De
homosexuales e islamistas
En esto del progresismo es fácil la confusión, el quid
pro quo. Considero justo que los homosexuales tengan los mismos derechos
que el resto de los ciudadanos, pero dudo de que el camino adecuado sea el de
confluir todos en el matrimonio. La trayectoria debería ser más bien a la
inversa. Lo progresista no consiste tanto en transformar las parejas de hecho
en parejas de derecho, sino en aceptar que el derecho tiene poco que decir
respecto a las relaciones afectivas y sexuales de las personas. El concepto
actual de familia está asentado en supuestos obsoletos e inadecuados para las
condiciones presentes. Separado el matrimonio de la procreación, anulada con la
incorporación de la mujer al mercado laboral la división del trabajo que
tradicionalmente se daba en la familia, aceptado con el divorcio el carácter
provisional de ésta, censurada por el Constitucional su unidad fiscal, ¿por qué
las relaciones entre los cónyuges tienen que regirse por normas jurídicas
diferentes a las de cualquier unión de personas que vivan en común, sean cuales
sean los lazos entre ellas? Se precisa un derecho del menor pero no un derecho
de la familia. Hasta la misma razón de ser de la pensión de viudedad se
tambalea.
Con asombro leo la noticia de que se pretende
financiar con los Presupuestos del Estado la práctica de la religión islámica,
al tiempo que se establecen en las escuelas clases de Corán y se facilita el
acceso a la televisión pública a los grupos islámicos para que emitan programas
religiosos. Mi sorpresa no radica en el hecho de que se concedan los mismos
derechos a la religión islámica que a la católica. Es más, juzgo realmente
impúdico que desde ambientes o medios católicos se critiquen tales medidas. Mi
confusión proviene del procedimiento elegido para conseguir la igualdad.
Considero que de lo que se trata no es de dar a todas las religiones un
carácter público, sino privado. Una cosa es la libertad religiosa y otra muy
distinta que se subvencionen y se promuevan desde el Estado.
Me parece
que el camino correcto consiste en evolucionar hacia que todas las religiones,
sean cuales sean, se autofinancien, es decir, que sean los propios fieles, si
les interesa, los que corran con su mantenimiento y, por tanto, que sean
también ellos los que exijan cuentas y decidan qué gastos hay que acometer y
cuáles no. El proceso adecuado hacia la igualdad sería hacer desaparecer de una
vez de los Presupuestos del Estado la subvención a la iglesia católica, residuo
del nacional catolicismo y ese sustituto que se ha buscado para encubrirlo de
colocar la cruz en el Impuesto sobre la Renta. Todo ello no sería impedimento
para que si alguna confesión acometiese obras sociales éstas se pudiesen
subvencionar, pero siempre al margen de cuál fuese el credo religioso y en
igualdad de condiciones con otras asociaciones que pudiesen presentarse y que
tuviesen un carácter laico.
Lo
pertinente es que la doctrina católica se enseñe en las iglesias, la islámica
en las mezquitas y la hebrea en las sinagogas, y que la escuela subvencionada
con el dinero público sea laica y se dedique a las cosas de este mundo.
Es curioso que en los tiempos que
vivimos, controlados ideológicamente por el neoliberalismo, tan enemigo de lo público y tan amante de la privacidad,
apliquemos estos esquemas únicamente a la economía, mientras que nos empeñemos
en colocar a otras materias como las relativas a las confesiones religiosas o a
las relaciones afectivas y sexuales bajo el paraguas del Estado.