La
España plural
Hay expresiones con
fortuna, que se ponen de moda y acaban dominando el discurso político. Bien es
verdad que todo tiene su porqué. Ahora campa con afección y petulancia la de la
España plural. El presidente del Gobierno la empleó
con profusión en el Debate sobre el estado de la
nación. La sociedad es plural, también la española. ¿Quién va
a negarlo? Pero puestos a buscar singularidades, no creo que sea la
territorialidad la más importante. A mí, los notarios me parecen bastante
iguales, sean de Jaén, Badajoz o Cataluña. Tampoco encuentro demasiada
diferencia entre los banqueros de Madrid y los del País Vasco; ni siquiera hay
disparidad con los de Nueva York, Londres o Berlín. Y qué decir de los obreros
de la construcción que trabajan en Madrid o Barcelona o de los jornaleros del
campo de Almería y de Murcia. La única diferencia es que procedan de Marruecos
o del Ecuador.
España es plural,
qué duda cabe. Unos ganan al mes seiscientos euros y otros sesenta mil. Unos
poseen rentas de miles de millones de pesetas, y otros las deudas de la
hipoteca. Unos cogen criada y otros se ponen a servir. Hay
quien se ríe de Dios y quien no sale de la iglesia; los hay a favor o en contra
del aborto, de la globalización, de la política exterior americana; hay quienes
defienden los impuestos progresivos y quienes no. A unos les amenaza
el paro mientras otros son ellos mismos los que despiden. Hay quienes escriben
libros y los que no han leído uno en toda su vida. Viejos y jóvenes, hombres y
mujeres, homosexuales y heterosexuales.
El presidente del Gobierno durante el debate
de la nación insistió en que hay que aceptar la
España plural, y en que es preciso que esté representada
globalmente en el Parlamento. Me temo, sin embargo, que la pluralidad a la que
se refería era sólo la de la
territorialidad. No está mal que en el Congreso estén
representados los nacionalistas, pero a fuerza de preocuparse desde la
Transición por su representación, hemos terminado en una situación
en la que los que no están representados son los otros, la gran mayoría de los
ciudadanos, a los que lo del nacionalismo les importa bastante poco.
Somos muchos, cada vez más, los que no
encontramos formación política que nos represente. Por eso, el batallón de los
abstencionistas viene incrementándose de elección en elección, excepto cuando
un gobierno encabrita de tal modo al personal, como ocurrió con la guerra de
Irak, que van a votar exclusivamente para echarle. Pero incluso en ese caso no
se vota a favor de, sino en contra de, la gente continúa sin
sentirse representada.
Hemos construido un sistema electoral en el
que la única representación que parece estar garantizada es la de los
nacionalistas. La inmensa pluralidad que queda fuera tiene que escoger entre
dos partidos con políticas parecidas en muchas materias y en otras centradas en
el mayor de los sectarismos. Hay que elegir entre por un lado la
COPE , el OPUS y el
nacionalcatolicismo, y por otro la frivolidad populista de los que están dispuestos
a trocear el Estado; pero eso sí, los dos frentes con muy poco pluralismo en
las políticas económicas y sociales.
Según el presidente del Gobierno, la
España plural exige la desconcentración del poder político. Yo
opino más bien lo contrario: dado que hay demasiada pluralidad, desigualdad, se
precisa un poder político unitario que sea capaz de mitigar las diferencias y
controlar al poder económico. Éste no se desconcentra, sino que se concentra
cada vez más. Por eso, algunos exigimos de Europa la
Unión Política que compense la
Unión Económica. La última sin la primera
termina deteriorando el Estado de bienestar hasta su desaparición.
No dejan de ser
curiosas ciertas posturas. Mientras en Europa propugnan la
Unión Política y son testigos de los múltiples obstáculos e
impedimentos que dificultan el conseguirla, persiguen desmantelar en España la
ya existente, troceándola en múltiples reinos de Taifas. ¿Contradicciones? Más
bien, intereses del personal.