Del
Betis manque pierda
“Del Betis manque
pierda” se solía decir a efectos de ejemplarizar aquellas posturas
caracterizadas por la adhesión incondicional a un equipo. Tal como ha
evolucionado el fútbol y dada la proliferación de ultras, la aseveración anterior se podría aplicar hoy a cualquier
club. Lo peor es que tal fenómeno no ha quedado recluido tras los muros del
deporte, ha saltado a otros muchos ámbitos de nuestra existencia, en particular
y con mucha fuerza al de la política.
En la actualidad, el sectarismo se ha
instalado de manera generalizada en el juego político. Se profesa una fidelidad
absoluta a un partido “manque se equivoque”.
Sectarismo no es similar a dogmatismo. El dogmatismo es el fanatismo de las
ideas. En el sectarismo las ideas apenas interesan; la adhesión incondicional
se dirige hacia el grupo sea cual sea el programa que en ese momento defienda.
El discurso puede cambiar, ¿qué más da? Lo estático y lo permanente son las
siglas, la etiqueta.
El individuo se identifica con la colectividad,
bien sea partido político, iglesia, raza o pueblo, que a su vez se encarna en
el líder, en el caudillo. El individuo supera a menudo su mediocridad
sintiéndose parte de un todo; es importante porque el universal al que
pertenece lo es. La defensa del colectivo, y de su jefe constituye el valor
esencial, todo lo justifica y a ello debe sacrificarse, con razón o sin razón,
todo lo demás. El extranjero, el foráneo, el ajeno al grupo, es en principio
sospechoso.
A lo largo de
El nacionalismo es propenso al victimismo y
a marcar
Es muy posible que, en este caso, el
tribunal no estuviese muy acertado; pero, de ser así, la justicia tiene
mecanismos para corregir el error. En una democracia ningún ciudadano aunque
sea lehendakari o presidente del Gobierno puede tomarse la justicia por su mano
o interpretar las leyes a su antojo. En una democracia todos los ciudadanos son
iguales ante
En nuestro país el espíritu de secta, de
tribu, de ningún modo queda restringido al nacionalismo. Se da también un
patriotismo de partido. Las personas se adhieren con frecuencia a una formación
política de manera absoluta, e irracional, renunciando de antemano a cualquier
disquisición o pensamiento propio. Nosotros somos los buenos y ellos los malos.
Nosotros siempre tenemos razón y ellos nunca, y si alguna vez nos hemos
equivocado, no importa, adoptemos la fórmula que en nuestro Siglo de Oro
consagró el Conde Lozano, el de las mocedades del Cid: “…pero si la acierta
mal, defenderla y no enmendarla”. Muchos militantes del PSOE, a la entrada de
los condenados por el Gal en la prisión de Guadalajara, al igual que hicieron
el otro día los del PNV, la defendieron y no enmendaron. Y qué otra cosa hizo
el PP con la guerra de Irak sino defenderla y no enmendarla.
No es, desde luego, una cuestión de ideas,
sino de clanes. Sobre el trasfondo de un pensamiento único e ideológicamente
semejante luchan a dentelladas los miembros de los distintos partidos, sin
concesión ninguna al enemigo. Patriotismo de partido. Y los medios de
comunicación, uniformados también en el pensamiento único, se alinean con una o
con otra cuadrilla y aun cuando todos se llaman independientes ninguno lo es.
La fidelidad es al clan, al partido, al grupo, no a las ideas. Y se cambia de
programa y de discurso al unísono que lo hace el partido. Es curioso ver cómo
una misma persona puede defender lo contrario que defendió ayer por la única
razón de que la consigna del clan se modificó. Un notable miembro del PSOE hace
ya mucho tiempo que sostenía que “socialismo es lo que hacen los socialistas”,
es decir, lo que defiende el partido en cada momento. Es el partido el que
legitima las ideas y no al revés. Y es que, en el fondo y por encima de todo,
se mantiene una regla: Extra ecclesia non est salus.