Y dos huevos duros

Decía el viejo profesor, alcalde de Madrid, o al menos tal se le atribuye, que las promesas electorales son para no cumplirse. Puede pensarse que es una frase algo cínica, pero lo cierto es que los partidos políticos nos tienen acostumbrados, cuando se acercan las elecciones, a un cierto mercadeo de promesas, la mayoría de las cuales se olvidan tan pronto como uno de ellos gana las elecciones. Si te he visto, no me acuerdo. Siempre caben explicaciones.

Todo esto es bastante conocido y se repite en cada comicio. Así y todo, es difícil no asombrarse de lo que en esta ocasión está ocurriendo. El cúmulo de despropósitos supera lo previsible y nos adentramos en una carrera en la que las dos formaciones mayoritarias porfían por ver cuál de ellas realiza la promesa más extravagante o el mayor desatino.

Los hermanos Marx eran artistas del absurdo. Y como nos movemos en el absurdo, la actual campaña electoral recuerda aquella escena de “Una noche en la ópera”: ... ¡Y dos huevos duros! Los dos partidos alternan y se replican añadiendo medida tras medida. Una propinilla de 2.500 euros por el nacimiento de un nuevo infante, exención del IRPF y de las retenciones a quien gane menos de 16.000 euros anuales, desaparición del impuesto de patrimonio. Rebaja de cinco puntos en la tarifa del impuesto de sociedades. Devolución de 400 euros a todos los contribuyentes... ¿Cómo no exclamar “y dos huevos duros”? ... En lugar de dos, que sean tres... y uno de oca.

Lo peor de todo ello es que cada oferta aparece como una mera ocurrencia sin incardinarse en ningún plan coherente y sin análisis previo de sus costes y resultados. Centrémonos en la última genialidad: devolver 400 euros a todos los contribuyentes. Ni el propio presidente del Gobierno, que ha sido quien la ha anunciado, debía saber lo que quería decir. ¿A quién se le devuelve? ¿Únicamente a los contribuyentes del IRPF?, ¿a todos? ¿También a los que solo hayan pagado 300 euros por este gravamen? ¿Y por qué se cobra lo que después se va a devolver?, ¿para tener ocupados a los funcionarios de la Agencia Tributaria ?

Así enunciada la medida indica un desconocimiento de la técnica tributaria que asusta en un presidente de Gobierno. Pero es que, además, tiene muy poco de progresiva porque deja fuera de su alcance precisamente a los ciudadanos que más la necesitan, aquellos con una situación económica tan deteriorada que ni siquiera están obligados a tributar por el IRPF: parados, la mayoría de los pensionistas, asalariados precarios, etc. No parece que el criterio más justo para recibir una subvención de 400 euros lo constituya el ser contribuyente de este gravamen.

Algo tiene en común el festival de ofertas de ambos partidos. La mayoría de ellas se dirigen a reducir los impuestos. Pretenden basarse en la situación desahogada de las finanzas públicas. Olvidan que, en gran medida, el superávit presupuestario está fundamentado en la buena marcha de los ingresos, y esta a su vez en la actividad económica. El cambio de coyuntura que se avecina supondrá sin duda que en el futuro las tasas de crecimiento vayan a ser más reducidas, los ingresos menores y el superávit presupuestario, un espejismo.

Por otra parte, aunque éste existiera, habría que plantearse si el mejor destino de esos recursos es rebajar tributos. Nuestra presión fiscal es mucho más reducida que la de la mayoría de los países de la Unión Europea , seis puntos menos que la media de los quince. Son los mismos seis puntos que nos alejan en el porcentaje que los gastos sociales absorben del PIB. De haber exceso de recursos sería más lógico dedicarlos a mejorar nuestro sistema sanitario público, con necesidades múltiples; a fortalecer el seguro de desempleo, que cuenta con una cobertura raquítica; o a incrementar las pensiones (no solo las mínimas), dado que es en el colectivo de jubilados donde se concentran las bolsas de pobreza. Todos estos destinos, así como el fomento de las obras públicas, incentivarían la actividad económica tanto o más que la bajada de impuestos.