Hacer un pan como unas tortas

Cuando pasen los años y se contemple, con cierta distancia, la estrategia seguida en Cataluña por el presidente del Gobierno, no podremos por menos que sorprendernos al ver tal cúmulo de errores consecutivos. La real politic nos dice –y por desgracia estamos acostumbrados a ello– que, para ganar y mantenerse, el príncipe debe cometer todo tipo de inmoralidades. Lo que cuesta entender es que se sacrifique la unidad y consistencia del Estado sin conseguir nada a cambio o, mejor dicho, para obtener fracasos y empeorar la situación relativa. Los resultados de las elecciones catalanas han sido por ahora el último episodio de esta farsa.

El Estatuto de Cataluña ha constituido un escalón fundamental en un camino que se orienta hacia la desintegración y debilitamiento del Estado. Por supuesto que el trayecto comenzó mucho antes, pero lo que nadie puede negar es que el Estatuto es un salto cualitativo que acelera el proceso, lo consolida y difícilmente admite vuelta atrás. El resto de las Autonomías tienen todo el derecho a reclamar igual trato que Cataluña, y no me refiero a esas milongas de realidades nacionales, nacionalidades o naciones, sino a lo que importa: las competencias y los recursos económicos. Andalucía, con el nuevo Estatuto, ha sido la primera en colarse en la carrera. Y dejando a aparte si es o no es constitucional, lo que sin duda parece ridículo y representa un buen exponente de la estupidez en la que hemos caído, es la pretensión, por ejemplo, de tener competencias exclusivas sobre el flamenco.

Cabría pensar que si un presidente de Gobierno se ha adentrado por un camino tan resbaladizo sería para obtener pingües beneficios políticos, para él o para su partido. Pues he aquí lo sorprendente, nada de los dicho. La rentabilidad política, caso de existir, se le ha cedido a la fuerza rival en Cataluña. Para que el Estatuto saliese adelante, tuvo que pactar con CiU y engañar a quienes hasta entonces venían siendo sus aliados en la Administración Central y socios de gobierno en el autonómico. Consecuencias: la destrucción del tripartito y la anticipación en un año de las elecciones, al tiempo que se defenestraba al hasta entonces presidente de la Generalitat y artífice primigenio del Estatuto.

Algunos pensarían que todo podría darse por bien empleado con tal de que el PSOE o el PSC, como se quiera, conquistase un éxito sin precedente en las elecciones autonómicas catalanas, mientras el PP, que se había enfrentado cerrilmente al Estatuto, se precitaba en el abismo. Pero nada de esto ha sucedido. El PP ha podido perder apoyos, pero difícilmente se puede afirmar que ha sufrido la debacle anunciada. Por el contrario, el partido que se ha dado el mayor batacazo ha sido el PSC. ¿Pero no era ZP el político mejor valorado en Cataluña? ¿No era el único presidente de Gobierno que había sabido entender a los catalanes? A los nacionalistas catalanes, corregiría yo. Y efectivamente es muy posible que los nacionalistas catalanes quieran mucho a Zapatero, aunque, como es lógico, a la hora de votar, votan a los partidos nacionalistas.

A lo largo de toda la pasada legislatura, el PSC ha venido haciendo una política nacionalista, pero está claro que eso no basta para atraer a los votos nacionalistas; sin embargo, parece que sí es suficiente para repeler a los no nacionalistas, de los que también hay muchos en Cataluña, quizás más que nacionalistas. Ha perdido 242.000 votantes, la cuarta parte de los que le dieron su apoyo en las elecciones de 2003. Sólo así se explica la enorme abstención y parte del triunfo de Ciutadans.

Seguro que muchos militantes socialistas sospechaban o temían que la política territorial practicada por Zapatero en esta legislatura, antes o después, según se fuesen viendo sus consecuencias, podía traducirse en un coste electoral para su formación política, principalmente en aquellas Comunidades donde no existen veleidades nacionalistas, pero pocos imaginarían que el coste electoral iba a ser también y en primer lugar en Cataluña. Tienen derecho a pensar que su secretario general ha hecho un pan como unas tortas.