuyo
crecimiento está basado, en buena medida, en las exportaciones, lo que genera
en sus balanzas de pagos superávits elevados que tienen como contrapartida, por
ejemplo, los fuertes déficits de EE.UU., Gran Bretaña y España.
El caso
de China es sintomático. Desde hace dos años su moneda, el yuan, está anclada
en el dólar sin apenas oscilaciones en su cotización como no sea en más/menos
un dos por ciento. Y sin embargo, se estima que el tipo de cambio debería
revalorizase alrededor de un 25 por ciento. Además, es evidente que su
actuación económica no se encuadra en las coordenadas del libre cambio. La
intervención del Estado es permanente tanto en el comercio exterior,
restringiendo importaciones e incentivando exportaciones, como en el sistema
financiero y en otros ámbitos económicos. En el caso de Europa, la cotización
del euro puede ser excesivamente baja para la economía de Alemania o de
Holanda, pero muy elevada para Grecia, Irlanda, Portugal, España e incluso Italia.
Ante
esta situación distorsionada de la parrilla de los tipos de cambio, no resulta
extraño que determinados países quieran defenderse. Suiza lleva un año
comprando dólares para frenar la fuerte revalorización que el franco suizo
estaba sufrido. A su vez, el dólar está pretendiendo disminuir su cotización
respecto del euro, y ha conseguido que en los últimos 20 días éste se haya
revalorizado de un cinco a un seis por ciento. Brasil se queja de que el real
brasileño se haya apreciado en un año y medio cerca del 30 por ciento, debido a
la ingente entrada de capitales; y Tailandia, Indonesia, Colombia y Perú, por
ejemplo, han aprobado medidas para evitar la apreciación de sus monedas.
Es
cierto que una carrera de devaluaciones competitivas puede meter a la economía
mundial en una nueva recesión o al menos prolongar la crisis actual; pero es
difícil que ésta no se produzca si no se corrigen los desequilibrios existentes
en las balanzas de pagos, y si China, Alemania y demás países acreedores
continúan aplicando la misma política restrictiva. China dedica al consumo
interno alrededor del 30 por ciento del PIB y Alemania está basando su
crecimiento exclusivamente en las exportaciones y se niega a tomar cualquier
medida expansiva tendente a fortalecer la demanda interna. La situación resulta
insostenible y parece que estamos condenados a seguir idénticos pasos que en
los años treinta.