Estatuto,
nacionalismo y neoliberalismo
Tengo que reconocer
que durante todo este tiempo no he conseguido hacerme un juicio exacto acerca
de Zapatero. Me debatía entre considerarlo un excelente profesional de la
política -digno seguidor de las enseñanzas del
Secretario de Estado de Florencia- que, a pesar de su
apariencia de bambi,
manejaba perfectamente los innobles recursos de tan innoble profesión; o un
frívolo al que varios golpes de suerte habían hecho creer que portaba la estrella
de David, y que era capaz de resolver cualquier problema que se le presentase a
base exclusivamente de talante. Por
supuesto que la disyuntiva no implicaba ninguna valoración ética o ideológica.
Mi interrogante se desarrollaba más bien en un plano meramente pragmático.
La piedra de toque
que podía responder a mi pregunta estaba en el desenlace que se produjese con
respecto al Estatuto catalán y a cómo torease el difícil reto que esta
encrucijada representaba. Es cierto que aún no se ha llegado al final, pero
todo apunta a que el problema se le complica más y más y que él solo se ha ido
liando e introduciéndose en un atolladero de difícil solución. El Estatuto que
han aprobado con gran algarabía los políticos catalanes es inasumible. Su
extrapolación al resto de las Autonomías nos conduciría al desastre más
absoluto, y su mantenimiento exclusivamente para Cataluña sería sancionar una
situación de privilegio incompatible con un Estado moderno. Ya tenemos bastante
con el del País Vasco inscrito en
El Estatuto, al
igual que las pretensiones de todos los nacionalismos españoles, se inscribe en
una concepción del Estado predemocrática. No de
derechos ciudadanos sino de fueros y privilegios (individuales o colectivos)
arrancados a un poder despótico. Lo que resultaba aceptable frente a un monarca
absoluto deja de serlo frente a un Estado democrático. No me detendré en si
Cataluña es o no una nación, realidad etérea e indefinible donde las haya. Por
lo visto estamos abocados a seguir discutiendo del sexo de los ángeles. Sólo
diré que no creo que Cataluña presente más diferencias con el resto de España
que las que existen entre Andalucía y Aragón o entre Valencia y Asturias.
Tampoco me detendré en los derechos históricos -los únicos derechos
son los que da la condición de hombre y de ciudadano-
ni en otras imposiciones y abusos que se plantean en materia de idioma,
emigración, justicia, agua, puertos, aeropuertos, etcétera.
A lo que sí me
referiré es al tema de la financiación y a la usurpación de impuestos que
pretende hacer
Si los catalanes o
los madrileños contribuyen, por término medio, más que el resto al erario
público no es porque sean catalanes o madrileños, sino porque, también por
término medio, tienen una renta per capita mayor. Y
precisamente por tener una renta per capita mayor
también deben recibir, siempre por término medio, menores prestaciones del
erario público. Por lo menos hasta ahora, y si estatutos como el catalán no lo
impiden, los ciudadanos de igual renta tienen el mismo gravamen sea cual sea su
domicilio social. Entonces ¿a qué viene hablar de la generosidad de Cataluña?
Además, no es verdad
que todo lo que se recauda en Cataluña provenga de impuestos soportados por
contribuyentes catalanes. Por poner algunos ejemplos:
Es mentira que el
nuevo Estatuto plantee un Estado federal. Es mucho más que eso. En un Estado
federal como EEUU, donde los diferentes Estados gozan de una gran autonomía,
tanta como para establecer o no la pena de muerte, los impuestos sobre la renta
personal, el de sociedades y el de sucesiones, es decir, todos aquellos que
tienen un carácter redistributivo, permanecen en manos de la Administración
federal.
Cataluña pretende
expoliar al resto de España. Sólo una visión rabiosamente neoliberal que ningún
país se ha atrevido a implantar puede mantener que la distribución que hace el
mercado es la justa y que, por lo tanto, cualquier transferencia entre ricos y
pobres son dádivas de generosidad que admiten o no admiten margen.
Dos cosas resultan
claramente chocantes. La primera, que tal doctrina sea defendida por partidos
catalanes que se llaman de izquierdas. La segunda, que una aventura tal como la
que ha iniciado el gobierno de