Medio vacía

Es, más que nunca, en campaña electoral cuando los dos grandes partidos se enfrentan en términos maximalistas. El partido en el gobierno considera que vivimos en el mejor de los mundos posibles, un oasis de bienestar y riqueza. Mientras que para la oposición, todo son nubarrones y desastres. Lo malo es que los analistas económicos se contagian de este mutuo sectarismo, alineándose también en uno u otro campo. Resulta, así, casi imposible realizar un análisis económico serio, porque todo aspecto positivo se interpreta como éxito del gobierno y toda deficiencia, como su fracaso.

Lo cierto es que en política económica los resultados buenos o malos apenas obedecen a la  actuación inmediata de un determinado gobierno, sino que hunden sus raíces en tiempos más lejanos, y que las consecuencias de las intervenciones actuales aparecerán en el futuro. Resulta totalmente artificial trazar una línea divisoria en 1996, tal como pretenden ambos partidos. La política económica aplicada ha sido sustancialmente igual y las dos formaciones políticas tienen responsabilidades en ella, en lo bueno y en lo malo.

El aparato propagandístico actual centra su triunfalismo en que nuestra tasa de crecimiento es superior a la de los grandes países europeos. Sin duda, este es un aspecto positivo de los veinte últimos años de la economía española. Pero ello se debe precisamente a que nuestro país no puede alinearse entre los países ricos de la Unión, sino entre los pobres. Son éstos, Grecia, Irlanda y Portugal y Finlandia junto con España, los que por término medio han crecido más que la media europea. Ahora bien, esto se explica no tanto por la pericia de sus respectivos gobiernos como por que su potencial de crecimiento es mayor, ya que mayor es la infrautilización de su capacidad productiva, en especial de la mano de obra, con tasas de paro y de población activa, superiores e inferiores a la media, respectivamente.

Carece de todo fundamento económico considerar como causa de este comportamiento diferencial la bajada de impuestos o la estabilidad presupuestaria. Una reducción fiscal sólo puede tener efectos sobre el crecimiento dentro de una teoría keynesiana y siempre que genere déficit, es decir, siempre que no se compense con otras partidas presupuestarias; de lo contrario, el efecto expansivo de la rebaja tributaria se equilibrará con el restrictivo de las contrapartidas que mantienen el déficit en cero.

En cuanto a la estabilidad presupuestaria, si tiene algún impacto sobre el crecimiento, es mediante el saldo de la balanza de pagos y la influencia que pueda generar en los mercados acerca de la mayor o menor confianza en la moneda. No es éste el caso actual. En primer lugar, porque nuestro país no tiene ya divisa propia, y el euro no parece que tenga mucho peligro de depreciación, por grande que sea el déficit de Francia o de Alemania. Y en segundo lugar, porque la reducción en el endeudamiento público se ha más que compensado por el enorme incremento del endeudamiento de las familias, con lo que el déficit por cuenta corriente de nuestro país se sitúa en niveles elevados y hasta cierto punto alarmantes.

Sí existe, sin embargo, una disparidad con respecto a los primeros años noventa, anterior etapa de recesión económica internacional. Entonces, el Banco de España ante el diferencial de inflación aplicó una política fuertemente restrictiva que estranguló el crecimiento. En la presente coyuntura, al encontrarnos integrados en la Unión Europea, no ha podido hacerlo.