Saber
perder
Cada uno es cada uno, y las formas de reaccionar muy
diferentes. En los nombramientos, todos somos estupendos; en los ceses, no
tanto. Es en estos últimos cuando se conoce la calidad humana del personaje. En
los sistemas llamados democráticos, la alternancia de los partidos en el poder
conlleva el relevo de un número importante de altos cargos. Hay quien patalea,
se enfada y se rebela como si fuese una gran injusticia y es que el poder,
pequeño o grande, ha inflado su ego hasta el extremo de creerse que el cargo es
de su propiedad. Algunos han llegado a suponer que deben el puesto únicamente a
sus méritos y no, en el mejor de los casos, a puras circunstancias casuales o a
la designación digital del de arriba, y en el peor, a las malas artes, al trágala
y al navajeo. En su melomanía, se han autoconvencido de que son los más listos, los más guapos y
los mejor preparados. Por eso consideran el mayor de los desatinos que les
priven del sillón. Patético.
Tal comportamiento individual tiene también su
traslación a lo colectivo. Los partidos que pierden las elecciones suelen
considerar el resultado una injusticia inexplicable y tienden a buscar un
culpable a quien hacer responsable de la derrota. Aznar, citando a Churchil, ha afirmado que las grandes sociedades son
desagradecidas. Ingrato, le ha debido parecer al presidente del actual Gobierno
en funciones, el comportamiento de los electores, e igual sensación tuvo
González en 1996. Ambos estaban seguros de ser los más grandes estadistas occidentales.
La religión católica celebra en estos días uno de
sus principales misterios, traducción de un mito universal. Es conveniente que
un hombre muera por el pueblo, exclamó el sumo sacerdote Caifás. En casi todas las religiones alguien debe
asumir las culpas de la colectividad. Diríase que los políticos han aprendido
bien esta constante etnológica. La traslación de las responsabilidades propias
a un sujeto ajeno.
El PSOE, en 1996, hizo responsable de su derrota a
El Mundo y al llamado “sindicato del crimen”, evitando así asumir que era la
corrupción y los muchos errores del Gobierno los únicos causantes de que gran
parte de su electorado se alejase frustrado y decepcionado. Ahora es el PP el
que responsabiliza a Prisa y a la Ser de su fracaso, sin querer reconocer que
ha sido su Gobierno el que, en contra de la mayoría de la opinión pública
española, nos ha embarcado en una guerra de nefastas consecuencias.
Nadie niega que los medios de
comunicación tengan sus intereses y jueguen descaradamente a la política. No
hay ninguno independiente. ¿Qué independencia va a haber cuando todos, de
alguna manera, están controlados por el poder económico? Todos ellos claramente
apuestan en materia económica y social por una línea liberal y conservadora,
pero en lo que respecta a la alternancia se sitúan a favor de uno u otro
partido. La formación política que está en el gobierno suele tener ventaja
porque, además, cuenta con todos los medios públicos. Pero de los privados
siempre hay alguno que se les escapa y termina destapando sus vergüenzas, pero
que no se equivoque las vergüenzas son suyas, no del medio.