El espectáculo de los debates
Vivimos en la
sociedad de la imagen, que es lo mismo que decir que de las apariencias. Da la
impresión de que no elegimos a diputados y a políticos, sino a galanes de cine
o a modelos y locutoras de radio y televisión. Los asesores de imagen de los
partidos saben bien lo importante que son su puesto y sus estrategias y cómo
puede influir en los resultados lo guapo y bien planchados que se presenten sus
candidatos.
En ese discurso de lo políticamente
correcto, todo el mundo se ha congratulado de que se
celebren debates televisivos y estos se exhiben como signo del buen hacer
democrático. No estoy muy seguro de que sean un triunfo de la democracia, más
bien se me antoja que constituyen una conquista del espectáculo. En realidad,
se trata de ver quién es el candidato mejor plantado, más brillante, más
ladino, con peor leche, el que mejor improvisa o da mejor ante las cámaras. No
creo que estos criterios sean los más adecuados para escoger a un presidente de
Gobierno.
Algunos han querido presentar las altas
cotas de audiencia como señal inequívoca del interés que despierta la política.
Discrepo. Hay que decir una vez más que lo que atrae es el espectáculo, el
morbo. El fenómeno no es esencialmente distinto del que reúne frente a la
pantalla un gran número de televidentes para ver Gran Hermano. Los contenidos
importan poco. De hecho, todos los días se celebran en las Cortes debates que
apenas logran despertar el interés del personal. Y no es de extrañar. Se sabe
de antemano lo que va a decir cada uno de los participantes. Todo lo del
contrincante es dañino y lo propio estupendo.
Un debate sirve para poco a la hora de saber
qué candidato es más honesto, más trabajador, más serio, más competente, en
fin, quién va a desempeñar mejor el cargo de presidente de Gobierno o ministro
de Economía. Incluso resulta difícil, entre tanto bombardeo de datos y de
promesas electorales, saber quién dice la verdad y quién propone un programa más
acorde con nuestros intereses e ideología. En realidad, todo es una mala farsa
en donde lo que cuenta son los efectos especiales.
Lo afirmado anteriormente tiene mucha más
consistencia cuando lo que se confronta es la materia económica. Aquí el debate
adquiere carácter de vodevil, dado que no existen diferencias sustanciales de
políticas económicas entre las dos grandes fuerzas políticas. Hay unanimidad en
dar vencedor al actual ministro de Economía en el debate que sostuvo con
Pizarro. Y la verdad es que éste tenía todas las de perder, puesto que no podía
por menos que resultarle difícil criticar la política económica del PSOE, ya
que Solbes lo único que ha hecho, con mayor o menor acierto, ha sido continuar
la de los dos gobiernos del PP, del mismo modo que estos continuaron la que él
había aplicado en los años anteriores.
Aparte de esta dificultad, Pizarro, según
parece, no estuvo especialmente afortunado; y es que en estos “tête à tête” poco importan los
conocimientos que se posean, lo sustancial son las dotes de actor y comediante
y estas no se improvisan. No se entiende muy bien la estrategia seguida por el
PP al fichar a Pizarro. Los líderes de los partidos tienen la manía de los
fichajes estrella, supongo que piensan que son parte del espectáculo, pero
suelen tener resultados bastante catastróficos. Zapatero hizo el ridículo
cuando eligió a Cabrera como número dos en las anteriores elecciones, y llegó a
lo esperpéntico al situar a Sebastián al frente de las listas por Madrid en las
municipales. Ahora, Rajoy ha picado con Pizarro.
Podía ser comprensible el fichaje tras las
elecciones, en el caso de que el PP las gane, si es que necesitan expertos y
técnicos de cara a formar gobierno, pero no se ve el beneficio de incluirlo en
las listas electorales. No es previsible que atraiga muchos votos, más bien
puede colaborar a perderlos. La experiencia es muy arriesgada. Hasta ahora eran
los políticos los que terminaban de empresarios en el sector privado con
fuertes emolumentos. Solo hay que mirar dónde están la casi totalidad de ellos,
de uno u otro partido, y cómo se han enriquecido preparándose una buena salida
durante el ejercicio de su cargo. Lo que estaba casi inédito es el fenómeno
inverso. De empresario, y después de una indemnización millonaria, a político.
La crítica resulta fácil y, como es lógico, el PSOE la está aprovechando.
En este país la política se ha convertido en
espectáculo, en teatro. La política es para los cómicos, será por eso por lo
que han irrumpido haciendo el titiritero en la campaña. Para los cómicos y para
los periodistas, que, la mayoría de ellos, se expresan con más sectarismo y
parcialidad que los propios políticos. Cada medio, y con él sus trabajadores,
se alinea de forma clara con una u otra de las fuerzas políticas y, en este cometido,
todo vale. El discurso se convierte en vomitivo. Lo que no se sabe es si, a
fuerza de ser tan sectarios, el resultado no termina siendo el contrario del
esperado. Me lo decía un amigo: “Cada vez que escucho