La
independencia de Fernández Ordóñez
Con motivo del
futuro nombramiento de Fernández Ordóñez como gobernador del Banco de España,
ha vuelto a ponerse sobre la mesa el manido tema de la independencia de los
órganos reguladores y más concretamente la del antiguo banco emisor, el primero
en dar la batalla por su autonomía.
Comenzaré señalando
que entiendo mal lo de la independencia. El hombre, todo hombre, en cuanto
contingente es un ser dependiente, religado (de ahí proviene la palabra
religión) a algo o a alguien, normalmente a muchos algos
o a muchos alguienes. Todos los sistemas
filosóficos lo han señalado: sólo el ser necesario, de existir, es realmente
independiente. Yo soy yo y mis circunstancias, afirmaba Ortega, y las
circunstancias en cada persona son tantas y tan variadas que todos nos
encontramos condicionados por un sinfín de factores.
Me temo que, en
realidad, como ocurre siempre con el lenguaje, se afirma una cosa para dar a
entender otra. Lo que realmente se quiere exigir a los responsables de los
órganos reguladores es que sean apolíticos, asexuados ideológicamente, técnicos,
como se suele decir. Y entonces aumenta mi confusión, porque no conozco a nadie
que carezca de una posición ideológica sea ésta más o menos racionalmente
formada.
Nada más irónico que
aquéllos (casi siempre periodistas o altos funcionarios) que, hinchándose como
pavos reales, repiten con fruición que son independientes, apolíticos. Por poco
que se indague, apenas cuesta descubrir el bando en que se sitúan; y con
frecuencia defienden su bandera con más ardor y más sectarismo que el más fiel
de los militantes. Tal vez haya algunos, es verdad, que carezcan de ideología,
pero entonces tienen intereses, que suele ser peor. Según la coyuntura, se
venden a unos o a otros. En este caso, apolítico y técnico significa tan sólo
mercenario, capacidad para situarse siempre al lado de los ganadores, lo cual
no es óbice para que sirvan al señor de turno con la más incondicional de las
sumisiones.
Quizás sea en los
medios de comunicación donde mejor se descubra la farsa de la independencia.
Todos manifiestan ser independientes y, al primer contacto con ellos, se
averigua en qué cuadra se sitúan y a qué intereses obedecen. La falta de
objetividad y el sectarismo resultan evidentes.
Nunca he creído en
la teórica independencia de los gestores del Banco de España. A los
verdaderamente independientes, con carné o sin carné, la carrera se les termina
muy pronto. El actual gobernador del Banco de España, según dicen, ha abogado por
que se nombre un sucesor independiente. Habría que preguntar al señor Caruana si piensa realmente que ha llegado a gobernador por
ser independiente, y si acaso cree que también por el mismo motivo se le ha
concedido el puesto al que va destinado en el Fondo Monetario Internacional
(FMI). Por independiente debió de ser asimismo designado el señor Rato director
ejecutivo de dicha institución. Claro que una vez que se califica al FMI de
objetivo, neutral e independiente, todo es posible.
Nadie duda de los conocimientos
económicos del señor Caruana. Es un buen economista,
tan bueno como cientos de funcionarios que no pasarán nunca de subdirectores
generales, o como cientos de profesores universitarios que nunca abandonarán su
cátedra, o miles de ejecutivos de empresas que no ascenderán más allá, en el
mejor de los casos, de directores financieros o comerciales.
Detrás de la
pretendida autonomía e independencia de los órganos reguladores, existe una
finalidad más preocupante: la de liberar a la economía, o al menos a la parte
más sensible y que más interesa a las fuerzas económicas, de la política. Desde
sus orígenes, y tanto más según se va extendiendo el sufragio universal, a la
democracia se la teme. Benjamín Constant ya
contrapone al liberalismo de los antiguos, centrado en la igualdad de todos los
ciudadanos, el de los modernos, fundamentado en una teórica libertad, con el
objetivo ante todo de garantizar que la voluntad de la gran mayoría de los
ciudadanos, los desheredados, no arrasasen los
derechos, en cierta medida privilegios, de la burguesía. Alexis de Tocqueville,
en su conocida obra “La democracia en América”, se muestra preocupado por la
amenaza que para el liberalismo que profesa representa un gobierno democrático
de masas, capaz de convertirse en tiranía de la mayoría.
Las previsiones,
desde luego, no se han cumplido. Pero las fuerzas económicas continúan
desconfiando de la política y del poder de presión que en un sistema
democrático, por imperfecto que sea, el pueblo ejerce sobre los políticos; por
eso, cada vez son mayores las parcelas de la economía que se pretende tener al
margen y salvaguardadas de las presiones electorales. Se acude entonces al
tecnicismo, a la profesionalidad, a la asepsia, y a la independencia, pero la
tan cacareada neutralidad ideológica es tan sólo el predominio de una
ideología, la conservadora, aquélla que defiende los intereses de la
oligarquía.
Es verdad que una
cosa es ideología política y otra muy distinta
sectarismo partidista, y que muy posiblemente nuestro sistema democrático
propicia que el último sustituya con demasiada frecuencia a la primera, pero
ello constituirá un problema para toda la actividad pública y no únicamente
para determinadas facetas económicas. Es más, la solución no puede venir nunca
por sustituir el poder político por el poder económico o, como se dice,
técnico, puesto que éste no es que presente un déficit democrático es que es
intrínsecamente antidemocrático y, por lo mismo, carente de toda
responsabilidad.
El vicepresidente
económico tiene toda la razón al proponer a un político para el puesto de
gobernador del Banco de España. Existe sin embargo un pero, el comportamiento
del PSOE y las palabras del propio Solbes. El partido socialista fue en el
pasado un entusiasta defensor de esta postura conservadora y propugnó con
vehemencia la autonomía del Banco de España y de los demás organismos
reguladores, comenzando por el Banco Central Europeo. Solbes, en sus tiempos de
diputado, no tuvo reparo en oponerse al nombramiento como consejero de Luis Ramallo,
con el argumento de que pertenecía al
Partido Popular. Llegó a afirmar que “si siempre fue cierta la
referencia a la mujer del César, en el caso de la independencia del Banco de
España hay que aplicarla hasta sus últimas consecuencias”. ¡Ay!, las hemerotecas
que malas pasadas nos juegan...
Yo sí, yo siempre he
mantenido la tesis contraria y por eso puedo ahora defender el nombramiento de
Fernández Ordóñez. Me gusta que al frente del Banco de España esté un político.
Así las cosas están más claras y no existen ambigüedades.