Europa
y la crisis económica
EEUU, al fin, ha aprobado el plan de
salvamento de Bush, que va a costar al erario público 800.000 millones de
dólares, una bagatela. Supongo que el americano medio se sentirá un poco
engañado; algo así como si le hubieran colocado en un acantilado y, los mismos
que le han llevado al borde del precipicio, le dijesen: “No te preocupes que
nosotros te salvamos; eso sí, para librarte de esta pesadilla, primero tienes que
darnos la cartera”.
Algo peor aun es lo de los europeos, porque
aquellos que les han conducido al borde del despeñadero ni siquiera tienen un
plan de salvamento, y es que ahora surgen, y de forma muy alarmante, todas las
contradicciones del monstruo que han construido, esa Unión Europea que es un
engendro con un cuerpo enorme e hinchadísimo, sin esqueleto, carente de manos y
de pies y con una cabeza diminuta. Desde hace casi veinte años, algunos venimos
denunciando, sin ningún éxito, tachándosenos más bien de extravagantes, que lo
de Europa, tal y como está concebido, no puede funcionar y que antes o después
saltará por los aires.
La Unión Europea se ha constituido
exclusivamente como integración de mercados, por eso, cuando estos fallan, no
existe ninguna capacidad de reacción. Se carece de unión política y de gobierno
europeos, lo que se manifiesta de forma evidente cuando, ante una crisis tan
alarmante como la actual, el reflejo espontáneo es convocar una cumbre de los
cuatro grandes países ninguneando a los otros veintitrés; y es que, si ya es
difícil, según estamos viendo, que estos cuatro lleguen a un acuerdo, sería
poco menos que imposible lograr alguna decisión de los veintisiete.
La Unión Europea, como tal Unión, se
encuentra inerme ante la crisis y es incapaz de ofrecer una respuesta. ¿Qué
respuesta va a poder dar cuando su presupuesto global apenas llega al 1,24% del
PIB? Los mercados financieros se han integrado, pero no se dispone de una
regulación común, la supervisión continúa siendo nacional, las normas y las
garantías, también. Mientras que en España se aseguran los depósitos bancarios
hasta los 20.000 euros, Italia lo hace hasta los 105.000, e Irlanda −con
gran malestar, por ejemplo, de Gran Bretaña− y últimamente Alemania
anuncian que lo harán de forma ilimitada. Hasta ahora, todas las acciones
realizadas para afrontar la crisis han partido de los Estados nacionales, y no
parece que pueda ser de otra forma en el futuro.
Hemos constituido una Unión Monetaria, pero
sobre supuestos tan falsos que permitimos que el Banco Central Europeo actúe a
su antojo sin ningún control y que, en la crisis más grave desde el año 29,
como empiezan a reconocer todos los expertos, el señor Trichet continúe
paralizado en su dogmatismo monetarista repitiendo esa estupidez de que la
brújula del BCE tiene una sola aguja: la de la inflación. Se puede hundir
Europa, pero, eso sí, controlando los precios; cuando además, para mayor
escarnio, no hay ninguna garantía de que realmente los controle.
España se encuentra en una situación
especialmente delicada porque, después de ocho años de integración en el euro,
comienza a divisarse lo que algunos pronosticamos: que el mantenimiento de un
tipo de cambio fijo nos conduciría a una situación insostenible en la balanza
de pagos. Año tras año, se ha ido perdiendo competitividad por el diferencial
de inflación y, año tras año, el déficit por cuenta corriente se ha
incrementado hasta llegar al 10% actual, lo que rompe ya todas las barreras y
dispara todas las alarmas.
En 1993, cuando estábamos en el Sistema
Monetario Europeo, afirmábamos la imposibilidad de mantener el tipo de cambio
fijo por el hecho de tener un déficit exterior por cuenta corriente del 3%, y
efectivamente, ante la presión de los mercados, fue necesario devaluar hasta en
cuatro ocasiones, lo que restableció el equilibrio y constituyó la condición
imprescindible para salir de la crisis.
Estos últimos años, los genios de la
política económica oficial, es igual que fuesen de un lado o del otro,
sostenían que, al estar en la Unión Monetaria, el déficit exterior no
importaba. Craso error, como se puede apreciar. Es posible que en condiciones
de dinero abundante sea relativamente fácil financiarlo, pero en épocas de
escasez crediticia las dificultades se hacen insalvables. Además, en cualquier
caso, el endeudamiento nunca puede ser ilimitado. Antes o después hay que
restituir el equilibrio y solo existen dos caminos para ello, o la devaluación
o una recesión. La primera significa salirse de la Unión Monetaria; y en cuanto
a la segunda, están por ver la intensidad y las consecuencias a que nos aboca.