El
fracaso de Bush
Hay quien dice que
Maquiavelo no fue lo suficientemente maquiavélico puesto que escribió “El
príncipe”. Un maquiavelismo confesado se anula a sí mismo. El oportunismo
político debe escudarse en la moral y disfrazar sus intereses de actos
virtuosos. Es por eso por lo que los discursos políticos suenan a falsos con
tanta frecuencia. Nadie manifestará sus verdaderas intenciones. El disimulo y
la hipocresía suelen ser inherentes al príncipe y le ayudan sin duda en su
acción de gobierno. Hay incluso quien como Ortega ha querido ver la necesidad
de una doble moral; al político, a Mirabeau, no le es
aplicable la tabla de valores que rigen para el hombre común, él se conduce por
otras leyes enmarcadas como única virtud en la magnanimidad y en los
resultados. La razón de Estado, el principio de que el fin justifica los
medios, se hace axioma teórico en pensadores como Mosca y Pareto e informa la
conducta de la actuación política en todos los campos, pero muy especialmente
en el orden internacional.
El presidente Bush
ha encarnado perfectamente esta doble moral. Escudado en un discurso pietista y
puritano en el que Dios, la libertad y la democracia se tomaban como baluartes,
ha llegado a acometer las acciones más deplorables. Sus actuaciones se
revestían de cruzada con la pretensión de combatir al eje del mal, pero al
igual que en las de
El veredicto sobre
los medios empleados no puede ser más que profundamente negativo. Pero sin duda
habrá quien intente resucitar esa vieja doctrina del realismo político, y acuda
a los fines para exculpar al presidente americano. Pues bien, aun aceptando
hipotéticamente la razón de Estado, el balance de
En los momentos
actuales, ya nadie cree que Sadam Husseim
dispusiera de armas de destrucción masiva ni que constituyese un verdadero
peligro para
La imagen de EEUU no
sólo se ha deteriorado en los países árabes; en el mundo entero ha crecido el
antiamericanismo y quizás nunca como ahora la bandera americana ha sido vista
en todas partes como enseña de opresión y sadismo. Al presidente americano le
acompañan en todas sus visitas manifestaciones y protestas que muestran bien a
las claras, más allá de las actitudes diplomáticas y a veces serviles de los
gobiernos, la repulsa y antipatía que despierta su presencia.
El fracaso ha sido
absoluto en el objetivo, si es que lo había, de establecer una situación
política estable en Afganistán e Irak. Afganistán continúa siendo un mosaico de
banderías y reinos de taifas en los que los señores de la guerra campan a sus
anchas, y con un gobierno central títere y casi en estado de sitio y únicamente
mantenido por la presencia de las fuerzas ocupantes. Irak vive estos días al
borde de la guerra civil y ésta, seguida de la constitución de un Estado
islámico, parece que será el destino que le espera una vez que las tropas
ocupantes abandonen el país. Resulta tremendamente irónico escuchar a Bush
interpelar a los iraquíes acerca de que ha llegado la hora de que escojan entre
el caos o
Tampoco parece que
se hayan conseguido los al parecer verdaderos objetivos, nunca confesados. Si
se pretendía asegurar el suministro de petróleo, el fracaso ha sido manifiesto.
La explotación de los pozos iraquíes se ha hecho casi imposible, sometida a
todo tipo de atentados y de riesgos. El precio del crudo viene alcanzando cotas
históricas sólo comparables a las que se alcanzaron en las crisis de los años 73 y 79, y sin duda
algo tiene que ver en esta escalada la situación de inestabilidad que afecta al
Medio Oriente. La reconstrucción de Irak, tarea por el momento inviable,
tampoco está siendo para las grandes corporaciones el negocio que se esperaba y
con el que se pretendía compensarlas de sus aportaciones a las campañas
electorales. Quizás solo las empresas de armamento han sacado hasta ahora
alguna tajada.
Ni medios ni fines,
simplemente un chapucero. No, Bush no ha sido un verdadero Maquiavelo. No sólo
porque haya fallado estrepitosamente en alcanzar los fines prefijados, a pesar
de no dudar en emplear todos los medios, aun los más censurables, sino porque
carece de la sutileza y la finura de los príncipes del Renacimiento. Es más
bien un patán tejano que no ha podido engañar a nadie, salvo a los que querían
ser engañados. Su prepotencia, su actitud insultante de autosuficiencia y
desprecio hacia el resto de las potencias occidentales, menoscabando sus
opiniones y creyendo que podría imponer unilateralmente al mundo sus
planteamientos, le han colocado en una encrucijada de difícil salida y han
empeorado de forma sustancial el equilibrio estratégico internacional. Sólo el
enorme déficit democrático que sufre EEUU -a pesar de
considerarse equivocadamente una democracia modelo-
puede explicar que a un personaje tan siniestro y chabacano le haya sido
factible ascender al puesto número uno de la primera potencia mundial.