Obama,
el déficit y los impuestos
Lo primero que resalta de
los presupuestos presentados por Obama es el enorme déficit público que
conllevan (12,3% del PIB), en contraste con la voluntad manifestada por el
presidente americano de reducirlo al final de la legislatura al 3%. Este
objetivo podrá o no conseguirse, pero, en principio, no hay por qué afirmar que
es contradictorio con los datos anunciados. En España conocemos perfectamente
bien lo fácil que resulta pasar de un superávit a un déficit cuantioso. Todos
estos años de estabilidad presupuestaria se han esfumado en un momento con la
recesión. La mejor forma de conseguir unas finanzas públicas saneadas es
obtener un crecimiento económico suficiente; y un elevado déficit, limitado a
dos o tres años, puede ayudar a reactivar la economía y por ende a conseguir la
estabilidad presupuestaria a medio plazo.
Por otra parte, la cifra
de déficit público en sí misma dice poco si no se atiende a su composición, a
los ingresos y gastos que lo ocasionan. La naturaleza de estas partidas no sólo
tiene una gran importancia desde el punto de vista social, sino también porque
no todos los ingresos y gastos tienen idéntica virtualidad a la hora de
reactivar la economía. En los presupuestos presentados por Obama se pretende reducir
los gastos de defensa, especialmente en lo que hace referencia a las guerras de
Irak y de Afganistán, pero también en las partidas generales del Pentágono, y
terminar, lo que es tanto o más importante, con la corruptela utilizada por los
gobiernos de Bush de que muchas de estas partidas ni siquiera apareciesen en el
presupuesto, por lo que constituían fondos opacos.
No obstante, el aspecto
más sobresaliente del documento presentado es la asignación de 634.000 millones
de dólares destinados a emprender la reforma sanitaria que garantice en una
década la cobertura plena a la sociedad americana. Para financiar esta
operación, se plantea elevar la presión fiscal a las rentas altas. Será, sin
duda, este el elemento más polémico y el que encontrará más oposición en el
Congreso. Como el líder del Partido Republicano ha manifestado ya: “Todo el
mundo está de acuerdo en que los estadounidenses merecen tener a su alcance la
atención sanitaria, pero hay que preguntarse si el subir los impuestos durante
un periodo de recesión es el mejor camino para alcanzar tal objetivo”.
La cuestión que debe
plantearse es si existe otro procedimiento. Si se quiere tener una sanidad
gratuita, no hay más remedio que financiarla con impuestos, pero ello no tiene
por qué perjudicar la reactivación económica. Más bien al contrario, el efecto
contractivo que pueda producirse con la subida de impuestos puede quedar
compensado por el expansivo de los gastos en los servicios sanitarios. Incluso,
el resultado puede ser positivo si, tal como plantea Obama, la mayor presión
fiscal va orientada a las rentas altas cuya propensión a consumir es más
reducida. En el origen de esta crisis se encuentra, entre otras causas, un
aumento de la desigualdad en la distribución de la renta. Todo lo que ayude a
moderarla será provechoso para salir de ella.