Dejemos en paz los salarios

La osadía de los tertulianos es proverbial. Están obligados a pontificar acerca de todas las materias, las más de las veces sin saber de ninguna. Pero la magnitud del despropósito se agranda cuando se trata de economía, en especial si se las dan de expertos en la disciplina. Los tópicos se repiten y se transmiten de uno a otro, y en realidad nadie los analiza ni comprueba si las circunstancias continúan siendo las mismas que cuando se acuñaron. Estos días, a propósito del incremento progresivo de los precios, les ha dado, rememorando épocas pasadas, por afirmar que la inflación es el peor de los impuestos.

La inflación se puede considerar -aunque tan sólo en sentido amplio- un impuesto cuando el déficit se monetiza, es decir, si se financia mediante la creación de dinero. Pero nada de eso ocurre ahora. En los momentos presentes hay que mirar hacia otro lugar. En el fenómeno de la inflación existe algo mucho más evidente, si bien nadie parece querer considerar y es que los precios los fijan los empresarios, y que son éstos sus principales beneficiarios.

Tras la inflación lo que subyace es una guerra de rentas. Todos los sectores y grupos sociales compiten por apoderarse de un trozo mayor de pastel. La distribución de la renta no se modificaría si todos los precios, incluyendo salarios y tipos de interés, se elevasen en la misma proporción. Pero esto nunca sucede, por lo que siempre hay quienes salen beneficiados y quienes, perjudicados. Todo depende de la capacidad de respuesta y la fuerza que tenga cada grupo. Lo que hay es una batalla, por eso resulta tan absurdo exigir a uno de los contendientes que no luche y que se entregue con armas y bagajes. Nadie se extraña de que los empresarios incrementen los precios cuando los costes laborales se disparan. Pero, curiosamente, cuando el proceso es a la inversa todos critican a los trabajadores y se aprestan a vilipendiar la cláusula de revisión salarial. Cláusula que sería muy fácil de desactivar: bastaría con que los empresarios no elevasen los precios.

Al tiempo que el Ministerio de Trabajo daba a conocer el incremento salarial medio en convenio hasta el mes de octubre -3,01, un punto menos que el IPC-, desde el Banco de España se criticaba la cláusula de revisión salarial. ¿Qué se pretende?, ¿qué es lo que se pide en realidad?, ¿que los trabajadores renuncien a defenderse de la subida de los precios y acepten pacientemente no sólo no participar en el crecimiento de la economía sino empeorar año tras año, perdiendo poder adquisitivo? Se afirma que para que la economía del país vaya bien se precisa de tal sacrificio, pero cada trabajador individualmente podría contestar que a quién carajo le importa que la economía de España vaya bien si su economía va cada vez peor.

Es imposible que los trabajadores y los sindicatos acepten voluntariamente tales planteamientos. De ahí el empeño de cambiar el ámbito de negociación laboral, sustituyendo los convenios sectoriales por los convenios de empresa. La fuerza que las organizaciones sindicales poseen en los primeros es bastante mayor que en los segundos. Los datos del Ministerio de Trabajo lo confirman. Los incrementos salariales medios pactados en convenios en uno y en otro caso han sido de 3,07 y 2,57, respectivamente.

ASAJA acaba de informar sobre la brutal diferencia entre los precios cobrados a los consumidores y los pagados en origen a los agricultores y ganaderos, diez y veinte veces superiores. Si se pretende analizar la causa de la inflación con objetividad, hay que dirigir la vista a las empresas y a la organización de los mercados, y dejemos de una vez en paz los salarios.