No
a la guerra
Si el tema no fuese tan trágico, si no estuviese en
juego la vida de cientos de miles de personas, estaríamos tentados de gritar a
Bush que ataque de una vez a Irak, en el convencimiento de que lo tiene
decidido desde hace mucho tiempo y nada va a poder evitarlo. Así al menos nos
dispensaría del cansancio y del hastío de tener que escuchar a diario esa
charlatanería impúdica tendente a justificar lo injustificable y que confunde
los valores con los intereses económicos, la democracia con la tiranía, la
libertad con la desigualdad y el despotismo.
En esa verbena de despropósitos nos intentan
convencer de que un país famélico, condenado a un brutal embargo, con un
ejército maltrecho y derrotado hace apenas diez años, y con un territorio en
continua observación y sometido en parte a permanentes bombardeos, puede ser
una amenaza para la paz mundial. Sadam Husein podrá
ser un tirano, un sanguinario fantoche, un dictador ególatra, (tanto como
cuando era amigo y aliado de EE.UU), pero nadie en su sano juicio es capaz de
creer en serio que sea una amenaza para la paz mundial. Sadam
es tan peligroso como los cientos de tiranos, fantoches y dictadores que
gobiernan, disfrazados incluso con ropaje democrático, en otros tantos países.
En el colmo
de la demencia sostienen que Irak amenaza la seguridad de España. La
aseveración linda con el ridículo, cuando se argumenta que los mísiles de Sadam pueden alcanzar ya Italia y que, de que no ponerle
coto, en unos meses alcanzarían a nuestro país. De
auténtica charanga. Porque, además, desde cuándo España es tan importante como
para llamar la atención de Irak. Claro que si el Gobierno español se empeña en
ser la correa de transmisión de Bush, es posible que consiga transformarnos en
diana no de unos ilusorios mísiles, sino del más real terrorismo islámico.
En la
actualidad únicamente un país tiene posibilidad y condiciones para constituir
una amenaza a la paz mundial, EEUU, y pasa de la potencia al acto, cuando
regido por unos mandatarios con legitimidad democrática interna dudosa,
pretende implantar su voluntad como única ley internacional. Lo que pone en
riesgo la paz mundial es que un Estado se reserve, sin ninguna legitimidad, el
derecho de decidir quién puede y quién no puede tener armas de destrucción
masiva, a quién se le permite y a quién no incumplir las resoluciones de la
ONU.
EEUU se presenta, sin que nadie le haya designado
para ello, como el benefactor mundial, y quiere convencernos de que sus
actuaciones en el exterior han estado motivadas siempre por el altruismo y la
salvaguarda de los más elevados valores. La historia lo desmiente. Lo desmiente
en América Latina, en Asia e incluso en Europa. No fue ningún movimiento
altruista el que le llevó a tomar partido en la Segunda Guerra Mundial, sino
más bien el ataque a Pearl Harbour; su beligerancia
contra el fascismo no le impidió apoyar y mantener en nuestro país a un
dictador como Franco, como tampoco le ha impedido promover en Latinoamérica y
en otras latitudes, frecuentes golpes de estado. EEUU debería preguntarse a qué
obedece la ola de antiamericanismo que se extiende por las poblaciones de casi
todos los países.
El mayor
peligro para la seguridad y la paz internacionales se encuentra en esa doctrina
que han denominado guerra preventiva y que es la negación de todo
derecho, porque se instala en la mayor de las discrecionalidades, convierte a
una potencia en policía, juez y verdugo de un orden unilateralmente decidido.
¿Qué seguridad puede existir cuando cualquier nación puede transformarse en
objetivo de un posible ataque ante la simple sospecha de no ser adicto al Imperio?
Son tales
los embustes y los contrasentidos que rodean la futura guerra contra Irak que
hoy son muchos los que se oponen a ella. No me refiero únicamente a las
poblaciones, en las que las encuestas muestran una mayoría aplastante de
críticos, sino a los propios representantes políticos y a los creadores de
opinión. Bastantes de ellos, sin embargo, de unos y de otros, estuvieron en el
pasado a favor de otras guerras, la del Golfo, las de Bosnia y Afganistán,
etcétera. Como es lógico, pretenden trazar diferencias y sin duda que las hay.
Pero el problema es otro, es que aquellos polvos han traído estos lodos. Una
vez abierta la caja de Pandora, cómo diferenciar lo que debe salir y lo que
debe permanecer en su interior. Cómo diferenciar cuándo se debe intervenir y
cuándo no. Quién ha investido a quién de comunidad internacional. Difícil, muy
difícil hablar de legalidad internacional cuando cinco países, sólo cinco,
tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, y cuando el poder
de EEUU es tan desproporcionado que puede terminar chantajeando o convenciendo
a cualquier Estado para conducirlo a sus posiciones.
En el antiguo orden geopolítico la
ONU no era la legalidad internacional, no nos equivoquemos, pero sí era al
menos la plataforma en la que se producía un cierto equilibrio de fuerzas,
equilibrio quebrado en la nueva situación. Ahora más que nunca se impone sin
cortapisas y sin remedio la ley del más fuerte. Que invadan en mala hora Irak.
Por desgracia, nadie va a poder impedirlo, pero al menos que nos ahorren el
bochorno de ver revestido de cruzada lo que es lisa y llanamente un acto de
piratería internacional, y que no pretendan arrebatarnos el derecho de gritar
¡no a la guerra! No a la guerra ni con inspectores ni sin inspectores, ni con
pruebas ni sin pruebas, ni con ONU ni sin ONU.