Gaza
cuestiona la legitimidad de Afganistán
Ante el drama de Gaza, lo único que la
llamada comunidad internacional -EEUU, la Unión Europea, Rusia y la ONU- se ha
atrevido a pedir es una prórroga de cuarenta y ocho horas coincidiendo con el año
nuevo. Pero ni siquiera eso ha sido capaz de conceder Israel, acostumbrado a
tener patente de corso para sus actuaciones de filibustero.
Solo los múltiples intereses económicos que
maneja el sionismo internacional pueden hacer olvidar el origen terrorista del
Estado de Israel y únicamente esos mismos intereses pueden ocultar que practica
con frecuencia el terrorismo de Estado. Resulta difícil dar otro apelativo, por
ejemplo, al bombardeo en aguas internacionales de un buque como el Dignity, cargado con ayuda humanitaria, poniendo en peligro
a una tripulación pacifista. En realidad, la denominación que cabe otorgar a la
actuación de los judíos en Palestina es la de genocidio, calificativo que nos
hemos apresurado a dar a otras situaciones con menores motivos.
El genocidio cometido hace ya más de sesenta
años por los nazis contra los judíos de ninguna manera puede servir de coartada
para que estos actúen con total impunidad contra los palestinos, contraviniendo
todas las convenciones internacionales, violando los derechos humanos y
haciendo caso omiso de las resoluciones de la ONU. Desde 1967, Israel ocupa un
territorio que no le pertenece, pero además, como potencia ocupante está muy
lejos de cumplir las obligaciones que el derecho internacional impone, condenando
a los palestinos a condiciones infrahumanas. Israel pretende justificar sus
razias de castigo en la legítima defensa, pero en todo ordenamiento jurídico,
hasta en el derecho penal de cualquier Estado, se estipula que, para ser
legítima, la respuesta a la violencia tiene que guardar una cierta proporción,
lo que resulta totalmente imposible de aplicar al comportamiento del Estado
judío.
La situación creada en Palestina, la
conducta de Israel y la permisividad de la ONU y de las grandes potencias deslegitiman
la legalidad y el llamado orden internacional y transforman en verborrea
hipócrita el discurso de los mandatarios de los países occidentales. ¿Por qué
razón se condenan unos genocidios y no otros? ¿Por qué se interviene en
determinados países y no en otros? ¿Por qué Irak o Irán no pueden tener armas
de destrucción masiva e Israel sí? El respaldo incondicional que EEUU concede
en sus crímenes de guerra a Israel, aparte de constituir uno de los hechos más
cínicos de la política internacional, se encuentra en el origen de la casi
totalidad del terrorismo islámico. Este quizás no tenga justificación, pero sí
explicación en el odio amasado y acrecentado durante años.
Bush despide sus ocho años de gobierno sin
cambios, tal como se ha comportado en este tiempo, como terrorista y criminal
de guerra. No ha tenido ningún empacho en respaldar durante su última
comparecencia las actuaciones de Israel, culpando, sin ninguna matización, de
las matanzas en Gaza a Hamás. Ciertamente, Bush es un caso extremo de déspota
internacional, pero, por desgracia, en el conflicto de Israel y Palestina la
postura de los distintos presidentes americanos no ha sido muy diferente. Son
muchos los que hoy miran a Obama creyendo que va a representar un cambio
radical, pero quizás en este asunto, como en tantos otros, el cambio va a ser
mucho menor que el esperado. De hecho, ya es significativo que no se haya
querido pronunciar sobre los bombardeos a Gaza, lavándose las manos con el
argumento de que no podía haber a la vez dos presidentes en EEUU, cuando, sin
embargo, no ha tenido ningún reparo en pronunciarse en materia económica.
El papel de la UE no está siendo mucho más
airoso. Es verdad que los países europeos pueden escudarse en la tesis de que
sin EEUU poco pueden hacer para presionar a Israel, pero eso no es totalmente
cierto. Su discurso podría ser bastante más claro y expeditivo. Sarkozy y su
gobierno han dado muestras de una gran ambigüedad y tibieza, y resulta
totalmente inaceptable que Israel continúe manteniendo su condición de país
preferente de la UE.
Por otra parte, a EEUU se le podría
presionar con mayor contundencia. Todos aquellos países, entre los que se
incluye España, que colaboran en las misiones militares (no humanitarias) del
imperio, deberían hacerle ver que el unilateralismo tiene que terminar y que
Norteamérica no puede decidir en solitario en qué territorios se puede
intervenir y en cuáles no, o a qué países hay que forzar y a cuáles no, a no
ser que quiera encontrarse también aislada en las misiones bélicas. Irak
constituyó una buena señal de aviso, pero parece absurdo contentarse con ese
paso y no aplicar el mismo criterio a otras intervenciones. ¿Cómo justificar la
ocupación de Afganistán por las resoluciones de la ONU y permitir al mismo
tiempo que Israel las incumpla de forma manifiesta?
La actuación de Israel en Palestina
desenmascara la hipocresía que se esconde tras la llamada comunidad
internacional, su doble rasero de medir, y desmonta el discurso pletórico de
tartufismo de nuestros gobernantes acerca de las llamadas misiones
humanitarias.