El escándalo del ICAC
La clásica antinomia «sector público versus sector privado» hace tiempo que se saldó en el discurso oficial a favor del segundo. Paradójicamente, todo lo privado es bueno y lo público, nefasto; pero no es mi intención centrarme ahora en este tema sino referirme a lo que considero la peor solución: el apareamiento de lo público con lo privado, la colisión de intereses.
El ultimo ministro de Industria condonó una descomunal deuda a la sociedad de la que acababa de ser nombrado presidente. Se ha situado al frente del Ministerio de Ciencia y Tecnología a quien, hasta el día anterior, ocupaba la dirección general de una de las principales empresas del sector. Y, por si fuera poco, se acaba de nombrar presidente del Instituto de Contabilidad y Auditoría (ICAC) -organismo público encargado de controlar, supervisar y sancionar a los auditores privados- a un socio de la firma más importante y que controla buena parte del mercado: Arthur Andersen.
No hay nada personal contra José Luis López. El problema es de compatibilidad y de apariencias. ¿Qué va a hacer cuando se encuentre sobre la mesa expedientes que afecten a su antigua empresa, incluso a actuaciones en las que él haya participado? La Ley le obligará a inhibirse cada dos por tres. Pero esta prescripción legislativa garantiza poco; por mucha inhibición que realice no podrá evitar las sospechas. Serán personas a sus órdenes las encargadas de supervisar y tramitar los expedientes. Todo un escándalo.
La actividad auditora se extiende a toda la economía y constituye uno de los pocos instrumentos que poseen los pequeños accionistas y demás interesados en la marcha de una sociedad para conocer en qué situación se encuentra y exigir responsabilidades a los administradores. En nuestro país copiamos -y bastante mal- el modelo anglosajón, siempre bajo la presión de las grandes firmas. Las siete más importantes controlan el 60% de la actividad. Casos como Banesto o PSV han mostrado la deficiencia del sistema y la escasa responsabilidad a que están sometidos los auditores. Ahora se da un paso mas, se coloca el ICAC, que hasta el momento asumía el papel de único contrapeso, en manos de las propias firmas.
«¿Crees tú», me pregunta un amigo, «que éstos harán buenos a los socialistas?» Es posible, le contesto. Todo es cuestión de tiempo y de mayorías absolutas.