Un mercado de 25 países
Dicen que ya estamos
en la Europa de los 25; yo creo que simplemente nos encontramos en el mercado
de los 25. Estamos de fiesta, afirman. Hoy por hoy, el único que está de
enhorabuena es el capital, que podrá moverse libremente buscando los salarios
más reducidos y los menores impuestos. Es más, cabe esperar que las condiciones
laborales en todos los países empeoren y los gravámenes fiscales sobre la
propiedad y sus rentas desaparezcan en un intento por evitar eso que se ha
llamado la deslocalización.
Con todo el descaro, el neoliberalismo
económico pretende extrapolar el concepto de competencia -que la mayoría de las
veces es una falacia en el ámbito económico- al ámbito político. Está bien,
dicen, que los políticos compitan por atraer el capital. Eso de los políticos
me suena igual que cuando el nacionalismo habla de Madrid. Madrid es una
entelequia; en realidad, cuando los catalanes o los vascos exigen privilegios o
reclaman ventajas lo hacen frente a Extremadura, Andalucía o Castilla la
Mancha. La denominación “políticos”, en estos planteamientos, constituye
también una ficción para ocultar que los que sufren el proceso de
deslocalización son los trabajadores, es decir, la mayoría de los ciudadanos
que se ven sometidos al chantaje de aceptar, para no quedar en paro, salarios
más bajos y recortes en los sistemas fiscales que imposibilitarán después las
prestaciones y los servicios sociales.
No hemos creado Europa, hemos constituido un
mercado europeo y todo lo necesario para que funcione. Es curioso que los
gobiernos puedan eliminar un impuesto como el de sucesiones -incluso las
Comunidades Autónomas- o eximir de tributación a las rentas de capital y, sin
embargo, no se les permita rebajar el tipo impositivo del IVA de los libros o
de los discos.
Un poco de paciencia, observarán algunos.
Europa no se construye en un día. Hemos comenzado por el mercado pero detrás
vendrán todos los demás aspectos. Bendita ingenuidad. La situación actual es la
ideal para el capital y los poderes económicos: Un mercado global sin la
contrapartida de un poder político también global que lo controle, ya que los
gobiernos estatales son impotentes para ello. En las circunstancias presentes
son las oligarquías financieras las que mandan e imponen sus normas a los
gobiernos. ¿Por qué habrían de cambiar? La propia ampliación es la forma más
segura de hacer imposible la Unión. ¿Qué integración fiscal, social, laboral o
política puede hacerse con 25 países tan dispares? Tenemos mercado y sólo
mercado para rato, por mucho que pretendamos revestirlo con Constituciones más
o menos teóricas.
El mismo modelo seguido pretende
independizar al capital de todo control político. Ante la conveniencia para el
mercado de contar con una moneda única, la política monetaria se encomienda al
Banco Central, aunque con autonomía e independencia de cualquier poder
democrático, al que se despoja también del control de las grandes empresas
estratégicas forzando un proceso sin fin de privatizaciones. Bien es verdad que
el poder tampoco revierte en los accionistas. Se habla de capitalismo popular,
pero este capitalismo es todo menos popular, es un capitalismo oligárquico,
puesto que una minoría controla y decide en nombre del resto.
Los trabajadores, los clientes o
consumidores, los pequeños accionistas, los depositantes de fondos de inversión
o de pensiones cuyos recursos se hallan invertidos en las grandes sociedades,
es decir, todos los que realmente tienen intereses en ellas, no cuentan nada a
la hora de decidir, son otros, los administradores, sin que se sepa muy bien a
quién representan, los que las manejan en función de sus propios intereses.
Al
hablar de la ampliación, como de casi todos los temas de la UE, las ventajas o
desventajas se predican de los países. Constituye un planteamiento espurio. La
diferencia no se encuentra tanto en los Estados como en las clases sociales. El
capital y las empresas van a salir beneficiados. Los trabajadores -importa poco
la nacionalidad-, aunque sea por diferentes motivos, no tanto.