Dios
o los hombres
Por muy horrible que
nos parezca, desde el fundamentalismo islámico, habrá quien haya visto en los
enormes desastres que estos días están afectando a la nación americana un
castigo de Dios, “Alá es grande –habrán exclamado– y ha vengado a sus fieles”.
No, no nos puede extrañar demasiado, cuando el presidente de Estados Unidos,
desde otro fundamentalismo religioso, invoca públicamente la ayuda de Dios
antes de iniciar la masacre de otras naciones. Los griegos, que no eran monoteístas
y por lo tanto poseían un visión más light de la religión, al
enfrentarse con el misterio del dolor y las catástrofes, les conferían un valor
estético, de espectáculo, y con cierta resignación pagana recitaban aquel verso
memorable de
Los que militamos en
una sociedad secular y laica, procuramos dejar a Dios en paz, al menos de tejas
para abajo. Recurrimos a explicaciones científicas que tan sólo ofrecen, y ya
es bastante, la medida de la insignificancia del hombre con la inmensidad del
universo, y su fragilidad en relación con la furia que la naturaleza puede
desatar, al tiempo que nos preguntamos si no son los hombres los que traman y
cumplen su propia destrucción y no precisamente como argumento artístico, sino
por propio fanatismo o estulticia.
Hay ya quien ve en
el cambio climático y en el calentamiento del planeta el origen del espantoso
huracán que ha recorrido estos días varios estados de Norteamérica, o al menos
de su extraordinaria intensidad, y juzgan culpables a las grandes compañías
petroleras y a un gobierno como el de Bush que se deja sobornar por ellas
impidiendo que avancen protocolos y acuerdos como el de Kyoto.
Pero al margen de responsabilidades ecológicas, lo que no deja lugar a dudas es
la responsabilidad en la incapacidad de respuesta. Quizás no se hubiera podido
evitar el huracán, pero lo que es seguro es que se deberían haber reducido y
paliado sus negativas consecuencias.
La incapacidad que
Desastres de este
tipo ponen al descubierto la mentira del neoliberalismo económico, e indican
bien a las claras que Dios y la propiedad privada no son suficientes para
responder a situaciones de crisis como ésta. No es que falten medios, falta el
Estado; está ausente lo público que tanto se ha denigrado y destruido, y cuando
todo es privado, la respuesta tan sólo puede ser la de sálvese quien pueda.
Hoy, diputados, senadores, alcaldes, los americanos todos, vuelven la cara
avergonzados y se preguntan cómo es posible que este caos, que este cataclismo
esté ocurriendo en su país.
Estaba anunciado sin
margen de error que si Nueva Orleans sufría un huracán, dada su situación
geográfica, las consecuencias podían ser dramáticas, pero el dinero que se
debía haber dedicado a reforzar los diques se fue en bajada de impuestos a los
ricos y en recursos para la guerra de Irak, y en Irak y en Afganistán parece
que estaban los helicópteros, los camiones y las tropas de
Cuando se aplica el sálvese quien pueda, los
que se salvan son los ricos, los que tienen medios. Por el contrario, los que
perecen son los que carecen de recursos; en Luisiana y en Misisipí, los negros
y los chicanos, junto a algún turista despistado. Los más maliciosos afirman
que a Bush le preocupa poco Luisiana ya que es el estado más demócrata de toda