El
culo y las témporas
Por poco que se ahonde en la historia de las
religiones, resulta fácil descubrir en muchos de los preceptos morales causas
sociales relacionadas con las condiciones de vida de los pueblos en los que
surgieron. La más evidente, por ejemplo, la obligación de practicar abluciones
presente en casi todas las religiones antiguas, y que obedecía a una razón
higiénica de enorme importancia en sociedades con condiciones sanitarias muy
precarias. Al atribuir a determinadas prescripciones un origen religioso se las
dotaba de mayor fuerza coactiva. Pero no siempre la etiología de los
mandamientos religiosos tiene una explicación tan benigna; en otras ocasiones,
traduce la estructura de poder social y el deseo de blindarla y perpetuarla.
Lo cierto es que pasados los años desaparecen las
razones, fueran cuales fueran, y sin embargo subsisten los preceptos
petrificados y mantenidos de manera irracional por las iglesias. Han cambiado las
condiciones de vida y, no obstante, la ortodoxia se resiste a cambiar. Uno se
estremece al contemplar el dolor y el sufrimiento que de forma inútil y absurda
han generado en la sociedad a lo largo de la Historia determinados cánones
religiosos. No es preciso trasladarse a países exóticos o a naciones que
profesan el fundamentalismo islámico para contemplar la irracionalidad e
iniquidad de ciertos ritos y preceptos. Aun en nuestras sociedades teóricamente
secularizadas, muchas personas se debaten en contradicciones religiosas.
Pero la gravedad del tema aparece sobre todo cuando
se intentan transformar las reglas de una determinada confesión en norma
jurídica de obligado cumplimiento para toda la sociedad. Mientras los preceptos
religiosos permanezcan en la órbita privada de los creyentes, allá ellos con
sus ideas. Muchas personas profesan creencias descabelladas y no únicamente de
carácter religioso. El peligro surge tan pronto como se pretenden imponer por
la fuerza a los demás. Nuestros obispos se resisten a convivir en una sociedad
laica. Quizá porque el infierno ha perdido ya fuerza coactiva recurren una y
otra vez a la sanción de las leyes.
El arzobispo de Madrid, tal vez alterado por los
preparativos de boda tan importante, ha sobrepasado los límites de lo
previsible y, ante el anuncio programático del PSOE de legalizar los
matrimonios gays, lejos de recurrir a las penas del
fuego eterno, amenaza con la quiebra de la Seguridad Social. Uno no sale de su
asombro, porque le parece que el buen prelado ha confundido el culo con las
témporas, y la gimnasia con la magnesia. Resulta difícil descubrir el nexo de
una cosa con la otra. Aunque bien mirado, el ilustre cardenal se ha limitado a
utilizar la estrategia de los políticos e insignes representantes del poder
económico, que utilizan la quiebra de la Seguridad Social como amenaza para
descalificar todo aquello que les molesta. Por supuesto, la reducción de las
cotizaciones sociales y de los impuestos directos no constituyen,
según ellos, ningún peligro, cuando en realidad son los únicos factores capaces
de desequilibrar el sistema.
Y puestos a disparatar, nadie como
el ministro de Hacienda. Resulta que legalizar las parejas gays
puede ser fuente de desempleo. Es la expresión más clara del relativismo y del oportunismo
que enmarcan hoy nuestro discurso económico, cada uno saca las inferencias que
le parece y lo que vale ahora para fomentar el empleo, mañana según convenga se
convierte en causa del incremento del paro. Se supone que cuando el señor
ministro de Hacienda asocia los gays con el desempleo
está pensando en las ayudas que las nuevas familias recibirían en el caso de
ser legalizadas. Pero ¿no quedamos en que la reducción de impuestos, canalizada
en gran parte como ayuda a las familias, había sido causa de crecimiento
económico y de la prodigiosa creación de puestos de trabajo? En fin, que en los
momentos presentes la economía es la única disciplina en la que, si algunos se
empeñan y los dueños de los medios de comunicación están interesados, el culo puede
identificarse con las témporas.