Keynesianismo de derechas

El PIB norteamericano ha crecido el 7,4% en el tercer trimestre, rompiendo todas las previsiones. Conviene, no obstante, realizar dos precisiones: se trata de una tasa intertrimestral -no es imaginable que la anual se mueva en cotas similares-, y hay que hacer constar su carácter provisional, por lo que su cuantía puede estar sometida a futuras revisiones. Pero, en cualquier caso, es una buena noticia económica. En primer lugar, y por supuesto, para EEUU y, en segundo lugar, para Europa, dado el papel de locomotora que puede ejercer la economía americana.

Los neoliberales y demás conservadores se han apresurado a arrimar el ascua a sus sardinas y a señalar como causa de la reactivación las sucesivas bajadas de impuestos llevadas a cabo por la Administración Bush. La llamada ciencia económica resulta lo suficientemente maleable como para que todo el mundo interprete los hechos de acuerdo con sus conveniencias, sin que a nadie importe demasiado caer en contradicciones. Porque lo cierto es que la política económica instrumentada en EEUU en los últimos tiempos contradice todos los principios del neoliberalismo económico. Si por algo se caracterizan los nuevos liberales es por subordinar cualquier construcción teórica a sus intereses e ideología. Los argumentos se usan según convienen.

Para bien o para mal, la economía americana ha seguido en los últimos años un modelo típicamente keynesiano. Un keynesianismo de derechas, si se quiere, pero al fin y a la postre muy lejos de las tesis del neoliberalismo. En momentos claros de recesión y sin tendencias inflacionistas, se ha inclinado tanto en el campo monetario como en el fiscal por una política expansiva con la consiguiente depreciación de su moneda. El Banco de la Reserva Federal ha reducido los tipos de interés hasta niveles desconocidos, y por si se cayese en la trampa de liquidez keynesiana, la Administración Bush -no sé si conscientemente o por simples intereses políticos y económicos- disparó el déficit fiscal y con él el déficit exterior por cuenta corriente, al tiempo que dejaba caer la cotización de su moneda e incluso practicaba en determinados sectores una política proteccionista.

Es cierto que en el déficit público norteamericano ha influido la reducción de impuestos a las rentas altas y sobre todo los gastos militares, pero desde el punto de vista macroeconómico y de reactivación de la economía resulta indiferente la partida escogida. Keynes llegó a afirmar que podrían hacerse agujeros en el suelo para taparlos más tarde. Lo significativo radica en que en momentos de atonía económica y con infrautilización de la capacidad productiva el sector público actúe en calidad de locomotora a través del déficit, déficit financiado por una política monetaria expansiva, y que mediante el multiplicador de la renta y el acelerador de la inversión se transmita el impacto expansivo a toda la economía. Desde esta óptica, la bajada de impuestos y los gastos militares podrían haber sido sustituidos con los mismos efectos, o incluso mejores, por subsidios a los parados, mejoras en la sanidad pública, más prestaciones sociales u obras de infraestructuras. Keynes se inclinaba por esta última partida.

Bien es verdad que desde la perspectiva microeconómica y atendiendo a los efectos redistributivos, los  efectos son muy diferentes según las partidas que se escojan. La Administración Bush ha elegido sin duda las peores, o las mejores desde el punto de vista conservador. De ahí la afirmación de que el keynesianismo practicado es de derechas.

El colmo del cinismo es colocar como causa de la reactivación la bajada de impuestos, pero prescindiendo de su financiación con déficit público, que es lo realmente relevante. Defender la estabilidad presupuestaria y hablar del efecto expansivo de las reducciones fiscales es pura demagogia, porque ese efecto expansivo queda automáticamente neutralizado por el contractivo de la reducción de la partida con la que se ha financiado el alivio tributario.

Se puede estar de acuerdo o no con Keynes. Los liberales obviamente no lo están. Pero lo que no cabe, sin mala fe, es cercenar la teoría eligiendo sólo aquellos elementos que interesan desde un enfoque ideológico, aun cuando lógicamente tales planteamientos hayan perdido toda coherencia económica.