Más difícil todavía
Cuando pase mucho tiempo y los historiadores se enfrenten a ese proyecto fallido que será la Unión Europea, analizarán el experimento con suma curiosidad, y se preguntarán cómo fue posible que un conjunto de Estados situados a la cabeza de la modernidad y de la democracia pudiera concebir un plan tan disparatado. Seguramente no encontrarán una razón distinta que el cúmulo de intereses económicos que se escondían detrás.
Lo que comenzó siendo una zona aduanera entre seis países más bien homogéneos, se está convirtiendo en un carajal a todas luces imposible de gobernar, en el que la burocracia y la casuística determinan, hasta el absurdo, aspectos nimios, y sin embargo permanecen en la mayor de las anarquías los asuntos trascendentales y básicos en los que sería sustancial la armonización y las decisiones conjuntas. Ni el propio poder económico, al que tanto le favorece el invento y que tanto ha presionado para su creación, confía en él cuando se trata de apostar su dinero. La prueba más fehaciente es la evolución seguida por el euro, esa moneda que iba a ser tan fuerte y rival del dólar según nos cantaban los apologistas de la Unión monetaria, y que se ha depreciado en un 30%.
Las contradicciones aparecen de forma evidente, para el que quiera verlas, en esta unión de quince países tan diversos; pero adquiere dimensiones de auténtica demencia cuando lo que se planea es la extrapolación a 27 países. No es de extrañar que la Cumbre de Niza se inicie bajo los peores augurios y que los jefes de estado y de gobierno no sepan cómo casar lo que de hecho es incasable: establecer unas reglas de gobierno para una unidad política inexistente.
Las enormes dificultades de la Cumbre en ningún caso implican que vaya a saldarse con un fracaso. Existen demasiados intereses en juego y es posible que al final, tras muchos trapicheos, haya acuerdo. Ya lo ha advertido ese gran paladín de Europa que es Fischer "A la mañana siguiente los mercados financiero valorarán la cumbre... Los jefes de Estado y de gobierno deben preservar conjuntamente la estabilidad del euro". La solución que se adopté no es demasiado relevante, lo principal es que haya fumata blanca. Lo importante está en el euro y en los mercados financieros.
Resulta totalmente previsibles que se incremente el déficit democrático. Las decisiones continuarán tomándose en función del poder y los intereses de cada uno de los Estados, prescindiendo de toda confrontación ideológica. Se ha superado la pluralidad política para dejar paso al cambalache de las naciones. Han desaparecido los intereses de clase y sólo perviven los nacionales. Lo que se disputa en Niza es el poder de decisión de cada uno de los países. No resulta extraño, por tanto, que ante los franceses vuelva a surgir el fantasma de la Gran Alemania y que vislumbre con recelo que esta nación asuma de nuevo un papel hegemónico en Europa.
Tampoco puede extrañarnos que cada uno de los Estados pretenda mantener el veto para aquellos asuntos que considera trascendentales y es seguro que temas claves, como la armonización fiscal, social o laboral, quedarán paralizados durante mucho tiempo, tanto más si la ampliación se lleva a cabo.
Pretender una Europa de 27 países es abandonar definitivamente cualquier sueño de unidad política, pero la pregunta surge de inmediato: ¿cuánto tiempo puede aguantar una unidad comercial, financiera y monetaria sin una estructura democrática que la sustente? Y, sobre todo, ¿a qué absurdos nos conducirá, y qué grado de desigualdad e injusticia introducirá en nuestras sociedades?