Desconcierto en Davos
En medio del caos reinante destaca una única
coincidencia. La crisis económica actual es de una enorme envergadura. Los
grandes gurús de la política y de la economía
reunidos en Davos, en el World Economic
Forum, han mostrado su desconcierto. El que más y el que menos ha reconocido
que la situación por la que atraviesa la economía internacional no tiene nada
que ver con otras crisis anteriores y que su dimensión alcanza una proporción
hasta ahora desconocida.
Sin embargo, a la hora de ofrecer
soluciones se pierde el consenso. Algunos, como el PP en España, proponen
medidas que solo pueden empeorar la situación. Otros propugnan actuaciones
parciales copiadas de otras crisis. Los más lúcidos y avanzados se permiten
adelantar que se precisa un mayor control del sector financiero, evitar la
especulación y las ganancias desmedidas de los grandes ejecutivos. La mayoría
reniega del fundamentalismo del mercado, dogma en los años anteriores.
Convendría recordar que fue precisamente aquí, en este foro de Davos, donde el renacido capitalismo salvaje se quitó la
careta, y que fue precisamente Tietmeyer, entonces
gobernador del poderoso Bundesbank, el que se encargó
de proclamar lo que muchos pensaban pero no se atrevían a verbalizar: “Los
mercados serán los gendarmes de los poderes políticos”.
Ahora, las voces que se escuchan van
en otra dirección y piden que sean los Estados los que recojan de nuevo las
riendas. Pero dudo mucho de que sean conscientes de lo que esto significa y las
profundas transformaciones que se necesitan. La dimensión de la crisis
cuestiona todo el sistema económico implantado a lo largo de los treinta
últimos años, al que unos llaman globalización, pero que en realidad es lisa y
llanamente liberalización del poder económico con respecto al poder político.
Es todo ese andamiaje el que hay que demoler para retornar a los principios,
leyes y estructura de la economía mixta. No valen parches ni consignas
generales. Con los condicionantes económicos establecidos, Tietmeyer
tiene razón, los mercados mandan y los gobiernos obedecen. Para invertir el
proceso, es necesario destruir los fundamentos en que se basa el actual sistema
económico.
Si no se limita la circulación de capitales,
no se podrá hablar de estabilidad en los mercados financieros, por mucha
coordinación internacional que se proyecte. La pretensión de producir en los
países de salarios misérrimos para vender la producción en las naciones
prósperas conduce a un enorme desequilibrio en las balanzas de pagos que antes
o después tiene que explotar. Instar a los ciudadanos a que consuman productos
nacionales cuando el Estado ha renunciado a toda medida proteccionista es mero
voluntarismo, del mismo calibre que exigir a los bancos que actúen por utilidad
social y no optimizando su beneficio. No se puede pedir que los bancos dejen de
ser bancos, pero sí hay que pedir al Estado que sea Estado y que recobre las
competencias de las que nunca debió abdicar, entre otras la de mantener una
fuerte banca pública que pueda actuar en situaciones de crisis. El negocio
bancario es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los
banqueros.