Balanzas
fiscales
La Fundación del BBVA ha presentado un
estudio que pretende calcular las llamadas balanzas fiscales, es decir, la
diferencia positiva o negativa entre lo que cada Autonomía aporta y lo que
recibe de las finanzas públicas.
Habrá que comenzar afirmando, tal como he
mantenido en múltiples ocasiones, que este concepto carece de todo sentido,
puesto que los contribuyentes y perceptores de los ingresos y gastos públicos,
respectivamente, no son las Comunidades Autónomas sino los ciudadanos, y que
las contribuciones y las percepciones de estos estarán, según los principios
del Estado social que marca
El mal llamado déficit o superávit fiscal de
una Comunidad es simplemente el resultado que se deduce de manera automática de
la agregación de los saldos de sus residentes. Las Autonomías con una renta per
cápita inferior a la media nacional tendrían lógicamente que presentar
superávit en su llamada balanza fiscal. Por el contrario, aquellas que
disfrutan de una renta per cápita superior a la media parece
natural que arrojen déficit. Este no tiene otra significación que la de indicar
que nos encontramos en una Comunidad rica y más prospera que el resto.
Es este carácter de segunda derivada el que
dificulta la elaboración de las balanzas fiscales. Con buen criterio lo ha
señalado el vicepresidente económico. En una economía interrelacionada y con
una Hacienda Pública, tal como debe ser, centralizada, no resulta fácil
regionalizar los ingresos y los gastos. Por poner un ejemplo, los recursos que
A pesar de la falta de contenido teórico, la
presión nacionalista, y en especial
En primer lugar, aparece claro que, por lo
menos hasta ahora, nuestro sistema fiscal y presupuestario tiene un carácter
redistributivo sobre las rentas y riquezas de los ciudadanos que se traduce ─como no podía ser
menos─ en flujos
compensatorios entre las regiones pobres y ricas. Salvo raras y escandalosas
excepciones, las balanzas fiscales de las segundas son deficitarias frente el
signo positivo de las primeras.
En segundo lugar, se puede constatar también
la insuficiencia de estos mecanismos de cohesión, puesto que las diferencias
entre las comunidades pobres y ricas, lejos de reducirse, aumentan. Los
incrementos en la renta per cápita son mayores en las segundas que en las
primeras.
En tercer lugar, queda patente el carácter
injusto y escandaloso que representan los regímenes forales del País Vasco y
Navarra, que consiguen que estas provincias, que se encuentran entre las más
ricas de España, presenten una balanza fiscal con saldo positivo, tal situación
se agrava además por la forma de calcular el cupo, siempre ─desde la época de
UCD─ bajo al chantaje
nacionalista. Se comprende que el gobierno de la Generalitat suspire por un
sistema parecido.
En cuarto lugar, se manifiesta la
inconsistencia del victimismo catalán, pues si, como es lógico, tienen lo que
denominan un déficit fiscal éste no es mayor sino quizás menor del que
lógicamente les correspondería.
Por último, se apunta una tendencia
alarmante: la reducción progresiva en los últimos años de estos flujos
compensatorios, tanto más alarmante cuanto que hay factores que, de cara al
futuro, juegan en contra de esta función redistributiva. Unos son de tipo
general que afectan a la globalidad de los mecanismos redistributivos. Me
refiero al imperio del pensamiento neoliberal en materia económica que va
reduciendo hasta anularlo el carácter progresivo de la tributación, al tiempo
que demoniza los gastos públicos y, en especial, los sociales. Estos
planteamientos atacan la redistribución personal de la renta pero, por ende,
también la regional.
Otros factores son específicos de la
redistribución territorial, a la que dañan. Se trata en concreto del proceso de
disgregación autonómica potenciado fuertemente con los nuevos estatutos de
autonomía, a los que hay que añadir la factura que los partidos nacionalistas,
pertenecientes casi siempre a naciones ricas, pasan al Gobierno central para
brindarle su apoyo en cualquier votación parlamentaria, como se vio de forma
fehaciente hace unos días en la moción de censura a la ministra de Fomento;
chantaje al que la mayoría de las veces el Ejecutivo no tiene más remedio que
sucumbir, gracias a un sistema electoral incoherente.
Ya que celebramos con tanta euforia el día
de