La
tasa Tobin
La tasa Tobin está de rabiosa actualidad. Se ha convertido en una de
las principales
reivindicaciones de los movimientos antiglobalización, hasta el extremo
de que en bastantes países se ha constituido una asociación específica para su defensa
(ATTAC). Jospin, con la finalidad de atraerse a tales
colectivos, en la carrera
electoral por la presidencia de la República
francesa, se ha declarado partidario de su
implantación; eso sí, cuidándose de afirmar que tendría que ser universal, con
lo que convierte la propuesta en un canto al sol.
Algo parecido hizo el PSOE en nuestro país,
al presentar, en los primeros meses de este año, en el Parlamento una
proposición no de ley que insta al Gobierno a sumarse al esfuerzo de otros
países y grupos sociales a favor de una tasa Tobin
armonizada y a escala mundial. En estas condiciones, el gesto le sale gratis.
Habría que ver cuál hubiese sido su postura de estar en el poder. Desde luego,
no plantearon nada parecido durante sus trece años de gobierno.
Lo paradójico, pero al mismo tiempo patético
y expresivo del mundo económico construido en los últimos tiempos, es que la
que aparecía hace treinta años como una medida moderada y de corte keynesiano,
propuesta por un premio Nobel, se haya convertido ahora en el buque insignia de
una serie de movimientos que se consideran antisistema. Paradójico porque
conduce a que el padre de la medida, y que da nombre a la tasa, reniegue de los
que dicen seguirle, al tiempo que les censura el abuso que hacen de su nombre.
De ninguna manera desea que se le confunda con los que llama "revoltosos
antiglobalización".
Y es que en estos tiempos de sequía de
propuestas progresistas se ha atribuido a este impuesto un poder excesivo,
viendo en él la panacea, la solución a todos los problemas. Unos lo contemplan
como la fuente de recursos que remedie la pobreza del Tercer Mundo; otros, más
nacionalistas y partidarios de la renta mínima garantizada, le imputan la
facultad de financiarla. Pero parece que todos olvidan su finalidad principal:
el servir como control de cambios, o al menos olvidan que esta finalidad en
cierta forma es incompatible con las anteriores.
La tasa Tobin no
es ni más ni menos que un medio, entre los muchos que existen, para
instrumentar el control de cambios, mecanismos que hace 25 ó 30 años eran
aceptados por todos los gobiernos, fuese cual fuese su ideología. Pero lo que
entonces era normal, hoy se considera una herejía contra ese sacrosanto dogma
de la libre circulación de capitales.
Lo cierto es que la aceptación de la
movilidad total del capital, con la consiguiente renuncia de los gobiernos a
cualquier medida de control de cambios -por suave que sea y aunque afecte
exclusivamente a los movimientos de capital a corto plazo-, ha conducido a
transformar los mercados financieros en casinos en los que la mayoría de las
operaciones no obedecen a ninguna transacción real de mercancías, sino a meras
apuestas especulativas realizadas casi en su totalidad a plazos inferiores a
una semana. El dinero va y viene, sin comprar ni vender nada, pero en ese
movimiento continuo pone contra las cuerdas a gobiernos y arrasa países.
Las últimas crisis financieras han abierto
los ojos a muchos mandatarios internacionales, y alguien tan poco sospechoso
como Soros ha proclamado una y otra vez la necesidad de poner coto a esa
anarquía. Sólo la irracionalidad dogmática de unos y los pingües beneficios de
otros pueden explicar que no se tomen medidas.
La tasa Tobin
podría ser una de ellas, desde luego no la única, ni siquiera la más efectiva;
pero, en cualquier caso, bienvenida sea su reivindicación, siempre que seamos
conscientes de sus limitaciones. Como afirma el mismo Tobin
en la entrevista que anteayer publicaba el diario El País, la recaudación ocupa
un puesto secundario. Es más, cuanto mejor funcione la medida, menor será la
recaudación y viceversa, ya que de lo que se trata principalmente es de que la
tasa evite las operaciones especulativas. De aquí el espejismo en que algunos
caen al calcular los ingresos que se obtendrían considerando todas las
operaciones actuales, sin caer en la cuenta de que la mayoría de ellas no se
producirían si fuese eficaz la medida.
La aplicación de la tasa Tobin
tendrá sin duda un efecto beneficioso sobre el Tercer Mundo. Pero no tanto por
los recursos que se puedan obtener mediante su utilización como porque los
países pobres serán los más favorecidos si se corrige el desorden y la anarquía
de los mercados financieros; porque también son los más perjudicados en la
situación actual, al estar totalmente indefensos ante los ataques especulativos
contra su moneda.