La
excarcelación de un terrorista
La excarcelación del etarra De Juana Chaos ha dividido a la ciudadanía y,
sobre todo, a los hooligans de uno y otro bando. Sobran pasión y
sentimiento y falta un análisis que pretenda mantenerse, al menos, en la
racionalidad.
El discurso del Gobierno tiene bastantes puntos débiles, incluso
agujeros. Es cierto que, como señaló Rubalcaba, De Juana ha cumplido ya la
condena de sus 25 asesinatos, por lo que están de más el alegato patético que
algunos se empeñan en hacer de los 25 muertos y la reiterativa denominación de
asesino sanguinario. También es verdad que la condena que cumple en la
actualidad obedece al hecho de haber vertido amenazas en dos artículos
aparecidos en el diario Gara. En principio, veo con
cautela los delitos de opinión. Considero que la palabra, sea cual sea,
difícilmente es delictiva. Por esa razón, jamás me convenció el pacto
antiterrorista, y mucho menos, la ley llamada de partidos políticos. Y por eso
también podría haber entendido perfectamente que De Juana no hubiese sido
condenado esta segunda vez y se le hubiese dejado en libertad. Lo que resulta
difícil de entender es la sarta de desatinos que jalona todo este desgraciado
proceso.
Empecemos
recordando que fue el PSOE -y el PSOE de Zapatero- el que propuso al PP y más tarde firmó el pacto antiterrorista, y que
fue también esta formación política la que junto con el PP aprobó la ley de
partidos políticos en la que se criminaliza
Quien intente juzgar
el asunto con cierta objetividad no puede por menos que extrañarse, incluso
escandalizarse, ante la sospecha de que se estaba violentando el Estado de
Derecho para adaptarlo a un caso concreto. Es comprensible que algunos
encuentren una desproporción entre los 18 años de cárcel y los 25 asesinatos,
pero es consecuencia del Código Penal entonces vigente y ni se puede aplicar
otro con carácter restrictivo ni es ético buscar por todos los medios un
resquicio para desvirtuar la norma, aun cuando la norma no guste. El resquicio,
sin embargo, se acabó encontrando en dos artículos publicados por De Juana en
el diario Gara.
No he leído los
artículos y tengo que reconocer que siento una aversión instintiva por ese
fanatismo extremo, hermanado con el racismo, que se vislumbra tras la
bravuconería de la que hacen gala los terroristas de ETA. No solo es que
repudie sus métodos absolutamente inaceptables, sino también su ideología, el
nacionalismo, causa de bastantes males del siglo XX. Pero, por muchas barbaridades
que De Juana dijese en los artículos, resulta difícil de comprender que le
hiciesen acreedor a más de noventa años de cárcel, tal como solicitaba al
principio el ministerio fiscal.
Habría por tanto
entendido perfectamente que no se le hubiese condenado o, en caso de
condenarle, que la pena hubiera sido mucho más reducida, tal como al final ha
dictado el Supremo; lo que sin embargo encuentro lamentable y muy peligroso es
el proceso seguido y el desenlace final. La pena se ha ido reduciendo de
instancia en instancia, dando la impresión de que la cuantía era elástica y que
dependía más de las presiones de ETA y del propio acusado sobre el Gobierno que
de la aplicación de los principios de un Estado de derecho. La actuación de la
Fiscalía, cambiando de parecer de manera tan radical, tiene por fuerza que
dejar en los ciudadanos un regusto amargo y la incógnita de saber hasta qué
punto es maleable la aplicación de la justicia.
Nada que objetar
si desde un principio a De Juana se le hubiese impuesto la pena de tres años o
incluso menos; mucho, si se llega a esta condena como resultado de presiones
sobre el Estado de derecho. No habría habido demasiado que rebatir si el
Gobierno por propia iniciativa hubiese excarcelado a De Juana o a cualquier
otro preso de ETA, siempre que hubiese sido dentro de las previsiones legales,
aunque bien es cierto que resulta difícil de justificar que los beneficios
penitenciarios se puedan aplicar a aquellos que, lejos de arrepentirse, hacen
gala de sus delitos. Las objeciones comienzan, no obstante, cuando el Gobierno,
el Estado en último término, no toma las decisiones libremente sino bajo
chantaje.
La señora
vicepresidenta afirma que si algo es legal no puede haber chantaje. Craso
error, hay que decir más bien que lo legal deja de ser tal cuando se realiza
bajo coacción. Legal es, sin duda, que una persona done a otra un millón de
euros, pero la calificación es muy distinta si lo hace bajo amenazas, sean del
tipo que sean. Conferir los beneficios penitenciarios es una potestad de las
autoridades penitenciarias y del Gobierno; tan legal es concederlos como no
concederlos, aunque lo ético es otorgarlos tan solo cuando hay razón para ello.
Pero en cualquier caso la legalidad, o al menos la legitimidad, deja de existir
en cuanto se otorgan bajo presión o chantaje. Porque ahí se encuentra
verdaderamente la cuestión, y por ello el Gobierno no puede comparar este caso
con las excarcelaciones que hayan podido realizar otros gobiernos.
La señora
vicepresidenta tiene razón: el asunto es bastante difícil de entender. Es
difícil de entender porque no es ni mucho menos la primera huelga de hambre que
realizan unos presidiarios y, como es lógico, el Estado nunca había cedido,
dejando incluso que murieran dos miembros del GRAPO. ¿Acaso su vida valía menos
que
Legal era desde
luego el acercamiento de los presos etarras al País Vasco, petición de la banda
en el secuestro de
Desde el Gobierno
y desde el PSOE tratan de justificar la excarcelación por el peligro de que De
Juana se convirtiese en un mártir. No puedo por menos que suscribir lo que le
he escuchado a Nicolás Redondo Terreros en una tertulia: a ETA le sobran
mártires, de lo que carecía hasta ahora era de un héroe, alguien que hubiera
doblegado al Estado, que le hubiera echado un pulso y lo hubiera ganado. Ya lo
tiene.
Lo ocurrido
únicamente tendría explicación en un proceso más amplio de negociación en el
que esta medida sería tan solo una más dentro de un paquete de partidas y
contrapartidas. Pero si ha sido así, se ha planteado muy mal, porque lo lógico
habría sido exigir que se pusiese fin a la huelga de hambre mucho antes de la
excarcelación para que esta no pareciese el resultado de un chantaje. Por otra
parte, tras el atentado de Barajas, resulta impensable que la negociación pueda
continuar. En cualquier caso, para aceptar y apoyar esta hipótesis se
precisaría confianza en la sensatez del Gobierno y de su presidente, pero ¿cómo
tenerla después de su forma de actuar con el Estatuto de Cataluña?