El
plan Colombia
Excusatio non petita, acusatio manifiesta. "Esto no es
Vietnam, ni imperialismo yankee",
aseguró Clinton en la rueda de prensa que celebró en las escasas ocho horas que
permaneció en Cartagena de Indias, en un intento por convencer a la población
colombiana, latinoamericana e internacional de que su plan antidroga no implica
una intervención militar. Debería comenzar, sin embargo, por erradicar los
recelos y temores que albergan sus propios compatriotas.
Y es que resulta
difícil afirmar que no se trata de una intervención militar cuando más del 90%
de los 1.300 millones de dólares que ha aprobado el Congreso norteamericano
están destinados a entrenar al ejército colombiano y dotarlo de armamento con
el que combatir a la guerrilla. En Norteamérica ha surgido de nuevo el fantasma
del Vietnam. Semejanzas existen, aunque la historia difícilmente se repite. De
lo que no hay duda es de que se trata de una nueva
manifestación del imperialismo yankee. Un episodio que cerrará la
presidencia de Clinton y que se sumará a los que desde Somalia a Kosovo,
pasando por Haití, Afganistán, Sudán y Bosnia han ido jalonando su mandato y
con los que ha pretendido dejar claro quién era el gendarme del nuevo orden
internacional.
En esta ocasión el
pretexto es el narcotráfico; pero en realidad se trata de consolidar el
despotismo de un régimen que viola permanentemente y sin el menor escrúpulo los
derechos humanos, que ampara a los paramilitares y a los escuadrones de la
muerte; de un ejército que apenas hace unos días no tuvo inconveniente en
asesinar a seis niños, efectos colaterales, sin duda.
Colombia es un país
de cuarenta millones de habitantes en donde más de la mitad de la población
vive en la pobreza. Las plantaciones de coca o de amapola han sido la consecuencia
lógica de la caída de los precios del resto de los cultivos tropicales. Como ha
señalado el propio Banco Mundial, durante la década de los ochenta –bajo el
predominio del libre cambio–, los precios de los productos primarios cayeron
hasta su nivel más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. Cultivar droga es el
único recurso que el actual sistema económico ha dejado a amplias capas de
población campesina de los países pobres.
Pero no son los
países pobres de América del Sur los únicos que viven del narcotráfico. Ahí
están todos los paraísos fiscales que se enriquecen del blanqueo del dinero que
la droga produce. Nadie va a ir a bombardearles con el Fusarium oxysporum. El cinismo de los países desarrollados y
especialmente de Estados Unidos radica en que, mientras propician y consienten
el narcotráfico al establecer un orden financiero internacional que concede
total impunidad al dinero negro, diseñan intervenciones militares en países
como Colombia.
Son muchos los que
pronostican que la operación Colombia se saldará con un rotundo fracaso. Que lo
único que se va a conseguir es agitar el avispero que es hoy el régimen de
Pastrana. Incluso que Clinton puede dejar una herencia a su sucesor tan
deplorable y cruenta como la que Kennedy dejó a Nixon.
Tal vez sí, o tal vez no. Pero lo que sí parece seguro es que va a haber un
número importante de muertos, que se producirán graves destrozos ecológicos y
que este plan va a desarraigar y condenar a la pobreza a poblaciones enteras de
campesinos.