La Tómbola de lo público

La única objeción que cabe oponer a la decisión adoptada de eliminar ese engendro llamado Tómbola de la programación de Telemadrid, es que ha sido excesivamente tardía. Constituía un permanente escándalo mantener un programa de tales características en la pantalla de una televisión pública. Sonrojo del que por lo visto no está dispuesto el señor Zaplana a librar a los valencianos.

Coincido con las voces que estos días calificaban de inmoralidad el que el dinero de los ciudadanos se hubiese destinado a financiar tamaña bazofia. Pero habitualmente proseguían con una coletilla de la que discrepo. Otra cosa, se decía, es que se tratara de una televisión privada. Los privados pueden hacer con su dinero lo que quieran.

Aquí, como en otros muchos casos, somos víctimas de un espejismo. Porque lo cierto es que la televisión "en abierto", sea pública o privada, la pagamos todos los ciudadanos. La primera, es verdad, se costea, en su mayor parte, con nuestros impuestos. Pero la segunda se financia mediante la publicidad, y el gasto en publicidad, como es lógico, termina repercutiendo en los precios de los artículos anunciados. Así que cada vez que compramos un coche, consumimos una colonia o usamos el teléfono estamos financiando a las televisiones privadas sin saberlo. La publicidad es una especie de impuesto indirecto, con el agravante de que sufragamos nuestro propio lavado de cerebro. La publicidad no es información, más bien es desinformación, intoxicación, manipulación. Engaño y burla.

Distinguir aquí entre televisiones públicas y privadas carece de consistencia, entre otras razones porque estoy seguro que un programa como Tómbola se financiaba también, y con creces, con publicidad en la televisión pública.

Hemos adoptado un criterio muy restrictivo y tal vez distorsionado a la hora de conceder el calificativo de público. Nos fijamos exclusivamente en la titularidad de la propiedad o el destino de los beneficios. Hay, sin embargo, un concepto de público más amplio, y a entender más exacto, la referencia a su utilidad y a la importancia estratégica que el bien o servicio tienen de cara a la comunidad.

La televisión, sea cual sea el titular de la propiedad, es un servicio público. El suministro de gas o hidrocarburos de un país, la electricidad, las telecomunicaciones son públicas por más que en determinados momentos se encuentren en manos privadas. Cuando en estos sectores los poderes públicos abdican de sus competencias dejando a los privados la facultad de decidir, los desastres pueden ser enormes. Es lo que está ocurriendo con la electricidad en California o con los ferrocarriles en Gran Bretaña. Algo de esto comienza ya a suceder en nuestro país. Cataluña se enfrenta en los próximos años a un déficit de energía eléctrica y en pocas ocasiones han funcionado en España tan mal como ahora las líneas telefónicas, a pesar de que nunca la factura ha sido tan elevada.

La permanencia de un programa como Tómbola en la televisión es, sin duda, una vergüenza, pero tanto si es pública como privada. Tanta o mayor vergüenza fue la emisión del Gran hermano en Tele5. Tómbola no es el único caso. Por desgracia las programaciones actuales están repletas de telebasuras. Y no se diga que es lo que quiere la audiencia, que el cliente siempre tiene razón. Sabemos de sobra la falacia que en los momentos actuales se esconde detrás de ese axioma de la supremacía del consumidor. Hoy consumimos lo que la industria de la publicidad desea, y se generan nuevas necesidades de acuerdo con los intereses económicos. El mercado televisivo no constituye una excepción.