La nostalgia de los obispos
Al remilgado y flamante obispo auxiliar de
Madrid, monseñor Martínez Camino, que, según dicen, es jesuita pero más
parece legionario de Cristo o miembro del Opus Dei, le ha correspondido llevar
la voz cantante en el nuevo arrebato episcopal, e insiste en que el laicismo
amenaza
La democracia parte de principios muy diferentes a los de una confesión o secta religiosa. Estas se basan en el dogma y en la organización autocrática, lo que es incompatible con los fundamentos democráticos. Política y religión tienen su propio campo y autonomía. Lo peligroso comienza cuando se confunden y cada una de ellas pretende invadir el espacio de la otra; cuando la confesión religiosa se aleja del ámbito de la voluntariedad y pretende imponer coactivamente mediante las leyes y a través del poder político su credo y moral, o cuando los poderes públicos, transcendiendo lo funcional y pragmático, pretenden introducir como dogma una determinada concepción de la vida.
Los obispos, en el manifiesto electoral con el que nos han obsequiado en estos últimos días, piden libertad y respeto para proponer su manera de ver las cosas sin que nadie se sienta amenazado. Libertad creo yo que tienen en abundancia, nadie les coacciona ni les impide que hablen y que aconsejen a sus fieles. Es más, gozan de todo tipo de privilegios. Pero no están conformes, no les basta, quieren hablar en las escuelas públicas, desean que se imparta la religión como asignatura, y el Estado consiente. Pero aspiran a más, que el Estado con dinero público financie tales clases, y el Estado las financia. Así y todo no les basta porque ambicionan que esta asignatura compute a la hora de la calificación escolar, y pretenden además dictaminar lo que deben hacer aquellos alumnos que no desean recibir la clase de religión en el tiempo destinado a esa materia.
Afirman los prelados que nadie debe sentirse amenazado por sus enseñanzas, y efectivamente nadie debería sentirse amenazado si se tratara únicamente de enseñanzas, pero el problema es que ellos no se conforman con aconsejar o incluso ordenar a sus feligreses, quieren imponer su moral y su dogma mediante leyes civiles coactivas. Y aquí sí que muchos pueden sentirse amenazados. Nadie impide a lo obispos que legislen y determinen cómo debe ser el matrimonio canónico, el problema es que quieren decidir también la configuración del matrimonio civil, matrimonio, por cierto, que ellos no aceptan y consideran un concubinato.
Nada hay que se oponga a que los obispos
exijan a sus fieles homosexuales
Los obispos son muy libres de ordenar a los católicos que crezcan y se multipliquen. Pueden amenazar con todas las penas del infierno a aquellos matrimonios que utilicen medios anticonceptivos, lo que no es lícito es que pretendan que el Estado proscriba su uso. ¿Cómo no van a sentirse amenazados infinidad de ciudadanos? Los príncipes de la Iglesia tienen todo el derecho a morir como deseen y a sufrir lo que les apetezca, pero carecen de legitimidad para negarme la facultad de elegir mi propia muerte. Mi vida y mi dolor son míos y no del Estado ni de los señores obispos. ¿Cómo no voy a sentirme amenazado?
El manifiesto electoral de la jerarquía católica afirma que no todos los programas son compatibles con la fe y las exigencias cristianas. Yo creo que sí, que en democracia lo son todos. Porque no hay ninguno que obligue a nadie a casarse ni a divorciarse ni a usar anticonceptivos ni a practicar la eutanasia ni a nada por el estilo. Pero tampoco en democracia debería haber ninguna formación política –y malo será para el PP si lo hace– que llevara en su programa el compromiso de imponer como leyes civiles los imperativos morales de una formación religiosa, tal situación solo es posible en una dictadura. Tal vez sea de eso de lo que tienen nostalgia los señores obispos.